sábado, 19 de junio de 2010

Status Quo

AOG, Madrid

Hace unos días acudí a un grupo de meditación en el centro de Madrid. Siempre he tenido una relación extraña con la meditación. 

De pequeño, Madame Mère nos llevaba a meditar al Ashram en México. Recuerdo que me encantaba ir. Todo era distinto y místico.

La comida, sobre todo, era algo exótico –en un país donde de por sí la cocina es exótica por naturaleza-.

Recuerdo que por los pasillos del edificio (porque aquel Ashram era de esos a los que van las clases pudientes y se encontraba en uno de los mejores barrios de la capital mexicana) solían pasearse monjes e iniciados, con sus túnicas blancas, sus ropajes anaranjados, las cabezas rapadas. 


En fin, era toda una experiencia para nosotros niños. Podíamos meditar si queríamos, o no. 

Siempre había niños de otras personas por ahí desperdigados, haciendo ruido y bulla, y que de vez en cuando algún monje o acólito les daba un ligero toque. 

Molestaban -o molestábamos-, era obvio, pero supongo que para los más avanzados, el ruido infantil no era un problema. Uno no puede meditar siempre en el desierto ¿no?

Recuerdo que muy a menudo daban imágenes del gurú al que seguían en ese particular Ashram, viajando por el mundo. Ese pequeño aspecto me parecía extraño. Tan de estrella del Rock y tan alejado del espiritualismo que todos eximían.

Las multitudes acudían a verle, escucharle y, supongo, aprender de él. 

Yo, que era un niño pequeño, ateo, rebelde e incrédulo, no entendía como la multitud y la espiritualidad convivían tan bien.

 Lo mismo suelo pensar cuando veo imágenes del Vaticano. Aunque reconozco que hay una gran diferencia entre la espiritualidad budista, y el show de la iglesia católica en su máximo esplendor barroco.

En fin.

Volviendo a Madrid. Un amigo me había hablado del grupo de meditación en cuestión. Me pareció positivo acudir y ver de qué iba.

La última vez que me dio por hacer meditación en serio fue hace unos cinco años en el East End londinense, y desde entonces, nada. 


Y la verdad es que meditar siempre es algo que siento que me ayuda. Me apacigua. 

He leído que la meditación ayuda a alcanzar la felicidad, y que cuanto más meditas, más feliz eres.

Recuerdo haber leído un artículo respecto al hombre más feliz del mundo

Este buen señor , Matthieu Ricard, resulta que meditaba horas al día, y ahí radicaba su bienestar. 

Como buen hereje que soy, la posibilidad de pasar todo el día meditando me produce pavor. Es obvio que no soy un iniciado.

En la meditación del otro sábado, quedo claro que tampoco era uno de los elegidos.

Mi amigo se presentó algo tarde y entramos cuando ya todo había empezado. 

A diferencia de los centros que he visitado en otros países y en otros momentos, en éste la gente meditaba: alguna en posición de flor de loto, otros sentados en una silla, otros tirados en el suelo panza abajo. 

No es lo que a mi me habían enseñado, pero callé, miré, y no dije nada a nadie después.

Al poco de entrar, el gurú que dirigía la meditación se puso a hablar. 

La habitación en la que meditábamos era inmensa y estaba poblada de balcones que daban a la calle, que se metía en nuestra sala con cada grito de niño, con cada cláxon de coche, con cada madre dando órdenes a sus retoños, con cada conversación de móvil a voces.

Había mucha paz en el ambiente, sin embargo, y esto me gustó. 

Cuando terminó de hablar, tocó una campana budista y empezó de nuevo la siguiente  fase de la meditación. 
Así varias veces.

En un momento dado, nos hizo caminar para sentir el suelo (esto ya lo conocía de Londres) y nuestros pies tocando el piso. 

La verdad es que me sentí un poco como un animal de ganado en ese punto de la tarde; éramos muchos en  la habitación, y la gente camina toda a su paso, no al mío.

Esto me produjo un poco de ansiedad que se unió a la ansiedad producida antes de ir a la meditación cuando vi la cara de una persona conocidísima -a quien tengo cero ganas de ver en la vida-, salir de una sala de yoga 15 minutos antes de que empezara la meditación. 

Salí corriendo a la calle en aquel instante porque no supe qué hacer en ese momento. 

¿Le hablaba? ¿Le ignoraba? ¿Le contaba mi vida? 

Era obvio que no podía ignorarle si le miraba. Sería muy maleducado.

Pero todo ocurrió como en esos momentos cuando el instinto toma las riendas de tu ser y actúas más que piensas. Pegué un brinco del sofá y me vi en la calle en pocos segundos. 

Al amigo que me había invitado no le conté lo ocurrido porque la verdad me sentí muy infantil e inmaduro. 

Debería uno ser capaz de hablar con este individuo, pero el hecho de que le llamo individuo significa que me va a costar más de lo que estoy dejando ver.

Volviendo a la meditación, me vino bien acudir para relajarme post-brinco. 

He de confesar que me costó mucho. Los nervios, la ansiedad, el ruido, la falta de práctica, unida a la risa que me producía ver a algunos “elegidos” hacer la flor de loto como si fuesen un nativo, unido a las posturas “trascendentales” de otros, con los brazos en súplica, la espalda erguida, la concentración en “full”, bueno, me parecía un casting más que una meditación seria. 

Pero como en todo, aunque yo soy muy criticón, la verdad es que traté de concentrarme y preocuparme sólo de mi y mi mente. Difícil pero no imposible.

Tras la meditación vino el turno de las presentaciones y las historias. 

Tenías que decir tu nombre y además buscar algo en tu vida reciente que contarle al grupo. 

La mayoría de la gente dimos las gracias al grupo por permitirnos asistir  y poco más. 

Un chico nos contó que mientras viajaba por la India -una de las muchas veces que estuvo por ahí (se me olvidaba que presenciaba el concurso "Perdona pero YO soy más budista que tú") -, resulta que se le acercó una mujer a pedir dinero.    

Nos contó que él no suele dar nada a los pedigüeños en la India porque, claro, el país está poblado de ellos.

Cuando doy solo con la cabeza no suelo darles nada. Pero cuando me lo pide el corazón, entonces sí”. 

Y esa mujer y su mirada “Que ojala la hubiéseis podido ver; era tan humana que me llegó al alma de una manera especial”, lo habían conseguido. 

Me gustó que dijera que cuando da dinero lo hace sin ver a quien es ni para qué va a ser y simplemente da dinero y punto. “No me importa que se lo gasten en alcohol o en droga. No tengo que juzgarles”.

No fue el único que aportó una pequeña historia. Otros también lo hicieron, pero con menos éxito. Al final, una hora más tarde, nos fuimos. 

Era un grupo extraño, he de decirlo, poco homogéneo, y sin embargo,  funcionaba. De hecho, me enteré más tarde que lleva vario tiempo funcionando.

Después de la meditación, ¡ala! Todos a cenar a algún sitio.

Me gustó que fuese tan social y me permití acompañarlos a cenar.

Sólo conocía a una persona, mi amigo, pero pronto conocí a algunos más. Creo que ninguna mujer se vino a cenar, lo cual me parece extraño sólo ahora que me percato de ello. Aquel día, por lo visto, no me di cuenta de esto.

Durante la cena, y camino del restaurante, vi como la gente se bifurcaba hacia el grupito en que más le gustaba estar. 

Me sorprendió mucho que hubiera tales divisiones. 

Durante la cena, la gente se sentó más o menos con su grupo, aunque también es cierto que algunas personas revoloteaban de grupo en grupo, según iban quedando vacias las sillas. Hacia el final de la misma, se quedaron los, supongo, más veteranos.

Resumo los acontecimientos que siguieron diciendo que, para ser un grupo de gente que hace meditación budista, son un poco conflictivos. No sé exactamente qué pasa entre algunos de ellos, pero hay algún tema no resuelto del todo con el que se tropiezan de vez en cuando.

Camino de casa aquella noche pensé en el Ashram de México, con lo que vi esa noche y me pregunté si no pasaría lo mismo en México, con la diferencia que un niño no siempre se entera de los pormenores y entresijos del mundo de los adultos. Y ahora que lo pienso, ¿no pasaría algo parecido en Londres también?

No lo sé. Quizá no. Los británicos tratan siempre de ser lo menos conflictivos posible y de llevarse bien entre ellos. Siempre prima el status quo.

jueves, 17 de junio de 2010

Hasta en las puertas del Infierno

AOG, Madrid

Parece que siempre estoy escribiendo de amistades y amigos. Hoy también. Ha sido una semana curiosa. Los hay nuevos, pero vuelven los antiguos. Y ya era hora la verdad. 

Uno de mis amigos de Londres, un chico canario que resulta ser la única persona que conozco de su nombre, y al que hace tiempo no veo, me dijo una vez que hay que tener amigos hasta en las puertas del infierno. No se equivocó.

Todo esto empezó hace unos nueve días. 

Una chica relacionada con un amigo del Facebook me pididó que la añadiese como amiga. 

Lo hice, y desde entonces nos hemos llevado muy bien. Finalmente logramos conocernos el pasado domingo en el Círculo de Bellas Artes. 

Fuimos a cenar y descubrimos que tenemos muchas cosas en común, además del chico en cuestión, que resultó ser su  hijo. 

Hablamos de muchas cosas, entre ellas de si los exilios se heredan. Ambos decidimos que sí, se heredan. Al igual que las penas y las angustias. 

La felicidad, eso sí que no sé bien si se hereda. Quizá es algo que solo pertenece al que la tiene y se esfuma si la trata de traspasar a otro. No así lo triste.

Dostoievsky dijo que todas las familias felices son iguales. Quizá todas las buenas amistades también.



Por si fuera poco, mi mejor amigo de cuando yo iba al instituto en EEUU por fin se puso las pilas y abrió una cuenta en Facebook. Bueno, fue su novia la que le obligó. 

Hace años que no sé nada de él y le tenía la pista perdidísima.

Le mandé un par de mensajes y al poco tiempo me mandó su móvil. Fue increible escuchar su voz. La última vez fue hace más de 12 años. 

Me contó de su vida y bueno, las cosas la verdad que no le han ido muy bien. Es una pena, pensé que su vida sería mejor de lo que me comentó. Pero hay un rayo de esperanza digamos. 

Se acaba de mudar de Florida a Texas con su nueva novia y su nuevo trabajo. 

 Espero que se asiente un poco y las cosas le empiecen a ir mejor. 

La memoria me hace recordar buenos momentos a su lado. 

Claro, cuando uno mira hacia atrás, borra lo malo y pule lo bueno. Qué rara es ella, ¿no?

Pero hay más. 

Un día más tarde, sin querer, abrí el cuaderno  rojo que lleva meses en la mesilla de noche y que ha pasado desapercibido días y noches enteras. 

Ahí estaba la dirección de correo de un par de amigos que no veo desde que me mudé a Madrid. 

Recuerdo perfectamente el día en que la escribí, delante de ellos, un día que yo ya sabía que la mudanza al extranjero se acercaba. 

De hecho el cuaderno ya lo había comprado en el extranjero.

Llevo desde entonces buscando la dichosa libreta  por todas partes ya que, a pesar de que vivimos en un mundo globalizado y blah blah blah, mis amigos no salían por ninguna parte, Google o no Google.  

A veces pensaba en que no volvería a saber más de ellos. Y esto, la verdad, ya me ha pasado demasiadas veces.

Tanta tecnología para nada ¿no? 

Aunque en verdad la tecnología me ha ayudado a hacer nuevos amigos. Incluso una vez me buscó pareja (pero hablaremos de eso en otra ocasión). 

Goa....

Ni corto ni perezoso les escribí inmediatamente y resulta que se mudaron a Goa, en la India, donde han abierto un hotel y un refugio de perros. 

Sí, ya me han invitado a ir, aunque de momento no entra en mis planes (Slumdog Millionaire puede acondicionarte mucho aunque no quieras).

Uno de ellos me pasó, sin que yo se lo pidiese, la dirección de otra amiga que teníamos los dos en común, a la que no veo desde hace unos diez años. 

Me contó que su padre había fallecido y que ella se había mudado a otro barrio de Londres. De momento no me ha respondido al correo. Ya veremos.

Es curioso que todos estos encuentros se han dado en muy pocos días y casi uno detrás de otro. Es una precipitación amistosa de alto grado. Inesperada pero bienvenida.

La verdad es que estoy bastante contento con lo que está pasando. 

Gracias Facebook, Google, tecnología, y, como no, Universo.

Que conste que sigo buscando a mis amigos de la infancia de México. 

Si no se los tragó la tierra, quizá algún día dé con ellos.

domingo, 13 de junio de 2010

Budismos cotidianos

AOG, Madrid

Es curioso que siempre se dice que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. 

Esta semana he experimentado una pequeña pérdida que acabo apenas de resarcir.

¿Cual?

Este blog.

Resulta que hace un par de días, como ustedes habrán visto en sus cuentas de blogger, se me ofrecía la posibilidad de cambiar el aspecto del blog. 

Pensé que podría dinamizar un poco el look. 

¡A mala hora se me ocurrió!

Llevo 48 horas con el blog cambiado, sin saber qué hacer para recuperar el anterior, atacado de los nervios. 

En fin, un desastre personal. Pequeño, pero desastre al fin.

Hace unos tres minutos por fin descubrí que era posible dar marcha atrás y dejarlo todo como estaba. 

Con los enlaces a todos los periódicos, con mi foto como a mi me gusta. Con los colores que elegí hace tiempo. Tonterías, puede ser, pero para mi importante.

Ojala la vida te permitiera deshacer los pasos equivocados, ¿no?

Aunque, si utilizamos al budismo como ejemplo, no hay pasos equivocados. Dicen.

jueves, 3 de junio de 2010

Madrid de noche # 1

AOG, Madrid

He vuelto a casa andando, como tengo por costumbre desde hace tiempo. 

Una amiga se había ido a una "society" fiesta en la embajada italiana (sin invitación) y pensé en acompañarla. Sin embargo, preferí volver a casa.

Fue un paseo placentero. Ir de noche por Madrid siempre suele ser agradable. Me despeja un poco.

Me he dado cuenta que desde que ha vuelto el calor a la ciudad, la gente abre más las ventanas. Las vidas ajenas se asoman más a la calle. Anónimas pero visibles. 

Es curioso, y a la vez embarazoso, asomarse desde la acera a las salas que asoman con luz tenue a la calle. También lo es morboso.

Al llegar a la plaza de Colón,  frente a las piedras escultóricas, sopló una brisa caliente. Me gustó. No me suele gustar el calor, pero me gustó ese aire nocturno caluroso.

La plaza de Colón está invadida de chicos jóvenes que practican con la bici, la patineta (¿el patín?) -alias Skateboard-, o los patines aprovechando que la ciudad está en otro sitio y que la plaza es mayoritariamente suya. 

Me gusta que estén ahí, practicando, y no por otros sitios haciendo otras cosas. No por juzgarlos, sino porque es más sano que hagan eso. 

No sé si conocen a los chicos que se ponen a hacer un poco de breakdancing bajo las torres de Colón, a escasos metros de ellos.

Quizá no, la juventud es tan sectaria. 
O bailas o patinas. 

Los bailarines suelen tener más chicas con ellos, practicando.

Los de la plaza de Colón no suelen verse rodeados de chicas aunque de vez en cuando se ve alguna.

Pues andando, por el paseo central de la plaza, alcé la vista y vi como la brisa mecía la bandera que está ahí colgada.

No soy muy de banderas ni de nacionalismos, pero es cierto que ver un trozo de tela ondear suavemente al viento es algo muy relajante. 

Me puse a pensar por qué me gustaba ver esa bandera, y creo que es porque la tela de la misma mecía como si fuese de seda.

Pensé si a alguien se le había ocurrido ondear banderas blancas, o de otro color, sin mensaje político alguno. 

Creo que Christo suele hacer cosas parecidas. Espero poder verlo en persona algún día.



Salí de la plaza sin más, dejando atrás a los chicos, y me pregunté por el paradero de los amigos que he dejado atrás en otros países durante años.

Es cierto que el Facebook ayuda a acercarte a algunos de ellos, pero no a todos. 

Y llegué a casa un poco acalorado, y pensando en ellos, y en que, de momento, no he logrado llenar sus puestos -no he consiguido reemplazarlos-, en Madrid, y eso que llevo varios años de audiciones. En otras palabras, estoy falto de varios amigos todavía. 

miércoles, 2 de junio de 2010

Cliente a pesar de todo

AOG, Madrid


Hay un sitio del que escribo mucho porque voy mucho a él: Diurno

Se trata de una cafetería modernilla que está en Chueca y que me encanta, francamente. Se llama a si misma "drugstore cultural".

Desde que estoy en Madrid, he visto como ha ido cambiando poco a poco. 

La dirección ha hecho cosas que me parecen absurdas, y otras que me parecen un acierto. 

Así han pasado varias temporadas en las que he ido o no según los cambios del momento. He llevado a familiares, a amigos, a conocidos y hasta a desconocidos al sitio. Es un buen punto de encuentro.

Hace algunos meses, por fortuna, Diurno consiguió quitar la cámara de gas que dividía el local en fumadores y no fumadores. 


Era una especie de jaula de plástico con ventanas que lo único que lograba era que el humo de la misma pasara a los que nos sentábamos en la zona de no fumadores. 

Muchas veces, si estaba vacío o casi, me sentaba en la zona de fumadores que es donde se econtraban los sofás.

A los fumadores los mandaron a otra sala, subiendo unos escalones y ahí han vivido sin molestar a nadie y sin que nadie los moleste.

Bueno, la sorpresa de la semana es que han cambiado la zona de los sofás. Han cambiado los sofás, eso lo primero. 

Ahora hay unas cosas parecidas, aunque más altas, y con menos fondo. 

Enfrente de ellos, han puesto varias mesas atornilladas al suelo de cemento. Unas dos por sofá.

¿Qué parece? Parece un McDonald's, es lo que parece. Y no digo eso de manera negativa, al fin y al cabo esa empresa gasta millones en la decoración de sus locales y no dudo que parte del gasto vaya a que la gente esté cómoda, pero por poco tiempo. 

Supongo que los dueños del Diurno querrán que ocurra algo parecido. Aquella comodidad ha desaparecido.

Supongo que si fuese dueño de ese local, me interesaría mucho que la gente venga, compre, y se vaya lo más pronto posible para que entre gente nueva -de siempre el Diurno ha tenido mucho público y no es raro ir para no encontrar asiento y volverse a marchar-, y consuma. Lo entiendo. 


Pero como no soy dueño, y lo que soy es cliente, me molesta que esa zona sea menos cómoda que antes. 

Es una pena. Y me imagino que nos toca sección "Sofá McDonaldizada" por un largo tiempo. 

En fin...