miércoles, 14 de julio de 2010

Manojo de llaves

AOG, Madrid

Desde hace una semana tengo dos llaves más en mi vida.

En el trabajo he pasado a ser alguien que, de vez en cuando, ha de abrir la oficina. Me dieron dos llaves nuevas. 

Una es azul y la otra verde.


Además de la oficina, no sé qué más podrán abrir. 

Hay puertas que es mejor dejarlas cerradas, y otras para las que nunca encontraremos el cerrojo, o la llave que las abra.


Al principio, estas dos llaves vivieron en el bolsillo delantero de mi bolsa khaki de Dockers.

Sueltas. Separadas.

Su ruido se confundía a cada paso con el de las monedas que también viven en ese bolsillo. 

Nunca me ha gustado el ruido ese. Siempre me puso nervioso. 

Klink! Shlish! Klink!

Al tercer día, una de ellas se perdió.

Fui a tomar un café a la cafetería de la esquina.

Al pagar, supongo, la llave verde se habrá enredado con algo y saltó del bolsillo del pantalón al suelo. 

Llevaba varios pañuelos en el bolsillo y creo que al sacar el dinero para pagar, la llave se lanzó al vacío estilo puenting….o bolsilling.

En el suelo se quedó unos 15 minutos hasta que me di cuenta una vez en la puerta de la oficina de su ausencia. Bajé  a todo correr a por ella.

Ahí me esperaba, entre los escombros de la mañana, la llave verde.

Aún después de esta aventura, las llaves siguieron unos días más sueltas en el bolsillo.



Es curioso como nos comportamos ante los cambios. 

A veces nos adaptamos a toda velocidad a ellos, quizá hasta sin pensarlo. 

Otras, nos podemos enfrentar a ellos durante años, desafiándolos. 

Aún otras, conviven en nosotros la intensidad de lo nuevo con la memoria aún viva de lo desaparecido o lo alterado.


Esto ocurrió con estas llaves. 

No supe muy bien qué hacer con ellas hasta hace poco cuando decidí que, pase lo que pase en la oficina, por el momento, las llaves yacen en mi poder. 

Retornos


Volví de Barcelona el lunes por la mañana. 

Como no viajé con la bolsa de Dockers, que la suelo llevar de un hombro, no tenía las llaves conmigo cuando tuve que coger un taxi para ir a trabajar directamente desde el aeropuerto.


Así, hasta el martes por la mañana, las dos llaves vivían sueltas, como dos aves fuera de la jaula. Pareja dispareja.


Así, ayer al salir de casa y mirar si estaban conmigo, vi que faltaba una vez más la llave verde. Me llevé un susto porque no sabía qué podía haber sido de ella.


Falsa alarma

Estaba entre las monedas, entre perdida y camuflada metálicamente.


Entonces decidí que, antes de que se me pierda de verdad, la uniría al llavero de las llaves de casa. 

Y la disputa entre lo nuevo, lo antiguo, y lo venidero, se resolvió ante la posibilidad de entragediar mi futuro más próximo si pierdo alguna de ellas.

Ahora salgo con las siguientes llaves:

La de la puerta de la calle donde vivo
La del buzón del edificio
La del cuarto de la basura de al lado del ascensor
La de la puerta del piso donde vivo
La del cerrojo de arriba de la puerta de la oficina
La del cerrojo de debajo de la puerta de la oficina

Y además de estas, tengo en casa también las llaves de Barcelona y las de Londres.

Supongo que alguna de ellas será la de la felicidad también.

O quizá lo son todas ellas.

No sabemos aún si la felicidad es una, o si son varias.

2 comentarios:

antonio alfaro sánchez dijo...

trabajazo que tiene tu blog, informativo, ameno, muy bien

AOG dijo...

Gracias Antonio, vuelve cuando quieras.

Un saludo