martes, 24 de marzo de 2009

Los abrazos rotos

AOG, Madrid

Cuanto más mayor nos hacemos, más capacidad de aguante adquirimos. Cuando somos pequeños, las cosas nos gustan o no nos gustan. No solemos tener termino medio.

Luego, al hacernos mayores, poco a poco, dejamos de buscar el todo en las cosas, las personas, las parejas, el trabajo, en fin, nuestras vidas.

Mientras que en la juventud no entendíamos del todo como nos podría gustar algo que tenía cosas que no nos gustaban al 100%, por ejemplo, nos podía gustar una materia en general, pero no toda ella- como puede ser la geometría o la historia-, la incipiente madurez nos permite admirar las cosas a pesar de sus –en nuestros ojos-, fallos.

Nos puede gustar un coche, aunque esté abollado. Nos puede gustar un jersey en particular, aunque tenga un par de agujeros. Nos puede gustar una ciudad, a pesar de sus ciudadanos.

Algo parecido pasa con la última película de Almodóvar. Me gustan muchas partes, pero no es perfecta. Varios críticos han mencionado que el guión tiene agujeros. Creo que no se equivocan.

Es curioso el talento que tiene el director manchego para lustrar y hacer brillar una historia que, al terminar, deja algunos cabos sueltos, y otros brillan por su ausencia.

Los abrazos rotos es, para mí, una película que juega -y a veces se quema-, con la verosimilitud. No siempre está ahí. Y tiene muchas cosas que funcionan bien.

La música, los actores, las actrices, el decorado, las localizaciones (aunque no sé el por qué de Lanzarote, no creo que aporta mucho), el vestuario.

Quizá lo que más hecho en falta es la idea. Almodóvar es uno de esos directores que siembran una idea en cada película. El amor de una madre, el despecho, la indiferencia, el agrado, la inocencia, etc.

Sin embargo, esta cinta, si tiene una idea, no es una idea que yo haya visto. No digo que no esté, simplemente se me ha escapado.

Y paso ahora a los puntos del rodaje que más me han llamado la atención.

Primer punto:

El protagonista. Desde hace 14 años, se ha dejado de llamar Mateo Blanco y se ha cambiado de nombre para olvidar el pasado. Ahora se hace llamar Harry Caine. Muy interesante.

Pero el caso es que en España, es imposible que uno se llame de pila Mateo Blanco y que algún juzgado le permita cambiar de nombre, esté ciego o no.

Según el Código Civil, uno puede cambiar los apellidos de sitio, o puede utilizar los apellidos de los abuelos- uno paterno y otro materno-. Pero lo de pasar a ser Harry siendo Mateo, es difícil.

Imposible que Blanco pase a ser Caine. No en España, por desgracia.

Cierto, que dentro de la historia, se puede entender que es sólo su nombre artístico.

Pero estamos hablando de un señor que vive en España, y que es invidente y necesita ayuda para sobrevivir.

Si resulta que sólo los que le conocen le llaman así, pero que para cualquier gestión con el resto del país se sigue llamando igual, esto no se ve. Nos tenemos que creer que ahora se llama así para bien o para mal.

Repito, lo encuentro poco verosímil.

Luego, hay personajes que entran, pero no salen, y otros que no entran nunca en escena, y a veces sientes que faltan.

Segundo punto:

Hay escenas que en la vida real no se desarrollarían como lo hacen en la pantalla. Pocas personas se caen por las escaleras y se quedan mudas e inertes al llegar abajo.

Creo que antes que el miedo, llegaría la ira. Pero en esta cinta, la ira, cuando llega, llega a deshora. Llega mal. Y además, ya no hace falta cuando lo hace.

Tercer punto:

De las relaciones de los personajes, diré que hay algunas que cuestan creer tal y como el director nos las pinta.

No conozco a ningún hijo/a de madre soltera que se toma el descubrir la identidad de su padre como si nada, como si en vez de haberle dicho, "Fulano es tu padre," le dijeron, "y no te olvides de comprar lechuga para la cena". Inverosímil.

Hay cosas que no cuajan. No.

Cuarto punto:

La trama se desarrolla entre dos épocas, ambas muy bien filmadas. He leído varias críticas que tocan el autocanibalismo del autor; que habla de cine, de sí mismo, y se auto copia (aunque no todas las críticas son malas).

Me parece que a Esteban Murillo no le dirían esto.

¿Pero cómo Esteban? ¿Otra vez una virgen con niño ascendiendo a los cielos? ¿No sabes pintar otra cosa?

O a Velázquez, ¡Oh no! ¡Más meninas no!

No comprendo como puedan achacarle falta de imaginación a un artista que hace lo que sabe hacer bien y que además, ¡horror de los horrores!, haga siempre lo mismo.

Picasso. Chopin. Beethoven. Etc. No diré más.

Me sorprende también que en la pantalla la trama se desarrolle hasta un punto que, cualquiera diría que el director se ha dado cuenta de que no queda más película, y que hay que acabar esto ya.

Quinto punto:

El desarrollo del nudo me pareció precipitado y poco à propos de lo que estaba pasando.

Los catálisis de la acción a veces poco tienen que ver con su desarrollo. Es cierto que, a mi ver, en Los abrazos rotos hace falta algo más de re escritura por parte de su autor escribano. Su autor director hizo una muy buena labor.

Punto seis:

Es un placer ver a Rossy de Palma. En apenas unos segundos casi se come la película entera. Lo mismo hace Carmen Machi. ¿Quién lo hubiera dicho?



Por su parte, a Blanca Portillo le ha tocado un papel que se mueve entre el dolor, el ansia y la amargura. Diría que también la rabia, aunque no sé por qué está rabiosa. Una de esas cosas que faltan.

Es muy recomendable ver el último corto de Almodóvar, La concejala antropófaga. Está muy ligado a esta película. Un guiño muy personal y que se agradece.

Aquí lo pongo por si alguien quiere verlo.




Punto VII:

Hay personajes muy almodovarianos aquí y allá que traicionan la vena tragicómica del autor. Y menos mal que lo hacen.

Son aquellos que nos regalan frases que se harán parte del credo del cineasta. Aquellos que nos regalan no sólo lo que dicen, sino el cómo lo dicen que pronto repetiremos en reunión con algún amigo.

Penélope Cruz está soberbia durante la película. Frágil y falsa a la vez. Un placer.

Apartado octavo:

Quizá mi única crítica, la que más me duele hacer, pero la que más siento, es que en esta obra, conviven dos películas. Una que hace de hilo conductor, y otra la película en sí. Es una pena que al encenderse las luces, uno se queda con las ganas de haber visto Chicas y Maletas, en vez de Los abrazos rotos. Es la que más me interesó; parecía la más divertida.

Es como cuando un abrigo de lujo deja entrever un vestido de gala asombroso por debajo, entre botón y ojales.

El abrigo no está mal del todo, pero lo que de verdad nos va a dejar despampanados es el traje de noche de diseño que se deja entrever.

Creo que esta metáfora remata mejor que cualquier otra esta última obra del maestro Almodóvar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

como cualquier pelicula de almodovar.. no te puedes levantar ni a mear.... sino te pierdes con esas tramas tan...bien echas pero locas e intrincadas...
me fascina