domingo, 21 de febrero de 2010

Un día tonto

AOG, Londres


Hoy quedé con un par de amigos para ir a la National Portrait Gallery de Londres y ver la exposición del fotógrafo Irving Penn. Fue un día raro. Un día tonto.

Primero, con una semana de retraso, Londres celebraba en el Soho y Trafalgar Square el nuevo año chino. 

Consecuentemente el centro estaba abarrotado de gente. De gente, sobre todo, no china. 

Unos amigos me vinieron a buscar a casa y fuimos en coche hasta ahí, bajándonos dos de nosotros a tomar algo y dejando que el tercero se fuera a aparcar el coche mientras tanto. 

Entramos en un Pret a Manger a tomar, yo una ensalada y, él, un sandwich de pollo. 

Dos cafés y una botella de agua más tarde, llegó el tercero. 

La Portrait estaba del otro lado de la calle y recuerdo que veía como entraba y salía la gente, envuelta en abrigos y bufandas, vestida para el frío.

Esta galería es de mis favoritas de la capital británica. 

Primero, porque me gusta mucho su temática: retratos exclusivamente. 

Y segundo porque muchas de sus exposiciones suelen ser gratuitas. 

La de Penn, sin embargo, no lo fue. Hubo que pagar 10 libras por el privilegio.

He de decir que aunque me gustó mucho lo que vi, y hubieron imágenes que no conocía (lo cual siempre es una sorpresa agradable), me sorprendió que mucho de lo que me gusta de Penn no estaba presente. 

Él, sobre todo, era conocido como fotógrafo de moda, y la exposición no se centraba en este aspecto,  lo hacía, sobre todo en su fase como retratista de sociedad.

En cualquier caso era una temática interesante.

Entré con mis dos amigos, y nos fuimos dispersando poco a poco. Uno de nosotros ya la había visto, y estaba contento de poder verla de nuevo. 

El problema de las exposiciones es que siempre hay mucha gente, y tienes que hacer cola para ver una foto, luego la ves mal porque no quieres molestar a los que te rodean, y si te gusta una mucho y quieres contemplarla durante mucho tiempo, verdaderamente no puedes, a menos que no te importe molestar a mucha gente haciéndolo. 

A los 25 minutos, más o menos, me encontré solo frente a dos retratos semi complementarios: uno de Audrey Hepburn, y otro de Grace Kelly. Dos grandes bellezas, pero distintas entre si.

Y ahí empezó todo.

Mientras que contemplaba el arco de las cejas de Hepburn, una señora miraba a Kelly. 

De repente, en una acción infinitamente atípica de una señora inglesa, la señora me hizo un comentario acerca de la foto. 

Respondí más o menos educadamente (estaba bastante sorprendido), y, la señora y yo nos pusimos a hablar de las dos fotos.

Unos 15 minutos más tarde, seguíamos hablando, frente a otras fotos.  Y más tarde lo mismo. Mis amigos hacía tiempo que los había perdido de vista. 

Cherry, así se llamaba, y yo pasamos un agradable, aunque extraño, rato viendo fotos y comentándolas. 

Ella era mayor, de más de 65 años, rubia platino con el pelo corto aunque de estilo muy juvenil, delgada con un cuello largo de cisne, las mejillas rojas, los labios finos.

Llevaba algo de rimel muy negro sobre las pestañas, y tenía, la pobre, una cicatriz en el cuello a la altura de la clavícula. Era como si fuese una sonrisa, larga pero finita. 

Entre foto y fotos hablamos de Alicia Alonso, de lo gorditas que tenía las piernas en aquella foto de 1946, de Cuba, de su compañía de ballet. Resulta que Cherry era forofa de la danza. 

No me atreví a preguntar si fue bailarina de jóven. Pensé que sí.

El caso es que ella había estado en Cuba y había conocido al ballet de Alonso. 

Hay que decir que es muy poco común que una mujer inglesa de cualquier edad vaya por Cuba- y menos en grupo, como lo hizo ella-.

De vez en cuando, por aquí, por allá, me soltaba un poquito de información personal. No mucha, inglesa al fin, pero pequeños datos, y apuntes de su vida fueron aderezando la tarde.

Creo que más que nada, necesitaba hablar con alguien. 

Resulta que, me dijo casi al final, su marido, al que cuida, está casi inválido y, me dijo "ahora sus problemas son mis problemas. ¿Qué curioso no?". Asentí, un poco sonrojado ante la revelación. 

"Necesitaba salir de casa. Me permito una tarde libre de vez en cuando".

Al poco rato, nos despedimos con un apretón de manos y un intercambio de nombres: "Cherry (cereza), como la fruta", me dijo sonriendo.

A estas alturas, sin yo saberlo, mis amigos habían batido retirada y se encontraban camino de casa. 

Uno de ellos se encontraba mal, y me mandaron un mensaje al móvil -que yo tenía apagado-, informándome de los eventos. 


Una hora y media más tarde cenaba con Madame Mère en Victoria. El sol hacía tiempo que se había despedido, y ese frío londinense que te hiela hasta la esperanza soplaba entre las calles vacías del barrio. 


Me fui a casa temprano, con la barriga llena, y me acosté, rendido como estaba, pues tenía que coger un vuelo temprano pocas horas más tarde. 

Mis amigos me llamaron para ver si estaba bien cuando estaba a punto de apagar la luz de la mesilla.


En resumen, un día tonto, que me hizo preguntarme una vez más: ¿Londres?
 






viernes, 19 de febrero de 2010

Conejo chino, conejo frito

AOG, Madrid

Suerte, destino, ¿o premonición? ¿Quizá superstición?

Ayer leí un relato del libro de Paul Auster que estoy leyendo "True tales of American life"

No es un libro que haya sido escrito por él. Más bien, es un recopilatorio editado por el neoyorquino que está lleno de historias y relatos cortos que el autor leía en un programa de radio en EEUU y que reflejan, en parte, la vida en aquel país.

El relato del que quiero hablar un poco se encuentra en la sección titulada "animales". 

Resumiendo, una chica va de visita a casa de una amiga. En la sala, se sienta en una silla porque un gato está durmiendo en el sofá. No lo quiere molestar.

Al poco rato, ve bajar otro gato por las escaleras y se lo dice a la dueña. Esta responde que no es un gato, si no que es el conejo de su hija.

Y ella responde algo así como "he leído que los conejos que andan sueltos suelen mordisquear los cables eléctricos y electrocutarse". 

La amiga responde que sí, que bueno. Que no le importaba mucho la información.

A los pocos minutos, saltan los  plomos y la amiga desde la cocina empieza a gritar.

Como es de imaginar, el pobre conejo yacía frito en el suelo, con el cable de una lámpara mordisqueado en la boca, echando chispas y rostizando poco a poco al pobre animal.

En la historia la amiga no gritaba porque el animal había muerto, gritaba porque acababa de ocurrir algo eternamente más transcendental.

Le dijo a su amiga algo así como "¿te das cuenta que hace un minuto podías haber pedido cualquier cosa y se hubiera cumplido? ¡podías haber pedido un millón de dólares y habría ocurrido!"

La autora escribió que así era, que podría haberlo hecho.

Yo me pregunto si la buena suerte, y la mala suerte, no será algo que va por ahí flotando y que, como la brisa, se nos pega y luego nos deja.

Me viene a la mente el viejo proverbio chino "cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla". 


La isla de Wight


Hace unos años, estaba con mi pareja de aquel entonces en la Isla de Wight, al sur de Inglaterra. Él se había comprado una casa que estaba en obras y yo había viajado hasta ahí para ayudarle un poco el fin de semana (¡lo que hacemos por amor!). 

Habíamos estado toda la mañana quitando las zarzas que tenían inundado el jardín delantero de la casa. Fue una obra laboriosa y punzante. Aunque tenía guantes especiales anti-pinchos, era de esperar que algún rasguño me llevaría. Y así fue. 

Aquel fin de semana su coche estaba en el taller, y teníamos que transportarnos por la isla en autobús o en taxi. 

Y la casa en cuestión estaba en un pequeño pueblito perdido en la isla (en una isla perdida en el mar), junto a una carretera comarcal de poco tráfico, pero con su parada de autobús, como en toda civilización que se precie. 

El estár ubicado donde (como dicen) Cristo perdió las chanclas y no fue a por ellas por lo lejos que quedaba no significa para un inglés que no haya una apariencia de urbanidad civilizatoria.

Decidimos salir a comer algo, o quizá a comprar algo, no recuerdo bien. Salimos de casa, y caminamos hasta la parada de autobús. 

Nada más verla pensé, -cielos, vamos a estar aquí horas esperando al autobús-, y dije algo por el estilo en voz alta. 

"¿Dónde están los taxis cuando necesitas uno?" exclamé con contundencia.

En ese mismo momento, pasó un taxi vacío que, de habernos asomado, hubiéramos visto y parado.

Al verlo, ni corto ni perezoso, un nanosegundo más tarde dije "¡¡y un millón de dólares!!" extendiendo la mano como quien ofrece la palma boca arriba para comprobar si llueve o no.

Nos quedamos estupefactos los dos. Reímos. Y ya, como dice el dicho, de perdidos al río, nos pusimos a pedir cosas, una detrás de otra. Pero el momento había pasado. La buena suerte visitaba a otro ya. O a otros.

Al poco rato pasó el autobús.

Tras haber leído ayer la historia, me volvió ese incidente a la cabeza, el día en que pedí un taxi, cuando podía haber pedido cualquier cosa.

¿Vienen y van las suertes? No creo que nos acompañen, (quizá sí a algunas personas), pero, puede ser que nos acechan? ¿Nos eligen o es un fenómeno natural, como el que un grano de polen se nos meta en la fosa nasal y estornudemos, o el que empiece a soplar el viento, o haga frío?

¿Son algo supernatural? ¿Natural? ¿No existe?

Los estadounidenses hace años que se buscaron una definición para la suerte: consiste en estar "In the right place at the right time". En el lugar exacto/correcto a la hora exacta/correcta.

Quizá sea una explicación, pero no la definición. Para mi mismo, creo que tengo dos opciones: o existe o no existe. Y si existe, quizá sea una de esas cosas que nunca explicaremos porque aún no hemos desarrollado el lenguaje ni verbal ni pictórico ni psicológico para hacerlo.

Y sin embargo, sabemos, o creemos saber, que hay algo ahí.

No descarto que sea todo superstición, claro, esa vieja amiga y compañera nuestra, tan antigua como nosotros mismos.

martes, 16 de febrero de 2010

Friolero

AOG, Madrid

Ayer nevaba en Madrid. Mi reacción fue bastante anatema para conmigo mismo. En otro momento, hubiera salido de casa a todo correr para jugar con la nieve, como siempre he hecho las pocas veces que ha nevado en donde yo he vivido.

Pero ayer no quería. Era la quinta vez que nevaba en Madrid. este invierno.

Creo que nunca he visto nevar tantas veces seguidas, y, además, creo que este es el invierno más friolero de mi vida. 

Sí, friolero. Como suena.

Creo que más que no querer, es que no tenía muchas fuerzas.

El cansancio y el agotamiento de los últimos días pudo haber sido un factor importante. 

No lo sé.

Quizá fue el miedo a enfriarme y no poder ir a trabajar. En esta época de crisis, no es lo más recomendable jugar con la salud (bueno, nunca lo es). Quizá el bienestar nos da un poco de bravura al respecto.

Metro

Hoy, camino de la oficina, se sentó delante mío un señor mayor que leía un libro de Onetti. Yo leía uno de Paul Auster. 

En uno de mis ataques filosóficos me pregunté si este señor leería alguna vez a Auster. No tenía aspecto de hacerlo. 

Pero, claro, ¿qué aspecto tienen los lectores de Auster? ¿o los de cualquier otro autor?