lunes, 13 de agosto de 2007

De todas las guerras, la más fría



AOG, Madrid

La guerra por hacerse con el Polo Norte puede darse por declarada. Canadá, un país prácticamente despoblado en sus latitudes nortes, ha anunciado que construirá un puerto oceánico en la localidad de Nanisivik y una base militar de entrenamiento en la isla de Baffin, en la Bahía Resolute.

Además de eso, se está preparando militarmente. El primer ministro canadiense, Stephen Harper ha anunciado que aumentará el numero de sus guardas polares, los Rangers, de 4100 a 5000, declarando en rueda de prensa que “Este anuncio manda una señal al mundo de que Canadá mantiene una presencia en el Ártico concreta, creciente y a largo plazo”. Sin duda motivada por el interés ruso en la zona. Pero no es el único país.

El gobierno canadiense opina que cuando el hielo polar se derrita, según ellos hacia el 2015, aunque los científicos auguran que no será antes del 2050, se unirán por mar las costas del norte del país en una especie de canal de Panamá polar.

De ser así, las compañías navieras se verían muy beneficiadas. Por ejemplo, la distancia entre Tokio Yokohama y Londres, 21.200 kilómetros a través del canal de Suez, se reduciría a 15.700 kilómetros si la ruta pasará por el Ártico. La misma distancia que hay entre París y Montreal.


Sin embargo, la bravuconería canadiense ya se ha topado con algún comentario por parte de la comunidad internacional. Mientras que Canadá trata de impedir que el famoso “North West Passage”, el paso del noroeste que Caboto nunca encontró, se considere como una vía acuática internacional, Estados Unidos les ha recordado quien manda verdaderamente en la zona.

David Wilkins, embajador de EEUU en Ottawa no ha dudado en recordar al mundo que “Respetamos el derecho canadiense a crear puertos dentro de su territorio, emplazar tropas donde parezca que ha de hacerlo, pero no esto no cambia nuestra posición”. Para la hiper potencia, las aguas del Norte, son aguas neutrales. Y punto.

Sin embargo, todo puede cambiar. Según Yves Bélanger, experto militar de la Universidad de Québec ha declarado que “Si Canadá asegura su presencia en el Ártico, los submarinos de EEUU serán muy poco bienvenidos”.

Bélanger también ha dicho que el Gobierno canadiense tiene que invertir mucho dinero para poder conseguir este propósito. Las ambiciones árticas pueden costar unos 260 millones de euros al año durante 20 años, a los que hay que añadir una inversión previa de 4.85 billones de euros para la adquisición de entre seis y ocho buques de guerra durante los siguientes 20 años. El presupuesto militar canadiense para el año fiscal 2005-2006 es de 10 billones de euros.

Más dinero tendrá que salir de algún sitio y Canadá, como Rusia, tiene los ojos puestos en el Polo Norte. Se cree que hay depósitos de gas y petróleo bajo el suelo marino, por no decir oro, zinc, plomo y otros minerales. Dinamarca, que no se quedará atrás, mandó el pasado domingo una expedición científica desde Groenlandia.


Diplomacia Polar

Estados Unidos y Canadá, aliados en casi todo, coinciden en una cosa: Rusia quiere demostrar que es una potencia que cuenta en la escena internacional. Por eso consideran que el controvertido izado de la bandera rusa en el lecho marino del Polo Norte no es sólo un gesto simbólico. La cosa se complica a partir de aquí, cuando se solapan los intereses de los países que proclaman un trozo del Ártico. Y en este paquete entran también Dinamarca y Noruega, que se dividen la deseada región.

Ottawa no sabe cómo interpretar los últimos eventos y se expresa con cautela, a pesar de que la acción rusa ponga en riesgo la defensa de su soberanía en el Ártico. El primer ministro canadiense, se limita a decir que no puede reaccionar con complacencia. "Es una prueba más de que la soberanía del Norte y en el Ártico será un juego importante en el futuro", dijo Harper.

Moscú responde con "sorpresa" a las declaraciones del ministro canadiense de Exteriores, Peter McKay, en las que decía que la maniobra rusa era una táctica del siglo XV. Su homólogo, Serguéi Lavrov, dejó claro ayer que su país no va sembrando banderas tricolores allí donde le parece.

El Departamento de Estado estadounidense se limita a decir que la proclamación de soberanía que haga el Kremlin deberá ser revisada por la ONU, por el simple hecho de que es uno de los firmantes del Tratado sobre la Ley del Mar. Y por eso su portavoz, Tom Casey, insiste en que la acción rusa no tiene valor.

El Polo Norte está considerado un territorio internacional administrado por la ONU. Si un país puede demostrar que la placa continental se extiende más allá del límite de las 200 millas marinas, entonces tiene derecho a proclamar una zona económica.

Donald McRae, profesor de derecho en la Universidad de Ottawa, explica que Canadá debe probar dos cosas: que son aguas internas y que no forman parte de un estrecho internacional. De ahí la oposición de EEUU.

EEUU saca las garras

Estados Unidos no está dispuesto a quedarse atrás en la carrera por el Ártico (y por el acceso a sus riquezas). El martes de esta semana estaba previsto que partiera hacia Alaska uno de los buques rompehielos de su Guardia Costera. Su misión es científica y tiene como principal objetivo trazar un mapa del lecho marino de la zona conocida como Chukchi Cap, según informa la tripulación.

Washington sigue así los pasos de Rusia, Canadá y Dinamarca, los otros países colindantes del Polo Norte que quieren hacerse con la soberanía de un trozo de este territorio para poder acceder en el futuro a sus recursos energéticos y minerales, que se suponen abundantes.

Para que Estados Unidos pueda reclamar la soberanía de ese territorio y establecer un área económica más allá del límite de las 200 millas marinas de su costa con el fin de explotar sus recursos, debe antes demostrar que se trata de una extensión natural de la placa continental. El establecimiento de una carta submarina tendría, por tanto, ese fin.

Washington, que no es firmante de la convención internacional sobre la Ley del Mar, responde de esta manera a la expedición rusa que a comienzos de mes depositó varias banderas en el lecho marino del Ártico, en una maniobra que desde este lado del Atlántico se consideró mera propaganda.

Nicole Thompson, portavoz del Departamento de Estado, reitera: "Aunque se trata de un logro tecnológico significativo, la colocación de la bandera rusa no tiene efecto legal".

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