AOG, Madrid
Normalmente en España, al llegar la primavera, el tiempo cambia en manera ascendente.
Es decir, los días se van haciendo poco a poco, y grado a grado, más calientes hasta que el verano toma el relevo y la península se cuece viva.
Digo normalmente porque este año no ha sido así. Parece ser que antaño, tampoco lo era.
Me cuentan que antiguamente la primavera era una estación de cambios súbitos, de lluvias y chubascos repentinos, seguidos de calores y sofocones.
Pero en algún momento de la historia, dejó de ocurrir con tanta exactitud.
De un tiempo a esta parte, el clima era un termómetro en alza donde llovía poco, o nada, hasta el otoño.
Este año, sin embargo, no ha sido así. Esta mañana, en el quiosco de al lado de casa, la quiosquera y una clienta hablaban del tiempo.
"Como han bajado las temperaturas"
"Es cierto; dicen que mañana llueve"
"Menos mal, porque este calor no hay quien lo aguante"
Me sorprendí porque en España, la mayoría de la gente no suele hacer ascos al calor. Ya se pueden estar asando vivos que el país, cuanto más caliente, mejor.
Siempre me ha sorprendido que piensen así. No todos, claro. Hay personas que no les gusta el calor, pero son las que menos.
Esta tarde me junté con dos amigos. Uno de Nueva Jersey, y otro madrileño. En un momento de la tarde nos pusimos a hablar de las ciudades preferidas de cada quien.
El madrileño enseguida dijo que le encanta Granada, y se sorprendió al saber que ninguno de los otros dos habíamos estado ahí.
"¡Pero si es maravillosa! ¡Preciosa!"
Aún así, no la conozco. Ni mi amigo tampoco (aunque a él, viviendo en EEUU como vive, se le puede excusar la omisión).
"¡Pues tienes que ir!"
"Sí, ya iré"
Más tarde, pensando en mis palabras, me puse a pensar en la de veces en la vida que la gente nos dice algo que, en principio, puede ser sorprendente para nosotros, o bueno, o que se puede convertir en una ventaja de algún tipo. Y no hacemos caso.
Solemos decir que sí, pero por dentro sabemos que de momento -o para siempre-, la respuesta será que no. Ni hablar. No es que no nos interese la propuesta, es que simplemente no cabe en nuestra vida.
Podría ir a Granada, y conocerlo, pero de momento no cabe ese pensamiento en mi vida.
Y a veces me pregunto si eso está bien. Si deberíamos escuchar un poco más a los demás, y un poco menos a nosotros mismos.
Es dificil, lo sé. Casi imposible, y totalmente improbable. Pero casi imposible no significa imposible del todo. Solo significa que no ocurrirá si de nosotros depende.
Lo cual es extraño pues, y ya lo dicen las ciencias orientales de la filosofía, todo depende de nosotros.
¿Debería ir a Granada? No estoy opuesto a la idea, pero, ¡Granada! La idea me produce un rechazo. No la ciudad, eso no. No me interesa la Alhambra tanto como el palacio de Carlos V.
Lo siento, cada loco tenemos nuestra neura particular, y la mia es esa. No es que no quiera ver la Alhambra, claro que quiero verla, es solo que me parece más interesante el palacio renacentista.
Pero ahora mismo, en mi vida, con todo lo que tengo encima, me parece un mundo el irme a Granada ahora mismo. Una locura leve. ¿Una locurita? Si lo pienso, en breve me doy cuenta de que no cabe en mi vida ese viaje. No ahora mismo. Quizá más adelante.
¿Y qué viaje cabe en mi vida ahora mismo? Pues, sin ir más lejos, irme a San Petersburgo. De alguna manera, la lógica que rige mi vida (y cada uno tenemos la propia) me indica que tiene más sentido que yo haga más por irme a Rusia que a Andalucía.
Sí, lo sé, locura total. Pero en mi cabeza tiene más sentido una cosa que la otra.
¿Será por eso que las personas escuchamos poco a los demás? Quizá los intentos de doblegarnos a la lógica ajena se topan con nuestras defensas naturales y todo pensamiento foráneo a nuestro entendimiento (por equivocado que esté) es rechazado a priori.
Obviamente, no estoy del todo convencido que esto sea saludable, ni mucho menos recomendable.
Sófocles
Recuerdo un personaje que siempre me ha confundido por lo ilógico de su existencia. En la obra de Sófocles Edipo Rey sale el famoso vidente invidente Tiresias.
Siempre me ha intrigado su existencia pues su don, y a la vez su maldición, es la posibilidad de ver el futuro (el don) y el que nadie le haga caso (la maldición).
Nunca entendí de pequeño el como Tebas entera ignoraba a la única persona que, una vez tras otra, acertaba en todo.
Pero ese era el castigo divino por haber visto desnuda a Atenea: la ceguera, y el premio por mediar entre los dioses -como asegura la mitología- : la videncia.
Qué irónico, ¿no? Quizá los griegos ya sabían que la lógica personal estaba sobre cualquier lógica ajena, y, por ende, no había lógica alguna ya que todo en el mundo era relativo. Y supongo que seguirá siendolo siempre, aún a pesar de que a nadie le conviene que esto sea así pues alguien ha de ser siempre el recipiente de la sabiduría y el conocimiento arbitrariamente.
No podemos, como especie, permitir que todos nos acojamos a lo personal pues lo universal ha de imperar sobre todos. E pluribus Unum, como reza el lema del escudo de EEUU.
De no ser así, ¿no sería este mundo un desastre todavía mayor?