miércoles, 10 de noviembre de 2010

Las camas

AOG, Barcelona

Hoy vi una de esas cosas que hace tiempo mi vida expulsó de ella pero no por ello dejaron de existir: las mantas.

Mi infancia la recuerdo debajo de una colcha (alias un cubrecama), seguida de una sábana, cuando vivíamos en México.  Esto para primavera y verano. 

Plaza del Zócalo y la catedral de México
 Hay que decir que la ciudad de México tiene el mejor clima del mundo y que yo me enteré de que las demás estaciones existían, cuando dejé definitivamente (no he vuelto en más de 20 años, pero, ¿fue definitiva la partida? aún no lo sé. Quiza lo sabré al morir.) el DF.

En invierno, debajo de la colcha solía haber una manta, y debajo de la manta, la sábana. 

No sé en qué momento dejé atrás las colchas, pero sé que ya en Texas, yo utilizaba una colcha de satén púrpura en la cama, y debajo de ella, la sábana.
Algo así pero más oscuro

Recuerdo que cuando vivíamos en EEUU, yo tenía una cama de agua, la cual adoraba, adornada por esa colcha, acolchada, de satén, o raso, del más profundo púrpura mezclado con fucsia. 

Era una cosa eléctrica, que a mí, niño impresionable, electrificaba nada más tocarla. Era una colcha de persona mayor pero toda mía. No era la de un niño con dibujitos y monerías. Y la adoraba profundamente.

La veía como la cosa más moderna de mi vida. Algo que sólo veías en las películas. Como la cama de agua. 

Colchón de cama de agua
Era un buen invento aquello. 

Primero que nada, al que nunca haya dormido en una, hay que decirle que tiene algo de  gracia la situación. 

Uno se mete, y no flota, no, más bien rueda por encima del colchón de agua, hasta que está dentro. 

Se mece y no para quieto. Pero es algo de  una comodidad increíble ya una vez dentro, acomodado  y apaciguado. Y se duerme muy bien.

Yo de pequeño no entendía muy bien como funcionaba el hechizo de la cama, hasta el día que la señora de la limpieza la desconectó de la pared para enchufar la aspiradora, y yo me metí en una cama helada aquella noche. 

No me quejé, por eso de que los niños como yo, es decir, los tontos, no se quejan nada más les pasan las cosas, sino que lo hacemos cuando hemos procesado un poco la situación. En mi caso, ocho  frías horas más tarde.

Al día siguiente se lo comenté a Madame Mère, quien no tardó en explicarme como funcionaba la cosa.

También recuerdo con gusto que la cama de agua, a veces, tenía alguna fuga de agua. Algún agujerito. Una verdadera tragedia la primera vez que ocurrió. 

Se lo dije a Madame, y, ni corta ni perezosa, sacó el remedio del botiquín del baño: tiritas. Así la primera. 

La segunda y siguientes tuvieron que ser arregladas con el "kit" que te vendía la tienda de camas de agua. La recuerdo muy bien, Big Sur Waterbeds

Era una cadena muy famosa y recuerdo sus anuncios todavía. Cuando mis amigos venían a mi habitación, y la de mi hermana, se sorprendían muchos de ellos de que tuviésemos semejante lujo asiático a nuestra edad. 

Dormí sobre una cama de agua hasta que vine a Europa. 

Y fue aquí donde, quizá hace 20 años ya, que dejé las colchas de la infancia atrás y descubrí los edredones, de los que soy fan eterno. 

Sin embargo, hoy, desde un autobús, vi una vitrina por la ciudad que exponía mantas, mantas y más mantas. 

De muchos tipos y texturas. 

Y volví atrás en el tiempo, y recordé algún invierno, yo descalzo por casa, envuelto en una manta por toda la casa, tomando leche con galletas para desayunar. 

Igual que hoy, pero sin el edredón, que abarca mucho más que las mantas, o que las colchas finitas mexicanas. Siempre las recuerdo de color rosita claro, o blancas, o color salmón.

2 comentarios:

Gato Pardowski dijo...

Pues déjeme le cuento, que el clima en estos tiempos, es espantoso, totalmente. Hemos alcanzado al alba los cero grados, y siendo aún otoño en estas latitudes, será cosa de preocupación el invierno.

Un abrazo...

AOG dijo...

Pues le deseo la más calurosa de las estaciones, en la medida de lo posible.

Un saludo...