


Por primera vez en muchos años, el 23 de junio volví a México, a Yucatán. Nunca había estado en esa zona y lo que he visto me ha asombrado, desfallecido, alegrado, apabullado.
De nuevo visito un país rico en recursos. México tiene de todo, pero le falta, o mejor dicho, le sobra corrupción. El México que dejé atrás de pequeño no ha desaparecido del todo. Y no me refiero al bueno (aunque ese sigue en su sitio, tanto en mi memoria como en la realidad) sino a ese México que parece a todas luces ser progresista y moderno y en verdad acarrea una idea de corrupción decimonónica que no tiene canje ya en este siglo.
En fin, la mezcla de belleza y pobreza no me ha dejado inerte. Hay mucho que decir. Mucho que hacer, aunque no sea a mi a quien ataña la tarea.
El mar es lo que más me ha impresionado. Nunca había visto esos azules. Es la primera vez que puedo decir, sí, el mar es azul. El azul del mar entre Playa del Carmen y Cozumel.
También tuve oportunidad de conocer Mérida, capital de Yucatán. Ciudad muy bella y colonial. Tuvo su época de gloria y ostenta inclusive 2 palacetes franceses en el Boulevard Montejo. Sólo en México diría, aunque sé que me equivoco. Sé que tanto Cuba como Brasil tienen palacios en sus junglas, fruto de la riqueza del XIX.
Pero esto va de México. Durante mi estancia me informé de la opinión pública yucateca y quintanarooense ante las elecciones del domingo. En ambos sitios se piensa que sería AMLO el ganador. Francamente me ha sorprendido la situación actual de empate. ¿Empate? El hecho de que el PRI no se encuentre entre los ganadores me hace pensar que, bueno, sí, será empate.
Según me informaron, todos preferían que ganara Felipe Calderón pues se temen que México se convierta en Bolivia, aunque me decían que seguramente ganaría AMLO. Muchos no creen que el populismo sea la solución a los problemas de México.
¿Lo será la de algún sitio?
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