sábado, 27 de diciembre de 2008

Los glamoures del viajero, y el té de manzana

AOG, Londres


Día de viaje y teclado inglés. Acabo de llegar a Londres. Menudo viaje.



He de decir que no me gusta viajar con Ryanair. Justo cuando pensaba que esta línea aérea no podia emperoar -o mejorar-, resulta que van y lo hacen. Lo primero.


La última vez que viajé con ellos, recuerdo que el nivel de 'cutrismo' ya era elevado. Bueno, se han esmerado, aunque quizá en positivo. Me explico.


Desde hace tiempo, Iberia, Líneas Aéreas de España, ha cambiado el diseño de sus asientos. Ahora -me parece que son de Recaro-, Iberia nos ofrece un asiento donde no hay la rejilla de toda la vida.


Aquella que te guarda la revista de a bordo - tan necesaria si has sido tan tonto que no has pasado por el Relais H para comprarte algo que leer-, la botella de agua, el iPod, en fin, todo aquello que necesitas cuando vuelas.


No hay rejilla. La línea de bandera ofrece como mucho, una pequeña ranura donde cabe la susodicha revista de a bordo, y quizá hasta un libro no muy gordo de bolsillo. Bueno, pues así hasta Caracas o hasta donde vueles. Es una pena, pero es Iberia, after all. ¿Qué se le puede pedir a una aerolínea con dotes de mediocridad?


Pues resulta que Ryanair está haciendo lo mismo. Lo de los asientos que no tienen rejilla. Y que tampoco se reclinan. Pero, no te lo pierdas, para ahorrarse unos eurillos más, no llevan ni siquiera la ranura de la revista de a bordo.


Mientras que hasta easyJet te deja la revista en el respaldo del asiento de adelante, Ryanair emplea una azafata o un azafato para pasearse y ofrecerte la revista de a bordo, no vaya a ser que se gasten.


La rejilla en cuestión tiene otra función. El hombre, es decir, nuestra especie, tiende por naturaleza a producir basura a su alrededor.


En un avión, necesitas un sitio donde dejar el café que te has terminado, el kleenex, el sobre de azucar, el envoltorio de los chocolates del duty free que te acabas de zampar, la publicidad que te insertan en las revistas. En fin, todo. Y esto suele terminar en la rejilla y, más tarde, en una bolsa de basura.


Pues no en Ryanair. Todo el desperdicio que produzcas lo has de sujetar hasta que el personal de a bordo decida pasearse con una bolsa de basura (gash bag en el argot aéreo) y dejarte las manos libres una vez más.


Mi educación no me permitió dejar la basura en la mitad del pasillo, pero no puedo mentir y decir que no pensé en ello más de una vez.


Pero el cutrismo de esta low cost fue más allá todavía. Hoy vi algo que nunca hubiese imaginado, ¡faltaba una ventanilla!


En verdad dos, una a cada lado. Justo en la fila 12, donde me senté - y dónde minutos más tarde una chica italiana muy poco agraciada y bastante rechoncha con un novio bastante cachas y de aspecto maghrebí, se sentó junto con ella-.


Y desde donde, al poco tiempo de despegar, los tripulantes de a bordo se quedaron sin sandwiches y bocadillos.

¡Y las ventanas estaban tapiadas! ¿Se puede ser más cutre o más ordinario?


Se puede sí.


También resulta que la aerolínea necesita hacer anuncios cada 30 minutos más o menos para sufragar todo lo que sus ya más que conocidos recargos por todo no sufragan todavía.


Primero para anunciar el servicio de trolley, luego los scratch cards -los cuales, te informan amablemente, hace poco otorgaron a una pasajera de Madrid un Fiat 500-. ¡Pero no se preocupen, aún nos quedan dos! Y a cada rato, un anuncio nuevo. Me parece innecesario. Además de incordiante.


Al llegar a Stansted, hice cola para coger el autobús. Unas señoras africanas, con todo el morro del mundo, se colaron detrás mío y, a los pocos segundos, delante mío.


Decir que estaba sorprendido es poco. Primero dejaron las maletas, como si nada, a través de la barra y enfrente del señor que estaba detrás mío. Después vinieron andando, como si de un paseo se tratara, y se quedaron de pie junto a sus cosas. Como si nada.


Obviamente les tuve que decir que, uno, hay una cola, y, dos, que ésta empieza detras de donde estaban de pie. Me pusieron una cara entre el asombro y el cabreo y con algo de mala leche, una de ellas se fue, dejando a la amiga con las maletas.


Al irse, la señora que estaba enfrente mío, de procedencia india, me contó que ella ya las tenía caladas y ji ji ji, ja ja ja.


Siempre tengo la impresión de que los africanos en Londres son de lo más maleducados. No todos, claro, pero bastantes. Y sospecho que es porque los ingleses, tan propensos a invadir cualquier país de la mano de EEUU, también son muy capaces de pasar de ti campantemente, y a todo lo que no sea británico lo dejan en paz. Id est, lo ignoran.


Tanto se puede colar delante tuyo una tribu de pigmeos como que les puede dar un ataque al corazón, no se inmutarán. Así están. Ellos y los que tenemos que vivir con ellos.


En el autobús, un chico, también africano, se puso a hablar en el móvil con la novia durante media hora. El viaje duró 45 minutos. Y cuando llegamos al barrio de Stratford seguía hablando con ella. Tenía la manía de peinarse el cráneo a cada rato.


Las cosas de Londres.


Ya una vez en casa, me fui a comprar algo de cena. Aquí es día de fiesta (Boxing Day), y todo estaba cerrado menos los negocios no europeos.


Todo menos el turco donde compré un Kebab. Mientras esperaba, el buen señor, y por primera vez en mi vida en esta ciudad, me ofreció un té de manzana. Y al irme, me regaló una lata de Coca Light.


La educación turca. Y el frío londinense de diciembre.





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