viernes, 7 de agosto de 2009

El bichito

AOG, Madrid

En el metro a casa sentí un ligero cosquilleo en la mano derecha. Me miré la muñeca y al principio no veía nada.

Tras girar un poco el antebrazo, de repente, vi un minúsculo insecto verde escalándome el vello. Más pequeño que un suspiro.

A los pocos segundos movió sus alitas transparentes y voló hacia la puerta.

Entre que viajaba de mi cuerpo a la puerta del vagón, el metro entró en la próxima estación.

Era tan minúsculo que no alcancé a ver si salió o no de aquella jaula subterránea.

Me pregunté enseguida el cómo un insecto, claramente habitante de las superficies verdes y vegetales, había acabado entre las venas de Madrid.

¿Lo habrá empujado el viento? Es más que seguro. Alguna brisa engañosa lo habrá engatuzado en el medio del campo y lo arrastró hacia un mundo que no es el suyo.

¿Volverá a la superficie?

De hecho, dada la corta vida de estos bichitos, ¿vivirá para ver de nuevo el sol?

Mientras me preguntaba esto el vagón partió y, unos minutos más tarde, me depositó en mi parada.

A diferencia del bichito volante, yo vuelvo a la superficie. O al menos, al medio ambiente en el que me desenvuelvo.

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