domingo, 23 de enero de 2011

La ira del volante

 AOG, Madrid

Este mediodía decidí dar un paseo hasta Atocha desde la plaza de Colón. Hacía sol, aunque también mucho frío, pero pensé que el caminar me haría bien. No estaba solo en la calle, con lo cual es obvio que a más gente se le ocurrió.

No quise ir sólo por Recoletos, y al llegar a Cibeles, doblé a la izquierda, crucé la calle, y me fui andando por Alfonso XI hasta la calle Juan de Mena, donde decidí ir calle arriba hasta el Parque del Retiro.


 Ahí empezó todo. Este 'todo', duró unos segundos, pero, como suele ocurrir en estas ocasiones, los segundos se hicieron eternos.

Mientras subía por Juan de Mena, empecé a escuchar voces y vi a algunos viandantes que se paraban a ver algo. 

No distinguía bien lo que era, pero al irme acercando, más subía el volumen de las voces, y, desgraciadamente, fui testigo de una agresión, o mejor dicho, de un asalto.

Vi como un señor de unos 30 años zarandeaba, y trataba por todos los medios dar una paliza, no un golpe, una paliza, a un señor más mayor que él, de entre 56 y 62 años, en mitad de la calle.

Por si fuera poco, tres, quizá cuatro, mujeres se interponían entre ambos. 

El señor mayor, quiza por sabio, quizá por cansancio, o quizá por no querer liarla aún más, era totalmente pasivo, mientras que el otro, el grandullón (aunque ambos eran más o menos de igual porte) quitaba a las mujeres de enmendio con las manos, como el rabo de un toro hace con las moscas, y estas, nada más recobrado el equlibrio, volvían a entreponerse. 

Al principio no era claro lo que ocurría. 

¿Cómo era posible que un señor agrediese a otro durante un buen tiempo, en mitad de la calle, mientras que el otro no hacía nada por agredir a su agresor y no hacía más que ir marcha atrás? 

No ya el abuso verbal, que era fuerte, sino el físico, era apabullante.

Las mujeres en muy poco tiempo se volvieron histéricas ya que el chico estaba iracundo, y ellas no podían hacer nada. La ira consumía al agresor.

Tanto grito daba, que lo que había pasado, parece ser, era que el señor mayor, al cruzar Alfonso XII, había osado, en pleno paso zebra, a darle una patada a la rueda del Citroen Xsara del mameluco. No sé si con razón o sin ella. Obviamente el conductor actuaba como si la razón estuviese de su lado. 

Un señor mayor le había dado una patada a la rueda de su coche, y esto le permitía darle una paliza, o las que él quisiera, en la mitad de la calle, delante de su novia (una de las señoras de abrigo de piel), de las acompañantes del señor mayor, y de todo Madrid ahí presente.

Independientemente de que el chico tuviera la razón, o no, a una persona no se le puede agredir en la mitad de la calle por semejante minucia.

Cuando una de las mujeres se puso a gritar que ya habían llamado a la policía, el chico, y su novia/esposa/ hermana/ amiga volvió a su coche, muy a regañadientes, y se fue, dejando atrás una escena sacada de una película de guerra. 

El señor mayor en el suelo, mujeres a su alrededor que no daban crédito. Inopia. 

Se empezó a acercar más gente como para dar apoyo a esas pobres tres mujeres que, una vez más, dieron una lección de humanidad, sobre todo porque una de ellas era la acompañante del agresor y era, probablemente, la más angustiada, porque luego ella se tuvo que ir con él y aguantar la subsiguiente descarga, además de la realidad de tener a ese hombre en su vida.

No quiero ni pensar en si su actuación tendrá consecuencias. De verdad espero que no.

Yo en ese momento de revoloteo público me acerqué a la esquina para apuntar la matrícula y el modelo del coche. 

Me vio, pero creo que o no sabía lo que estaba haciendo, o le dio igual y huyó. Porque no hay otra palabra que describa aquello. 

Después de zarandear y agredir a un señor y tres mujeres, y salir pitando cuando escucha la palabra "policía", a eso únicamente se le puede llamar huída. 

Cuando me quise acercar al señor mayor para decirle que contara conmigo como testigo, había desaparecido. No sé como se fue tan rápido, si cogió un taxi, o qué. 

El caso es que no había nadie, más que yo con una matricula apuntada en el móvil. 
Para tratar de calmarme un poco, a nadie le produce gusto ver semejante abuso, seguí caminado hasta la Cuesta de Moyano, donde los libreros estaban cerrando los puestos.

Bajé hasta el Paseo del Prado en unos 40 minutos, aprovechando los puestos que estaban abiertos para ver los libros y calmarme un poco, y, tras mucho meditar, decidí acudir a la policía. 
La policía me sorprendió con su falta de interés por lo sucedido.

Como no me había pasado nada a mí, yo no podía denunciar nada.

Y, francamente, me molestó que tuviese casi que pedirles por favor que tomaran mis datos por si el señor mayor llegaba a denunciar lo ocurrido. 

Me entristeció que en España este tipo de cosas ocurran y no pase nada. 

Me molesta que un señor crea que puede tomarse la ley en sus manos y agredir a otro porque le da una patada a la rueda de su coche, y que todo quede impune. 

También me molesta vivir en una sociedad donde la gente cree que puede, o debe, dar patadas a los coches, y las razones, muchas veces muy válidas, detrás de las patadas. No deberíamos ser tan violentos. O mejor dicho, no deberíamos ser violentos.

Me molesta que la policía no vea delito alguno, o falta, y que muestre cero interés. Me pregunto como puede ser que un ciudadano vea una agresión, y no la pueda denunciar por no ser él el agredido. 

¿Si uno ve a una mujer agredida por su marido, no debe hacer nada?

¿Solo protegemos a las víctimas de la violencia de género? 

¿Y a las víctimas de la violencia? 

Hoy fui testigo de un asalto, de una agresión, de violencia callejera, de la ira del volante. 

De la chulería de un conductor hacia un viandante, que iba con una mujer a su lado, y quizá sintió la necesidad de demostrar su hombría agrediendo a un señor más mayor que él, y a tres mujeres. O quizá no. 

Quizá es una persona que tiene problemas con su temperamento. Quizá ni eso. 

Simplemente puede ser que en ese momento se le cruzaron los cables, o que tenía un mal día, o que venía discutiendo con la mujer que le acompañaba, o, bueno, miles de razones. 

Pero ninguna excusa su comportamiento. Me gustaría publicar la matrícula de su coche, pero no puedo ser tan incívico. 

Sobre todo porque sé que ahí afuera hay personas todavía peor que este señor, que se sienten muy justicieras, y gustan también de tomar la ley en sus manos. 

Y como decía mi profesora de Civismo, el barro no se puede cubrir con lodo. 

Tengo que conformarme (que ya es bastante consuelo en sí) con que la policía tiene mis datos, y con que si el señor que fue agredido denuncia lo ocurrido, y la policía ata cabos, si es necesario, me tiene como testigo. Y en los tiempos que corren, creo que eso ya es mucho.

miércoles, 19 de enero de 2011

Burocracia VS. la humanidad

AOG, Madrid

Qué cosas tenemos los humanos. Cuanto más nos empeñamos en deshumanizarlo todo, más humano lo hacemos.

Esta mañana acudí al médico. Entré y tuve la oportunidad de escuchar brevemente una conversación entre las chicas de la recepción, y una señora particular de unos 60 años. mientras que esperaba al ascensor.

Hablaban de una tercera mujer, no presente en la clínica -o al menos, no en la recepción-. 

No sé bien si mayor, joven, o de la misma edad. No sé si era su hija, su amiga, su madre, su suegra, o la vecina del quinto.

El caso es que las señoritas de la recepción necesitaban que la tercera mujer, no presente, firmara algo. Algún documento. 

Y la señora les explicaba que la otra mujer, dijeran lo que dijeran ellas, no podría hacerlo.

"Es que no puede escribir, ni sabe. Ni leer."

"No sabe firmar."

"Ni aunque le cojamos de la mano lo va a hacer."

Las señoritas, gustosas del oficialismo médico propio de una administración pública como es la Sanidad en Madrid, se habían topado con una realidad, quizá lejana, pero imponente como ella sola. 

Había aquí una persona incapaz de gestionar un trámite como marcaba la sociedad. Y, era obvio, el trámite en cuestión era necesario y se ha de llevar a cabo.

Pero la señora no daba su brazo a torcer, y como última instancia, sugirió la mayor de las falsificaciones.

"Como mucho, le diré a mi marido que haga como la firma de ella. Como que firma él, pero que lo haga mal". 

Ahí el favor forzado para no volver locas a las secretarias. 

Se hará lo que se pueda, pero ni mucho menos lo que se pide. Y se hará, además, a nuestra manera. Sin ofender claro está. Y porque os hace falta, no porque creemos que sea verdaderamente necesario.

No era capricho. Era simplemente la realidad de la gente en ese momento en el que la humanidad no puede con lo exigido, y se repliega a lo más básico, lo más universal en todos nosotros. 

Interpreté su solución como un, 'lo hago, por vosotras, pero es obvio que además de imposible, se hará de esta otra manera, o no se hará del todo'.

No solamente no iba a firmar la tercera señora, sino que el marido de la mujer que estaba en la clínica estaría dispuesto a cometer un pequeño delito a favor de la persona ausente. 

Dijeran lo que dijeran, las cosas no iban a poder ser como ellas querían.

El triunfo, claro está, fue pírrico.

No trascenderá más allá de aquella consulta, pero me gustó presenciar, aunque fuese de manera efímera, el espíritu humano. 

Las cosas, por mucho que la modernidad se empeñase, y por mucho que la burocracia lo dictase, se harían como mejor podía una persona, aún a pesar de todo. 

Subí a ver a mi médico con una sonrisa en la cara. Aunque pírrica, la victoria era ciertamente universal. 

Todos somos esas señoras. La que no puede porque no puede, y la que defiende el que la otra no pueda como quieren los demás.

El mundo amarillo

AOG, Madrid

Hace quizá un año, quizá un poco menos, volvía andando a casa del trabajo por la noche, ensimismado con mis pensamientos.

Tras cruzar la plaza de Colón, cuando todavía la estatua estaba en un lateral de un parque/plaza tan extraño como incoherente de cara a la Castellana en su esquina, me decidí por visitar el Vips de la calle Génova. 

No era la primera vez, ni tampoco la última. Era, simplemente, una vez más. 

Entré sobre la medianoche, aunque bien podrían ser las 23:20, y me fui derechito a los libros, como suelo hacer siempre. 

Como he hecho esta noche al salir de clase de francés.

Entre los muchos títulos que siempre hojeo y nunca compro, me saltó a la vista por enésima vez el libro 'El mundo amarillo', de Albert Espinosa. 

No era un libro muy grande, ni con muchas hojas. El autor no me sonaba de nada, y mucho menos el libro. 

Sin embargo, algo hizo que lo abriese, y leyera de manera trasversal algunas líneas -no puedo decir que una página entera-. 

Y fue al cabo de un rato (aunque un rato define un buen espacio de tiempo, y esto fue un ratito, pero tampoco, ya que fue aún menos que eso, pero más que un segundo) que vi una idea de las que él propone que me hizo interesarme por la lectura un poco más. 

Era el tercer punto de su filosofía:

"Espera treinta minutos. Es cuando aparecen las energías que te permitirán solucionar el problema."

El libro en sí trata sobre el cáncer. Y el autor habla de lo que ha aprendido del mismo. 

Esta idea de los 30 minutos se me quedó por dentro desde aquel día y la he utilizado en más de una ocasión desde entonces.

No quise comprar el libro, y lo dejé en la repisa. 

Los siguientes meses visité varias veces ese Vips, y ese libro, siempre leyendo la misma idea. Pero no lo compraba. 

¿La excusa? 

Bueno, que tengo ya muchísimos libros en casa que aún están por ser terminados, y añadir uno más, así, sin razón específica, pues no tiene caso.

Y un día, un buen día, un día en Navidades 2010, el libro desapareció de la repisa. Del Vips, y de mi vida inmediata.

Con las ventas de la temporada, y la necesidad de hacer sitio a los bestseller de toda la vida de siempre, supongo que este librito sobraba. 

Habrán vendido la última copia y Santas Pascuas.

Pero su memoria quedó conmigo. Basta que el libro desaparezca para que justamente quiera comprarlo. Y no estaba por ninguna parte. 

El problema se complica cuando confieso que no me acordaba del título, únicamente de la forma y color del mismo: amarillo y pequeño, casi de bolsillo. 

Hoy, como dije, acudí a clase de francés, y al salir, me acerqué al Vips de Gran Vía, por si acaso. No vi el libro. 

Vi otro libro, titulado algo así como "Como hacerlo todo; 2" o algo por el estilo (es obvio que los títulos no son lo mío). 

Lo abrí y leí algo muy curioso. "Como escoger el nombre de tu hijo a lo egipcio". 

El consejo/instrucción en cuestión te pide que escribas unos cinco nombres en un pedazo de papel. Y que enciendas una vela a cada nombre. 

La primera vela en extinguirse señala el nombre que se ha escogido. Me pareció algo muy curioso y digno de no olvidar. 

También vi un libro en inglés de Banana Yoshimoto, pero no lo compré. 

Me pareció caro y, bueno, ya tengo muchos libros en casa blah blah blah...

Me acerqué a ver si veía el libro Amarillo, pero no estaba. Lo positivo era que, al menos, me acordaba de parte del título. No sé como pero me vino a la cabeza lo del amarillo.

Una hora más tarde -y con un poco de pánico ante la posibilidad de haber perdido el libro para siempre-, en casa, me pasé unos 30 minutos haciendo cábalas y fórmulas hasta que di con el nombre del libro en cuestión. 

Lo hay en La Casa del Libro de Gran Vía. 
Por fin. 

PS: (Claro, ahora que lo tengo localizado, queda por ver si lo compro algún día o no...)

lunes, 17 de enero de 2011

Año Nuevo y Chino

AOG, Madrid

Han pasado varios días desde que empezó el 2011 y, he de admitir, que este año he notado la muy bien conocida y trasnochada 'cuesta de enero'.

Hablando con una amiga hace un par de días, ella me comentaba que estaba sorprendida con la lentitud del país para recomenzar. Que la resaca de la Navidad 2010 aún era notable.

Me contó que había puesto un anuncio para buscar una secretaria, pero que apenas el pasado jueves empezaron a llegar los currículums y el interés. 

El anuncio, curiosamente,  lo había publicado la primera semana de enero.

Consecuentemente, el año empieza lentamente para todos. 

Quizá ocurre que no nos queremos desperezar del todo de las fiestas y encarar la que se avecina: un año más de crisis. 

Aunque también puede ser un año más de oportunidad, de esperanza, de gratas sorpresas. En fin, un año nuevo, con todas las páginas en blanco. Como todos. Pero como dijo Mafalda, ¡habrá que ver quien tiene los codos en el tintero!

Yo he dado el año por comenzado con el interés por los idiomas. 

La semana pasada me apunté por fin a clases en L'Alliance Française. Pero las clases no empiezan hasta el día 18 de enero. Para ellos también empieza todo un poco rezagado.

Y por si fuera poco, la semana pasada acudí con un amigo a La Tabacalera, o el centro social autogestionado, como reza en su página web

Se trata de un espacio 'Okupa' que hay en Madrid, en la glorieta de Embajadores. 


Esta imagen muestra uno de sus espacios culturales. Y tiene varios.
Nunca había estado antes y, francamente, el sitio es impresionante de lo inmenso y laberíntico que es.

En él pude presenciar clases de baile tropical, de Big Band, pude ver muestras de un grafitti alternativo, aunque de estilo también conocido.  Las imágenes suelen tener un elemento de enfado, de cabreo. Se reivindica algo casi siempre.

Me sorprendió un espacio espiritual sólo para personas negras. No dudo que lo necesiten, pero me extrañó ver algo excluyente en un sitio que parece ser incluyente sobre todo.

Pero lo que para mi fue impresionante de verdad dentro de este sitio, es el hecho de que una persona, o en este caso varias, regalen su tiempo para hacer algo productivo por los demás. 

La semana pasada acudí a mi primera clase de chino, impartida por una profesora llamada Teresa, y que, además, es gratuita.

La clase, al no costar nada a los asistentes, estaba abarrotada. Según el email que me llegó esta mañana éramos unos 60 alumnos, y las profesoras han decidido dividirnos en 3 grupos, de unas 20 personas cada uno, con diferentes días de asistencia. 

Yo me he apuntado al único día que no coincidía con francés, y mi amigo ha hecho lo mismo para que vayamos juntos.

Siempre es mejor la vida compartida, ¿no?

Confieso que mi pareja -además de regalarme las clases de francés-, me regaló un método de chino que todavía no he utilizado mucho. 

Miedo, sobre todo, y también la falta de tiempo son los principales responsables de que esto haya sido así.

Pero he de decir que la clase de la semana pasada me quitó un poco de miedo a la lengua más hablada del planeta: el chino mandarín. 

Es decir, aunque el inglés sea la lengua más universal que tenemos en el planeta, bien es cierto que hay más chinoparlantes que angloparlantes. 

Sobre todo si sumamos a los chinos que también hablan inglés. 

O cuando menos, eso que está tan de moda decir que se habla hoy en día: Globish,* o el inglés globalizado que hablan las personas cuya lengua materna no es el inglés. Es decir, el inglés que se habla en Barcelona y en Manaus.