martes, 31 de agosto de 2010

Observaciones

AOG, Madrid

Extraño día ayer. Vuelta a la oficina. La verdad que lo primero que experimenté fue aquel "¿Y como era que era todo?" nada más encender el ordenador. 


 El ocio me había borrado todo el conocimiento previo a mi partida hace tres semanas más o menos. 

Pero no hay que perder la esperanza, la rutina, tan poco sutil ella, pronto me recordó claves, usuarios y demás gajes de la profesión para poder desarrollar mi trabajo.

Por la tarde, hecho polvo, decidí irme al Diurno un rato. 

Hace poco más de un mes, encontré en uno de mis muchos cuadernos de escritura un relato que está en proceso de construcción. De momento consiste de tres piezas que se unen de alguna manera. El caso es que está escrito a mano, y quería trascribirlo a máquina. 

Estuve unas dos horas y media escribiendo durante las cuales me di cuenta que, de verdad no nos enteramos de mucho de lo que nos rodea. 

Unas chicas que tenía casi enfrente se fueron, y vino el camarero a recoger la mesa. Me miró y me preguntó si había una chica rubia en aquella mesa. 

Pensé un momento, y dije que no.  No recordaba a ninguna rubia.

Resulta que se habían dejado las gafas de sol.

Unos segundos más tarde, apareció la chica, rubia, y su compañera. Se sentaron a mi lado un buen rato más. 

Me pareció curioso que cambiaran de sitio pues no fueron de mejor asiento a mejor asiento.

No me había dado cuenta de ellas antes. Me sentí un poco tonto. 

¿Cuantas veces en la vida nos pasa que no nos percatamos de nuestro entorno?

Seguí trascribiendo y al poco rato se sentaron a mi derecha un grupo de chicos de esos que hablan incesantemente, en voz alta, y no dicen nada en absoluto. 

Para rematar la velada, un grupo hispano-italiano hizo lo mismo a la izquierda. 

Menos vocífero que el primero, me percaté de la belleza de una de las chicas. 

Era como una Rossy de Palma pero sin lo que hace de Rossy, Rossy. Picassiana, pero sin ángulos tángentes.

Hormigas

Al volver de vacaciones me he topado con una pequeña invasión hormiguil en la cocina. 

Desde que vivo aquí, he visto alguna que otra hormiguita paseando por la cocina. 

Como nunca dejo comida fuera, no duran mucho y supongo que se irán a otras cocinas vecinales mejor surtidas. 

Sin embargo, esta vez en vez de una, he visto varias. No sé si el calor las ha multiplicado, o si han encontrado algo de comer. El caso es que son de pedigrís distintos. Algunas son grandes, y otras son pequeñas. 

Y no, no son amigas ni son del mismo hormiguero (que a saber dónde está ubicado). 

Todos hemos visto esos documentales en los que dos ejércitos hormiguiles se enfrentan en las selvas amazónicas y se descuartizan vivas. 

De momento, la cocina ha adquirido la apariencia de un campo sacrosancto, y no he visto ninguna batallita insecta ni cuerpos inertes por la encimera.

domingo, 29 de agosto de 2010

Día domingo de verano

AOG, Madrid

Hoy se ha terminado la botella de Tommy Hilfiger que compré en EEUU hace seis años.

Hubo un periodo de tiempo en el que dejé de usar colonia porque me afectaba a los pulmones, por lo que ha durado tanto tiempo, pero aún así me sorprende que haya durado tanto. 

Me acuerdo de dónde y cuando la compré, por eso hoy, al terminar el último spray de la misma, me volví en el tiempo.

Estoy sentado en el Diurno, y es el último día de vacaciones. Mañana vuelven la normalidad y, también, el tedio. Es decir, vuelvo a la oficina y mi vida sigue. 

Es curioso que trabajamos para que nos permitan durante algunas semanas (para algunos pocas, para otros demasiadas) olvidarnos de que trabajamos en un sitio y que toda nuestra vida depende de este trabajo. 

Mienten quienes dicen que los americanos viven para trabajar y los españoles trabajan para vivir. Vivimos para trabajar todas las personas que, hoy día, tenemos la suerte (para otros la desgracia) de tener un empleo.

A mi derecha hay dos hombres gays. Uno de treinta y pocos, y el otro de cuarenta y algo. Canas y arrugas le delatan, pero más lo hace sus comentarios que tengo a pie de oreja: “Eso de que masturbarse da granos es ridículo porque cuando tienes 40, te sigues masturbando y tienes o no granos”, le dice a su amigo.

Esta mañana amanecí en la ciudad de Valladolid la cual he conseguido, una vez más, visitar sin apenas ver más que dos calles. He tenido la suerte este fin de semana de conocer una persona nueva, recién llegado al mundo. Todo en él es nuevo y pienso en la edad que tendré cuando el cumpla 20 años y me estremezco. Su padre, mi pareja y yo desayunamos en la terraza del hospital donde nació. Pagué el desayuno con un billete de 20 euros. Al darme el cambio, la camarera me dijo algo que no entendí del todo:

-Lo siento pero te he estropeado el billete-
-¿Cómo?-
-Que te he estropeado el billete, mira-, me dice al darme el cambio.
-Ah, vale-, le respondo sonriendo.

¿Era una expresión moderna? ¿Era una expresión antigua? (no olvidemos que, cada vez más, lo moderno es lo antiguo y lo antiguo, moderno).

Los chicos de mi izquierda siguen hablando.

-Si ahora se me acercara el chico más guapo del mundo con 19 años y quisiera follar conmigo le diría que no. Lo siento. Podría ser su abuelo, pero no me ponen. Y mira que los veo guapos- le dice a su compañero que viste una camisa de rayas azul y blanca.
-Los veo por la calle y me saltan chispas de los cojones de la alegría, pero no. Tuve un novio de 29 y era demasiado joven para mi. Si tuviera 34 yo estaría más a gusto-

Su amigo le escucha. De los dos es el que habla con voz más baja, y no sé lo que le suele decir al otro.

La razón por la que escribo hoy este post, es por que el anti joven, lleva una camiseta del PSOE de hace un par de años.

Lleva el lema “Construyendo” y “Orgullo 08”.

Me sorprende mucho que lleve esa camisa. 

¿Quién lleva una camisa política de hace sólo un par de años? Supongo que algo del PSOE de, digamos, 1983, o algún eslogan de la última etapa de González, pues hasta puede tener su punto. Pero ¿moderno es portar una camiseta usada de hace dos años? 

Digo usada por las reglas de los coches, que una vez cumplidos los 25 años, sea el modelo que sea, es un clásico, y hasta ese momento, no deja de ser un automóvil usado.

Suena Eva Cassidy en el Diurno y al principio la confundo con Norah Jones, que nos acompañó los desayunos en Estambul hasta hace pocos días. 

El mismo disco, ¡día tras día!

Supongo que él piensa que le hace moderno llevarla. Proclama su afiliación política a la vez que su sexualidad (o al menos, que está de acuerdo con esa sexualidad). También proclama que él, no como los demás, es progre.

Progre entre los demás gays que poblamos el Diurno en este momento y nos limitamos a ir vestidos sin eslóganes, o al menos, con eslóganes comerciales -el tan de moda últimamente Abercrombie & Fitch, ropa deportiva sobre personas deportivas, algunas, y sedentarias, otras, o camisetas de Pull & Bear y La Martina-.

-Es que ya quisiera ser como Carmen Lomana-, dice su amigo.
-Ya, ella está divina con la edad que tiene. Ya quisiera yo estar así. Pero habría que verla cuando se despierta y no está arreglada-, le responde.

Mi camarero favorito me regala un zumo de naranja y me dice que “invita la casa”.

Es mi camarero favorito porque le hizo mucho la pelota a Madame Mère cuando la conoció la pasada primavera y, de vez en cuando, me pregunta por ella. 

Hoy viste una camisa polo rosa salmón y unos bermudas beige.

-¿Tenéis Internet aquí?-, le pregunto después de darle las gracias por el zumo regalado.
-No, no tenemos-, me responde un poco a la defensiva.

Sube el nivel de sonido en el Diurno y los chicos a mi izquierda se levantan y se van. En parte voy a echar de menos su compañía fantasma porque con su partida, se acaba la incepción de este post.

El sábado pasé, por primera vez, cerca del archivo de Simancas. Me pareció pequeño. Ahí no pueden caber casi dos milenios de documentos. Sobre todo si uno lo compara con el archivo de Kew, donde apenas caben unos cuanto siglos de historia británica, y es un complejo arquitectónico inmenso. Me pregunto dónde guardaran todo.

Antes de salir de casa pensé en llamar a algún amigo, ya tengo ganas de verles después de una ausencia de tres semanas. Pero no lo hago. Pienso que tienen derecho a tener un día más de vacaciones sin mí.

En 2006 viajé a Oviedo en autobús, invitado a presenciar una conferencia de uno de los Galardonados con el Premio Príncipe de Asturias. En el camino, no muy lejos de donde estuve este fin de semana, recuerdo que vi un cartel que decía 'Tordesillas'.

 Me emocioné al estar tan cerca del sitio desde el cual se dividió el planeta en dos, una mitad hispánica, y la otra lusa.

Este fin de semana estuve a punto de ir ahí, pero no se pudo. Los papás del recién nacido no pueden alejarse mucho del retoño por si acaso. Los entiendo. 

Me dicen que pronto echaran en cuenta mi presencia por Barcelona para hacerles de canguro, y me enseñan a cambiar pañales. Claro, ahora es fácil. Los desechos del bebé no huelen apenas. Todo es pequeñito.

 Pero estos seres crecen, y rápido, y algo me dice que para cuando me toque hacer de babysitter, esos desechos tan inodoros ahora, habrán adoptado esa cualidad tóxica tan propia de su naturaleza.

Antes de partir, se sientan a mi lado dos chicos nuevo. Uno de ellos con la cabeza rapada, camisa roja, y las cejas muy pobladas. 

El otro lleva un pendiente, y lleva puesta una camiseta gris y rosa proclamando su pertenencia al club deportivo de algún hotel de la costa.

Mañana vuelvo a la oficina.

Dentro de unos cuatro meses se acaba el año y Zapatero dice a la prensa que sin presupuestos, no puede seguir la actual legislatura.

¿Tendremos elecciones anticipadas antes de diciembre?

Salgo del Diurno y me tropiezo con una chica que lleva uno de esos vestidos de falda larga estilo sábana que no entiendo como la mantienen fresca por debajo. Yo estaría asado vivo.

Al llegar a casa, me llama un amigo y quedamos a tomar algo a las 23:00. 

No necesitaba vacaciones de mi, de hecho me esperaba. Podré dormir tranquilo esta noche.

jueves, 5 de agosto de 2010

Vacaciones y domesticidades


AOG, Madrid


 

Dentro de unos días salgo de viaje. ¡Por fin vacaciones!

Por supuesto, la maleta está sin hacer.

Tengo una lista de cosas por meter en ella que no está escrita –porque no soy de los que hacen listas sino de los que las piensan y se olvidan de todo-, y sé que debería añadir cosas que luego echaré en falta. 

Recuerdo que hace un par de meses le pedí a mi pareja que este verano no quería mucho trajín, y que con una playa me bastaba. 
Yo me refería a ir a algún todo incluido, de lo que me hice fan hace unos cuatro años, en algún lugar tropical y americano.

Al final estaremos una semana en Cataluña, otra en Londres, y otra en Turquía y habrá al final un viaje relámpago a Valladolid.

Sí, serán las típicas vacaciones de las cuales uno vuelve rendido y necesita unas vacaciones para reponerse de las vacaciones.

Entre las cosas que mantengo en mente de hacer incluyo: el apuntar las direcciones de las personas a las que les quiero mandar una postal; no olvidar el pasaporte; cargar las pilas de la cámara y llevar el cargador; gestionar el iPod y el iTunes (lo que conlleva elegir que 1500 canciones quiero llevarme de viaje); comprar unos zapatos de viaje; encontrar las sandalias (paradero desconocido oye); y, no olvidemos, dejar la casa semi-decente.

Tiritas

Hace unos días, me di cuenta que en la suela del zapato llevaba una tirita en diagonal. Era como si la suela del zapato tuviera una herida. La dejé ahí un par de días, a ver si el zapato sanaba, pero al final, contra el filo de la acera, tuve que deshacerme de ella. 

Era demasiado raro tener una tirita –a saber de dónde vendría-, en la suela.

VIP

Desde hace unos seis días, en casa tengo un par de cajones nuevos de Muji (mi tienda adorada), de los de plástico opaco que me hacen las veces de baldas en el armario. 

Sigo con el viejo arte del origami doméstico, donde uno trata de meter sus pertenencias en huecos cada vez más pequeños.

¡Que lleguen las vacaciones ya!