miércoles, 7 de abril de 2010

Más que 1.000 palabras

AOG, Madrid


Bueno, tenía que pasar algún día. La tele se ha roto. 
¡¡¡Demonios coronados, Satán y Lucifer en salmueraaaa!!!

 Sí, ya sé que es uno de los gajes de la cotidianeidad, pero no deja de incordiarme. 

Anteayer estuve viendo la televisión por la mañana. La apagué, y, al volver a casa por la noche, el aparato estaba muerto. 

Claro, hice todo aquello que se suele hacer cuando esto pasa. 

Me cercioré de que todo estaba enchufado; miré los cables; traté de encenderla manualmente varias veces. Pero nada. No funciona.

Lo peor de todo es ese sentimiento estupido que te hace no entender qué puede haber pasado ya que la última vez que utilizaste el aparato, funcionaba a las mil maravillas y tu cerebrito no te da para captar que, aunque funcionase la última vez, ha dejado de hacerlo por razones inverosímiles. 

Resumiendo cuentas, hay algunas opciones que considerar:

1- Arreglar la tele

2- Comprar una tele nueva (con sus consecuentes opciones televisivas)

3- Vivir sin televisión

Hace unos días, escribí acerca de la suerte (post aquí) y como esta nos visita silenciosamente y sólo nos percatamos de ella cuando se va. 

Pues bien, dentro del universo en el que convive el dicho chino que dice "cuidado con lo que deseas (guapa), no vaya a ser que se cumpla" (lo de guapa es de mi cosecha que con el cabreo no estoy para filosofías pulcras) resulta que no hace ni diez días que en mi cabecita se metió la idea de vivir sin tele. 

Fue un pensamiento fugaz y me vino a la cabeza pues cuando recién me mude a esta ciudad, estuve casi dos meses sin el aparato. 

Leí mucho, salí mucho, y me aburrí mucho también. De hecho, entre mis prioridades tras comprar sofa, mesa, sillas y cama, la siguiente fue la mal llamada "caja tonta" (que de tonta no tiene un pelo, por cierto). 

En aquel entonces se estaban poniendo muy de moda las televisiones planas, y, dado el espacio reducido en el que vivo, un aparato que ocupase poco espacio era ideal. 

Dado que mi presupuesto es parecido al de cualquier haitiano residente en Haiti, compré aquella que mis dineros estudiantiles se podían costear (ok, vale, un haitiano clase media que trabaja vendiendo helados a turistas) y desde entonces he vivido felíz con ella. 

Y así, con ese pensamiento, pensé durante algunos segundos en cómo sería mi vida sin la televisión. Contemplé la  rosada fantasia que sería el tener tiempo para leer, estudiar, y hacer todas aquellas cosas para las que nunca tengo tiempo. Una entelequia. Nada de eso ha ocurrido.

Mi actual situación lo único que me produce es ansiedad. Por mi trabajo, necesito estar al día en lo que ocurre en el mundo. 

Hay personas que escuchan la radio para informarse. Mi pareja, sin ir más lejos. Y otras que sacan la información de los periódicos. 

Aún otras se informan de lo que pasa por boca de otros, ya sean vecinos, familiares o amigos. 

Yo me informo viendo la televisión. Siempre fue así. 

La imagen, como bien dicen, vale más que 1.ooo palabras. 

Y yo siempre he sido una persona muy dada a lo visual en todas sus gamas y manifestaciones. 

Y sin televisión no estoy al día. 

No solo por las noticias, sino porque, aunque duela decirlo, la televisión produce cultura, además de adicción e información (o desinformación, como uno quiera verlo). Me siento bastante desconectado del mundo sin ella. 

Supongo que es porque cuando voy de vacaciones, lo último que hago es ver televisión. Mi desconexión con el planeta es total siempre y cuando no haya una tele cerca.

Quizá si el quedarme sin televisión hubiese sido una decisión mía, no estaría escribiendo esto. Estaría escribiendo las razones por las cuales he dejado atrás el vicio (Y es un vicio. Pero es más que eso, también es una virtud). Pero no fue así.

Hace algunos años, tuve en Londres un amigo que vivía sin televisión. Simplemente no podía comprarse una. Era fotógrafo. No se jactaba de la vida sin ella, ni presumía de no tener una. No la tenía y punto. 

Cuando le conocí, me pareció una pequeña tragedia su vida.

Con el tiempo, su situación cambió, y siguió sin comprarse una, más por obstinación que por otra cosa. Y luego tuvo pareja, y con la pareja entró la tele en su vida. Y nunca más volvió a vivir sin ella.

Además de él, también conocí otras personas que vivían sin televisión. 

Sin embargo, sus razones por no ver la televisión eran propias de gente snob que hace por aparentar, no por principios. 

Nunca les tomé en serio, aunque no quiere esto decir que no piense que hay personas que no ven televisión por principios -sean los que sean-. 

Al fin y al cabo, es una decisión personal sin más, pero no me gusta que la tilden de 'intelectual', ya que, a mi ver, un 'intelectual'  ( o 'cultureta' como suelen decir en España), no puede ser tal si no está al tanto de todo aquello que produce cultura y que la cultura produce.

You Tube

Tengo en Madrid algunos amigos que han dado el salto de la televisión al internet y no pueden vivir sin You Tube. Son más jóvenes que yo. Tienen otros intereses e inquietudes. 

Nada les divierte más que poner el You Tube y mondarse de risa con las peripecias mal grabadas de los demás. Lo respeto, pero no lo comparto. Lo veo como un divertimento a corto plazo y que pronto me aburre, pero ellos, hasta lo ven por la tele.

Conectan la red a sus súper pantallas (hoy en día, la tele, cuanto más grande y plana, mejor), y, cuando he ido a sus casas, se pasan la tarde, o la noche, intercambiando videos. 

No niego que puede ser divertido y entretenido, pero, al cabo de un rato, me aburro. No sé si es generacional, intelectual, o simplemente cosa de gustos. Desde que no tengo tele, he tratado de suplir su ausencia con este portal en cuestión. No me funciona. Me aburro a los 15 minutos.

Pantallas planas

Ayer, de camino a casa, pasé por una tienda. Vi los modelos de televisión en el mercado. Las teles planas han bajado de precio. ¿Por qué? Diría que por las nuevas tecnologías. 

No hace ni seis meses, una televisión LCD o de Plasma costaba por encima de los 7oo euros. Ya no. Ahora las que están por las nubes son las de LED con Alta definición HD. 

Las de plasma y LCD, aunque maravillosas, lucen menos. -y a propósito, claro-.

Esto era obvio en la tienda. Por alguna razón, aquellas pantallas que no hace mucho relucían por su nitidez y tecnología, ayer parecían el pariente pobre. Los DVD de animación de Pixar no emitían en estas pantallas. 

Los habían subido a la sección Blue Ray y a las nuevas televisiones. Lo moderno volvio a triunfar sobre lo obsoleto, aunque presente.

Desenfocadas, borrosas, en fin, la tienda hizo todo lo posible por conseguir que te lleves la tele de 1.500 euros de LED, y no la de 599 de Plasma/LCD.

¿Injusto? Bueno, el marketing es así.

Y yo, sigo sin televisión. Todavía no me trepo por las paredes, pero pronto...pronto...


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