miércoles, 28 de julio de 2010

Toro prohibido


AOG, Madrid
Los toros. No me gustan. No me gusta la faena de matar a un animal en un ruedo, con la gente aplaudiendo la destreza del torero. Siempre me ha parecido una barbaridad. Un espectáculo innecesario para la civilización. Algo digno del coliseo de Roma, y poco más.
  
Las prohibiciones. No me gustan. No me gusta la idea de que podemos prohibir lo que no nos gusta, o lo que no nos gusta a algunos por según qué razones. 

Siempre me ha parecido una mala idea que el Gobierno de turno trate de moldear a la sociedad sobre todo cuando la legislación en cuestión es casi innecesaria.

En el caso de Cataluña, me parece que el único ruedo en funcionamiento estaba en Barcelona, y no había tanta concurrencia. 

O sea que una prohibición cuando la cosa está tan mal no puede ser sino un movimiento político.

Y más cuando aducen al bienestar del animal, pero protegen y blindan una fiesta regional que también utiliza a los toros. No los matan, pero sufren. Ponerle fuego a un animal en los cuernos no puede ser en absoluto placentero. 

Entonces yo digo, ¿es por el animal? ¿o es por la política?

En cualquier caso, lo bueno es que, poco a poco, la mal llamada 'Fiesta nacional' va de menos en menos, aunque la otra fiesta de los nacionalismos vaya como vaya. 

Estaría bien que ambas se extinguiesen por su propia cuenta, sin prohibiciones. ¿No?


martes, 27 de julio de 2010

Compañeros de verano


AOG, Madrid

Hoy terminé de leer 'Bilbao-New York-Bilbao', de Kirmen Uribe - ganador del Premio Nacional de Narrativa 2009

El escritor Juan Cruz hace una pequeña reseña del libro en su blog aquí.

El blog librosyliteratura.com hace lo mismo aquí.

Fue un regalo de mi pareja para el día de San Jorge que en Cataluña y México (si mal no recuerdo) se celebra regalando un libro al ser amado (y en Cataluña también una flor).

 He de decir que el libro posee una sensibilidad enorme. 

Al menos eso me pareció a mi. 

Las últimas dos páginas me hicieron llorar, y eso que no son tristes.

Es curioso este libro.

Empecé a leerlo con cierto retraso a mi pareja ya que, paradójicamente, es un libro que ambos nos regalamos sin saber que el otro lo hacía. ¿Zeitgeist? Diría que sí. Pero del bueno.

Desde Barcelona él se me adelantaba y me iba empujando a que comenzara la lectura. 

Terminados mis exámenes en junio, conseguí dedicarme a la lectura.

El libro en sí no es extenso (aunque sí lo sea su contenido), pero me ha tomado cuatro meses terminarlo. 

Es cierto que es un libro que se lee en un par de días, pero me gusta que haya estado tanto tiempo leyéndolo.

Uno lee como antiguamente, cuando no había televisión, la gente que podía, leía horas y horas al día. No entiendo como lo hacían, y en cierta manera los envidio. Me gustaría poder hacerlo. 

Por desgracia (quizá por suerte), nuestra era es visual, digital, y cibernética. Poco a poco las cosas del pasado se van quedando atrás y aún no hemos desarrollado rituales nuevos para acompañar a la tecnología que nos rodea.

En fin.

El libro, confieso, me gustó mucho al principio. Luego empezo a gustarme menos. No lo entendía (bueno, tampoco creo que lo he entendido del todo al haberlo acabado), y al ser una estructura nueva, se me enrevesaba poco a poco. No encontraba la trama, o la veía cogida con alfileres (problema mio, no del libro). 

Mientras tanto, desde Cataluña me decían por teléfono que era un libro para seres sensibles, un poco en tono de mofa, un poco en todo cariñoso. 

Continué con la lectura pues si hay algo que odio en este mundo es dejar libros sin terminar. Esto no significa que he terminado de leer todos los libros que poseo, significa simplemente que hay algunos que tardo años en terminar. 

El 'Ulises' de Joyce es un buen ejemplo. Lo compré en Londres, me parece, que en 1997. Trece años más tarde aún está por terminar.  Lo cojo, lo leo, lo dejo. 

Hace cuatro años empecé a leer 'Al este del Edén' de Steinbeck. Aún hoy está por terminar y es el único que he empezado a leer desde el principio dos veces ya. 

Recuerdo haber leído de alguien que nunca viajaba con libros que ya había leído, sólo con libros por leer. Creo que yo he hecho siempre lo mismo, pero sin proponérmelo. 

Simplemente ha sido así. 

El problema es que cuando tienes muchos libros y poco tiempo, tratas de leer de golpe, y siempre que te cae entre manos algo nuevo, lo tratas de leer enseguida, y esto no suele ocurrir. 

Pero volviendo al libro de Uribe. 

La semana pasada decidí, un poco hastiado,  que debería de terminar la lectura. 

Quise terminarlo el pasado viernes pero el agotamiento físico que acarreo  desde hace tiempo me lo impidió día tras día. 

De alguna manera, hoy encontré un remanso de paz en el Diurno y, tras tomarme un cafe y leer ambos El País y El Mundo, en vez de irme a casa, vi un sofá que hace esquina que estaba libre, y me reubiqué rápidamente sobre él. Ahí leí los dos últimos capítulos. 

Todo aquello que venía acarreando respecto al libro que era negativo se fue disipando. No es que fuese negativo, es que el negativo era yo. 

De alguna manera, mi vida logró inmiscuirse en el acto de lectura y manchaba todo porque ahora mismo no está equilibrada del todo. 

El libro es, en mi opinión, un pozo de sentidos sensible y delicado. 

Una de esas flores en forma de nube a las que soplas y salen las semillitas solas por los aires. Es, por decir algo que no sé decir mejor, muy bonito. Es un libro muy bonito. 

Y mejor aún, es un libro del que aprendes algo. Y algo he aprendido, sin duda. De hecho, creo que he aprendido varios algos, no solo uno.

Y hoy me acostaré pensando un poco en esos capítulos que he ido hilando a desgana a veces, y con mucho cariño otras (las que más). 


Y música


Cambiando de tercio un poco, quiero compartir dos canciones.

La primera es una canción que de momento, al menos para mi, se ha convertido en la canción del verano. 

He encontrado hasta 14 versiones distintas de ella y las llevo en el iPod. Es "All the lovers" de Kylie Minogue. 

El video no es el oficial, ya que por alguna razón You Tube no te permite copiarlo.

Así que pego la versión que alguna
alma caritativa ha fabricado para personas como yo. 

La canción la escuché en vivo durante el Orgullo de Madrid hace unas semanas. Tiene algo de melancolía y ensueño. 

No lo puedo describir mejor. Es de esas que te hacen cerrar los ojos y te llevan. Puedo decir que cada vez que la escucho me entran ganas de bailar.


La otra es una canción que escuché por primera vez hace un mes también. 

Estaba con un par de amigos en un bar de Chueca que se llama Lío en la calle Pelayo, un domingo de karaoeke. 

Habíamos llegado tarde y, antes de irnos, decidimos tomar algo. 

De repente, un video con unas chicas de algún país oriental salió en pantalla. 

Al principio pensé que serían japonesas, pero la lengua no me lo parecía. 

No soy experto en lenguas, pero ese sonido no era japonés. 

Enseguida me acerqué al DJ y le pregunté que quienes eran esas chicas.

"Brown Eyed Girls", me dijo. 

La canción se llama 'Abracadabra' y me gusta el sonido 'Disco' que tiene.



Me quedé con el nombre del grupo pero olvidé el momento. Una vez más mi vida se metió en mi vida y me desbarató los planes.

Este domingo me vi una vez más en el Lío con uno de los amigos de hacía un mes.

Esta vez pudimos participar del karaoke del bar. Y una vez más pusieron la canción. Yo estaba encantado; más aún que hace un mes. 


Y así termina este post. 

Con un buen libro que acabó demasiado pronto, y con dos buenas canciones que me acompañarán este verano y, supongo, buena parte del otoño. Aún no he decidio cual será el próximo libro que lea. 

Quizá el Les Particules élémentaires de Houellebec que comenzé en Londres hace mes y medio y sigue sin ser terminado. 

Me gustó mucho más de lo que pensaba, y lo dejé por fidelidad al de Uribe. 

Creo que fue una elección acertada.

lunes, 26 de julio de 2010

Velos en Chueca


AOG, Madrid


  
Hace un par de días estuve tomando algo con un amigo nuevo. 

Salimos por Chueca de copas y, tras descartar varios establecimientos dado su alto contenido de humo, acabamos en una cafetería, o "bar de viejos" como él los llama, de la plaza de Chueca.
 
Era sábado y la noche era algo fresca, como las que hemos tenido en Madrid en los últimos días. Pedimos unas cañas y algún zumo de frutas, y, al menos yo, tenía como pantalla la plaza y sus pobladores.
  
El viento, al poco rato, empezó a soplar. 

La gente seguía yendo y viniendo, a pesar de que eran más de la una de la mañana. Nunca descansa ese lugar.
 
De repente, como sacadas de alguna crónica social por medio terminar, aparecieron dos chicas ataviadas con sendos velos de pies a cabeza. 

No sé si eran iraníes, jordanas, egipcias, o qué, pero era obvio que venían de esa zona del mundo. 



 De hecho, me decanto por Irán pues dentro de la magia oriental que las envolvía, había cierto grado de independencia que siempre he asociado a la cultura persa y que siempre he echado en falta en la árabe. 

Al menos, esa es mi percepción, ya que de momento, todavía no he estado en ningún país musulmán.

No estoy seguro del todo pero parecía que iban solas. 

Dos cuasi princesas orientales perdidas en el barrio gay de Madrid.

Esa era la estampa. 

Paradojas de la vida moderna.
  
Trataron de sentarse en la terraza del bar y fue toda una performance. El camarero moviendo mesas, los demás clientes no queriendo moverse, ellas que no se acababan de acomodar.
  
Y lo más bello, la imagen de estas dos mujeres, guapísimas, envueltas en sus velos étnicos abultados, pues parecía que ambas llevaban moños por debajo (moños de los años 1960), tratando de mantener la compostura ante los elementos.
  
Era todo como una escena de alguna película donde la tormenta azota los cuerpos y las ropas de la protagonista. En este caso, las protagonistas.
  
Yo las miraba hipnotizado, y hasta embelesado. Me encantaba aquella escena digna de Sherezade. Al poco tiempo, entre los revuelos del viento y los mirones, salieron de pantalla. 

Una de ellas decidió cambiar de sitio, después de todo el revoloteo, y no las vi más.
   
Es curioso que dos días más tarde, la imagen aún me provoca la memoria.

miércoles, 14 de julio de 2010

Manojo de llaves

AOG, Madrid

Desde hace una semana tengo dos llaves más en mi vida.

En el trabajo he pasado a ser alguien que, de vez en cuando, ha de abrir la oficina. Me dieron dos llaves nuevas. 

Una es azul y la otra verde.


Además de la oficina, no sé qué más podrán abrir. 

Hay puertas que es mejor dejarlas cerradas, y otras para las que nunca encontraremos el cerrojo, o la llave que las abra.


Al principio, estas dos llaves vivieron en el bolsillo delantero de mi bolsa khaki de Dockers.

Sueltas. Separadas.

Su ruido se confundía a cada paso con el de las monedas que también viven en ese bolsillo. 

Nunca me ha gustado el ruido ese. Siempre me puso nervioso. 

Klink! Shlish! Klink!

Al tercer día, una de ellas se perdió.

Fui a tomar un café a la cafetería de la esquina.

Al pagar, supongo, la llave verde se habrá enredado con algo y saltó del bolsillo del pantalón al suelo. 

Llevaba varios pañuelos en el bolsillo y creo que al sacar el dinero para pagar, la llave se lanzó al vacío estilo puenting….o bolsilling.

En el suelo se quedó unos 15 minutos hasta que me di cuenta una vez en la puerta de la oficina de su ausencia. Bajé  a todo correr a por ella.

Ahí me esperaba, entre los escombros de la mañana, la llave verde.

Aún después de esta aventura, las llaves siguieron unos días más sueltas en el bolsillo.



Es curioso como nos comportamos ante los cambios. 

A veces nos adaptamos a toda velocidad a ellos, quizá hasta sin pensarlo. 

Otras, nos podemos enfrentar a ellos durante años, desafiándolos. 

Aún otras, conviven en nosotros la intensidad de lo nuevo con la memoria aún viva de lo desaparecido o lo alterado.


Esto ocurrió con estas llaves. 

No supe muy bien qué hacer con ellas hasta hace poco cuando decidí que, pase lo que pase en la oficina, por el momento, las llaves yacen en mi poder. 

Retornos


Volví de Barcelona el lunes por la mañana. 

Como no viajé con la bolsa de Dockers, que la suelo llevar de un hombro, no tenía las llaves conmigo cuando tuve que coger un taxi para ir a trabajar directamente desde el aeropuerto.


Así, hasta el martes por la mañana, las dos llaves vivían sueltas, como dos aves fuera de la jaula. Pareja dispareja.


Así, ayer al salir de casa y mirar si estaban conmigo, vi que faltaba una vez más la llave verde. Me llevé un susto porque no sabía qué podía haber sido de ella.


Falsa alarma

Estaba entre las monedas, entre perdida y camuflada metálicamente.


Entonces decidí que, antes de que se me pierda de verdad, la uniría al llavero de las llaves de casa. 

Y la disputa entre lo nuevo, lo antiguo, y lo venidero, se resolvió ante la posibilidad de entragediar mi futuro más próximo si pierdo alguna de ellas.

Ahora salgo con las siguientes llaves:

La de la puerta de la calle donde vivo
La del buzón del edificio
La del cuarto de la basura de al lado del ascensor
La de la puerta del piso donde vivo
La del cerrojo de arriba de la puerta de la oficina
La del cerrojo de debajo de la puerta de la oficina

Y además de estas, tengo en casa también las llaves de Barcelona y las de Londres.

Supongo que alguna de ellas será la de la felicidad también.

O quizá lo son todas ellas.

No sabemos aún si la felicidad es una, o si son varias.

jueves, 8 de julio de 2010

Julio perezoso

AOG, Madrid

Por alguna razón desconocida, este mes me está costando mucho escribir en el blog. 

Primero porque estoy hasta las cejas de trabajo. Cuando llego a casa estoy frito y no tengo ganas.

En la oficina me han cambiado de turno y trabajo horas nuevas con dinámicas nuevas. Somos menos, el trabajo es más. Y sí, estoy agotado.

Y segundo, el calor tampoco ayuda. Madrid se ha convertido en su usual hornito en la tierra que todos conocemos y padecemos.

En el lado positivo, mi vida social ha mejorado. A través de un amigo he conocido un poco más de gente en esta urbe castellana y eso está bien.

Hace unos días sobreviví el "Orgullo" de Madrid.

Es curioso que la gente aún diga que no hace falta. 

El jueves de la semana pasada, en pleno barrio de Chueca, pasé por delante de un señor de entre 55-65 años que estaba entrando en su portal y le decía o otro señor: "esta mierda de maricones" mientras apuntaba con la vista al escenario que se habían montado en la Plaza del Rey. 

Es obvio que el orgullo todavía es necesario.

Por la mañana del sábado, una amiga me llamó.

"¿Qué te parece el holocausto que se va a formar?"

"¿Cual?"

"Si España le gana a Paraguay se van a juntar el orgullo con los hinchas del fútbol ¡y eso va a ser una masacre en plena Castellana!"

Nos reímos los dos, pero algo de cierto tenía. Pude comprobarlo horas más tarde.

Mientras que la Gran Vía era tierra de nadie, llena de gente post-desfile, post-carrozas, post-cervezas, y los barrios aledaños a ella estaban abarrotados de gente, era obvio que muchos de los asistentes no eran homosexuales. 

Muchos, quizá un porcentaje muy alto, eran chicas con sus novios y señores mayores con sus esposas. 

A nadie le prohibo la posibilidad de pasarlo bien, y el Orgullo hace tiempo que dejó atrás la reivindicación política y abrazó de lleno la fiesta y el jolgorio, pero no era menos que extraño que algunos de esos señores, y algunos de esos novios, de vez en cuando soltaban alguna que otra frase peyorativa. 

No tiene caso repetirlas, pero ahí estaban, flotando en el aire.

Más tarde, post mini-concierto de Kylie Minogue en la Plaza de España, volví a Chueca con mis amigos. 

Según acababa la noche, los gays se iban yendo a sus casas, o a sus discotecas, y un grupo potente de chicos heterosexuales (supongo) hinchas de la selección española de fútbol, envueltos en banderas nacionales y con toros negros, borrachos, y sin novia/ligue/sexo esa noche, se empezaron a apoderar de las calles del barrio. Era curioso porque era obvio que buscaban pleito y pelea. 

El alto grado de alcohol en sus venas les había empujado la testosterona y el lado peleonero sacó su peor cara. 

Empezaron las mini reyertas con algunos guardias de seguridad. 

Empezaron a caer por el suelo borrachos. Se tropezaban. Cantaban. En fin, hacían todas las cosas que distinguen a un borracho malhumorado y cabreado. 

Al igual que en Gran Vía, pronto salieron los insultos. En pleno barrio, en pleno día del Orgullo. Se empezaron a meter con la gente.


Era triste que nada haya cambiado después de que haya cambiado tanto.

Es obvio que para ellos, el Orgullo Gay no es nada respetable ni en el mejor de los días. 

Suele ser algo que mucha gente heterosexual no entiende.


Cuando hablo del tema con amigos, siempre sale de la manera mejor intencionada e inocente la misma frase: "¿Pero para qué hacéis el orgullo? No es necesario. A nadie le importa ya".

Y se equivocan.

"El que no te importe a ti, no significa que a los demás no les importe", respondo, y empiezo a repasar una demasiada larga lista de insultos, amenazas, comentarios, y demás bagatelas homófobas de las que he tenido la oportunidad de ser testigo.

Hace falta, y mucho. Y más en los pueblos.