viernes, 19 de febrero de 2010

Conejo chino, conejo frito

AOG, Madrid

Suerte, destino, ¿o premonición? ¿Quizá superstición?

Ayer leí un relato del libro de Paul Auster que estoy leyendo "True tales of American life"

No es un libro que haya sido escrito por él. Más bien, es un recopilatorio editado por el neoyorquino que está lleno de historias y relatos cortos que el autor leía en un programa de radio en EEUU y que reflejan, en parte, la vida en aquel país.

El relato del que quiero hablar un poco se encuentra en la sección titulada "animales". 

Resumiendo, una chica va de visita a casa de una amiga. En la sala, se sienta en una silla porque un gato está durmiendo en el sofá. No lo quiere molestar.

Al poco rato, ve bajar otro gato por las escaleras y se lo dice a la dueña. Esta responde que no es un gato, si no que es el conejo de su hija.

Y ella responde algo así como "he leído que los conejos que andan sueltos suelen mordisquear los cables eléctricos y electrocutarse". 

La amiga responde que sí, que bueno. Que no le importaba mucho la información.

A los pocos minutos, saltan los  plomos y la amiga desde la cocina empieza a gritar.

Como es de imaginar, el pobre conejo yacía frito en el suelo, con el cable de una lámpara mordisqueado en la boca, echando chispas y rostizando poco a poco al pobre animal.

En la historia la amiga no gritaba porque el animal había muerto, gritaba porque acababa de ocurrir algo eternamente más transcendental.

Le dijo a su amiga algo así como "¿te das cuenta que hace un minuto podías haber pedido cualquier cosa y se hubiera cumplido? ¡podías haber pedido un millón de dólares y habría ocurrido!"

La autora escribió que así era, que podría haberlo hecho.

Yo me pregunto si la buena suerte, y la mala suerte, no será algo que va por ahí flotando y que, como la brisa, se nos pega y luego nos deja.

Me viene a la mente el viejo proverbio chino "cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla". 


La isla de Wight


Hace unos años, estaba con mi pareja de aquel entonces en la Isla de Wight, al sur de Inglaterra. Él se había comprado una casa que estaba en obras y yo había viajado hasta ahí para ayudarle un poco el fin de semana (¡lo que hacemos por amor!). 

Habíamos estado toda la mañana quitando las zarzas que tenían inundado el jardín delantero de la casa. Fue una obra laboriosa y punzante. Aunque tenía guantes especiales anti-pinchos, era de esperar que algún rasguño me llevaría. Y así fue. 

Aquel fin de semana su coche estaba en el taller, y teníamos que transportarnos por la isla en autobús o en taxi. 

Y la casa en cuestión estaba en un pequeño pueblito perdido en la isla (en una isla perdida en el mar), junto a una carretera comarcal de poco tráfico, pero con su parada de autobús, como en toda civilización que se precie. 

El estár ubicado donde (como dicen) Cristo perdió las chanclas y no fue a por ellas por lo lejos que quedaba no significa para un inglés que no haya una apariencia de urbanidad civilizatoria.

Decidimos salir a comer algo, o quizá a comprar algo, no recuerdo bien. Salimos de casa, y caminamos hasta la parada de autobús. 

Nada más verla pensé, -cielos, vamos a estar aquí horas esperando al autobús-, y dije algo por el estilo en voz alta. 

"¿Dónde están los taxis cuando necesitas uno?" exclamé con contundencia.

En ese mismo momento, pasó un taxi vacío que, de habernos asomado, hubiéramos visto y parado.

Al verlo, ni corto ni perezoso, un nanosegundo más tarde dije "¡¡y un millón de dólares!!" extendiendo la mano como quien ofrece la palma boca arriba para comprobar si llueve o no.

Nos quedamos estupefactos los dos. Reímos. Y ya, como dice el dicho, de perdidos al río, nos pusimos a pedir cosas, una detrás de otra. Pero el momento había pasado. La buena suerte visitaba a otro ya. O a otros.

Al poco rato pasó el autobús.

Tras haber leído ayer la historia, me volvió ese incidente a la cabeza, el día en que pedí un taxi, cuando podía haber pedido cualquier cosa.

¿Vienen y van las suertes? No creo que nos acompañen, (quizá sí a algunas personas), pero, puede ser que nos acechan? ¿Nos eligen o es un fenómeno natural, como el que un grano de polen se nos meta en la fosa nasal y estornudemos, o el que empiece a soplar el viento, o haga frío?

¿Son algo supernatural? ¿Natural? ¿No existe?

Los estadounidenses hace años que se buscaron una definición para la suerte: consiste en estar "In the right place at the right time". En el lugar exacto/correcto a la hora exacta/correcta.

Quizá sea una explicación, pero no la definición. Para mi mismo, creo que tengo dos opciones: o existe o no existe. Y si existe, quizá sea una de esas cosas que nunca explicaremos porque aún no hemos desarrollado el lenguaje ni verbal ni pictórico ni psicológico para hacerlo.

Y sin embargo, sabemos, o creemos saber, que hay algo ahí.

No descarto que sea todo superstición, claro, esa vieja amiga y compañera nuestra, tan antigua como nosotros mismos.

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