domingo, 6 de febrero de 2011

Inconformista

AOG, Madrid

Hay días en los que pienso en lo efímero que es todo. 

En nuestra vida, tan complicada de principio a fin, y, a la vez, tan simple. No hay más que vivirla, tal y como nos va saliendo la cosa. Pero siempre he dudado, ¿no seremos nosotros los que la complicamos? ¿Y como?

Pues, quizá, con ese eterno inconformismo propio de nuestra especia. Esa necesidad primordial de querer algo que no tenemos o de recuperar algo que tuvimos pero se perdió.

Y, claro, nuestro mayor pecado, el no apreciar lo que tenemos, por nimio que sea.
Hoy he visto un buen ejemplo de nosotros mismos. Fue en el metro. 

Estaba leyendo a Borges cuando, de repente, alcé la vista y lo vi: el señor mayor de pelo negro.
Era una criatura curiosa. Seguro de sí mismo, erguido y cogido a la barra del metro para no caerse con el vaivén. Miraba a todo el mundo como expectante. Desafiante. 

Sus ojos se movían con energía, de arriba hacia abajo, buscando algo. Los llevaba bien abiertos, y eso fue quizá lo que me hizo que me fijara en él. Su manera tan peculiar de mirar a la gente.

Lo primero que noté de él, ya una vez interesado, fue el pelo. Negro. Negro azabache. Negro teñido de negro azulado. Negro de señor joven. Negro carbón que auyenta las canas. Negro ficticio por ende.

Luego vi su atuendo. 

Llevaba unos pantalones de corte algo setentero (lo digo porque casi parecía una copia fidedigna de los 'pata de elefante' de la época), unos zapatos de color caramelo, un jersey de cuello vuelto azul bávaro, un gran reloj tipo tocho, un anillo de dos vueltas de metal bastante grande y, lo mejor, una cazadora de cuero, más vintage imposible, sin mácula, desabrochada, a juego de los zapatos. 

Sí, el señor mayor parecía un extra de Starsky & Hutch

Miré su cara desarrugada que no igual de vintage que el blazer. 

No sé si se ha hecho la dermoabrasión, o si simplemente son buenos genes, pero el señor en cuestión parecía empeñado en aparentar, y creo que no exagero, unos 35 años menos. Algo dificil ya en el mejor de los casos. 

Me fijé en sus gafas: ligeras, sin marco, y de brazos como alambres. 

Sí, su aspecto general era el de la tercera edad disfrazada de juventud. 

Pero el señor tuvo, al menos momentáneamente, un aspecto fuerte, viril, no juvenil pero casi. Había un atisbo de vigor en su presencia. Y eso, más que nada, era la muleta que le sujetaba la apariencia. 

Hasta que el vagón se sacudió. Su verdadero estado físico fue delatado entonces con el jalón del metro. 
De repente, ese señor de cabello negro, lacio y bien poblado, se movió de la misma manera que una persona mayor hace cuando el cuerpo no responde como le gustaría a la mente. Se movió tosca y frágilmente. Como herido. Con la lentitud propia de una persona ya en la vejez. 
Y se descompuso unos segundos. Pocos, pero los suficientes como para notar que algo no estaba bien. 
Una pequeña mueca asustada de dolor atravesó su cara, y los años maquillados cayeron con aplomo al suelo, desvelando la verdadera andadura del cuerpo. 

Mostrando su vejez de manera vergonzosa a todos los pasajeros quienes, verdaderamente, no le estaban mirando a él precisamente. 
Al poco rato, el metro siguió su camino. 

El señor una vez más dejó de lado su vejez aparente y continuó mirando a la gente, de manera algo desafiante, envuelto es esa juventud prestada e impuesta de mano de artilugios, telas y químicos.
Como esperando que alguien le dijese acerca de su apariencia. Como un actor espera la siguiente línea del guión aprendido. 

Y yo me pregunto, ¿seré yo igual cuando llegue a esa edad? 

¿Seré de esos hombres que se maquillan los años para que, como bien dijo Mafalda en su día, los 'ya' parezcan 'todavías'? 

¿Seré un inconformista como él?