AOG, Madrid
Hay semanas en las que no pasa nada. Tu vida discurre de manera normal (en lo que cabe) y que las cosas se suceden de manera orgánica. Natural y sin más.
Esta no ha sido una de esas.
Primero, resulta que el chico africano del Día, al que no doy propina por abrirme la puerta, me la ha dejado de abrir la puerta susodicha.
Francamente es lo mejor que podía pasar. No me gustaba que me abriese la puerta esperando una propina que yo nunca le daba. Hace unos días me vio y la mano que se acercaba al pestillo de pronto volvió como medio enfadada y fatigada al costado de su dueño.
Me miró. Le miré. No cruzamos palabra, pero creo que el pobre chico estaba fastidiado al ver que nunca le doy nada y él venga abrir y cerrar la puerta.
No le hubiese dado más importancia de no ser por lo demás que ha pasado esta semana.
Primero, me he pasado los últimos 7 días rompiendo vasos y platos.
El primero, el que más me dolió, era un vaso medio púrpura de Coca Cola de los que te dan si compras algún menú súper especial de McDonalds. Bueno, ese vaso ha desaparecido de la manera más escandalosa posible.
Primero saltó (sí, saltó, como suicida islámico) desde la repisa hasta la pila de lavar platos donde se rompió en 100 pedazos y de donde siguió en su misión suicida hasta el suelo donde los restos se estamparon contra el piso haciéndose añicos. Había cristal roto por todas partes.
Algún trozo me cortó un poco la pierna al caer (o quizá al saltar) y he estado con una tirita toda la semana. También tuve polvo de cristal en las manos y creo que hasta en la cara un poco del primer impacto.
En fin, una tragedia doméstica-cocacolistica.
Bueno, la semana siguió igual, con accidentes no todos los días pero casi.
Hoy, en la oficina, ya he roto dos platos al tratar de coger una taza. Primero tiré uno, y al tratar de salvarlo, tiré el otro.
Zás, plink, crash.
Todo fue bastante escandaloso, hay que decirlo.
No contento con luchar contra la loza del mundo y sus aliados cristalinos, también tuve poca suerte en el teatro.
El sábado fui a ver “Los impresentables” en el teatro Arlequín, dirigido por Antonia San Juan. La obra es del dramaturgo Tomás Afán. Aquí una entrevista con este individuo.
Francamente, no me gustó un pimiento. Los actores, Christian San Pedro, Luis Fer Rodríguez y Mª Carmen Sánchez, hicieron lo que pudieron con un guión que pretendía ser gracioso pero que en verdad no lo era.
No hay nada peor que una obra en la cual los actores se están muriendo de la risa en el escenario porque algo gracioso ha pasado y el público mira pensando “¿qué me he perdido?”.
Cuando pasa por octava vez es obvio que lo que te has perdido es la posibilidad de haber ido a otro espectáculo más gracioso.
No los culpo a ellos, ni a la dirección de la señora San Juan. Solo me pregunto con qué criterio alguien pensó que esa obra es verdaderamente graciosa.
No diré que el público no se reía. Algunos reían. Yo sólo lo hice en dos ocasiones. Precisamente el público cayó en esas.
Hoy en el trabajo, después del estrepitoso incidente con los platos de la cocina de la oficina (¡¡Ayy!! ¡¡Esas cacofonías!!) una compañera me dijo que igual lo de los platos es porque alguien me ha hecho un mal de ojo.
Lo que me faltaba.
La buena mujer me dijo que a ella le pasó una vez y que se compró una piedra de turmalina negra, que lo “recoge” todo y a ella le dio buen resultado.
Al ver mi cara de “¿Que qué?”, me dijo que la próxima vez que vaya a Ciudad Real me trae una.
Se lo agradezco. No creo que pueda empeorar las cosas.
Ahora me queda la duda de quien me habrá hecho eso del mal de ojo.
¿Habrá sido el chico del Día? ¿algún mal amigo? ¿la frutera de la plaza?
Pensándolo bien, mejor que una piedrita igual necesito un pedruscón.
Hay semanas en las que no pasa nada. Tu vida discurre de manera normal (en lo que cabe) y que las cosas se suceden de manera orgánica. Natural y sin más.
Esta no ha sido una de esas.
Primero, resulta que el chico africano del Día, al que no doy propina por abrirme la puerta, me la ha dejado de abrir la puerta susodicha.
Francamente es lo mejor que podía pasar. No me gustaba que me abriese la puerta esperando una propina que yo nunca le daba. Hace unos días me vio y la mano que se acercaba al pestillo de pronto volvió como medio enfadada y fatigada al costado de su dueño.
Me miró. Le miré. No cruzamos palabra, pero creo que el pobre chico estaba fastidiado al ver que nunca le doy nada y él venga abrir y cerrar la puerta.
No le hubiese dado más importancia de no ser por lo demás que ha pasado esta semana.
Primero, me he pasado los últimos 7 días rompiendo vasos y platos.
El primero, el que más me dolió, era un vaso medio púrpura de Coca Cola de los que te dan si compras algún menú súper especial de McDonalds. Bueno, ese vaso ha desaparecido de la manera más escandalosa posible.
Primero saltó (sí, saltó, como suicida islámico) desde la repisa hasta la pila de lavar platos donde se rompió en 100 pedazos y de donde siguió en su misión suicida hasta el suelo donde los restos se estamparon contra el piso haciéndose añicos. Había cristal roto por todas partes.
Algún trozo me cortó un poco la pierna al caer (o quizá al saltar) y he estado con una tirita toda la semana. También tuve polvo de cristal en las manos y creo que hasta en la cara un poco del primer impacto.
En fin, una tragedia doméstica-cocacolistica.
Bueno, la semana siguió igual, con accidentes no todos los días pero casi.
Hoy, en la oficina, ya he roto dos platos al tratar de coger una taza. Primero tiré uno, y al tratar de salvarlo, tiré el otro.
Zás, plink, crash.
Todo fue bastante escandaloso, hay que decirlo.
No contento con luchar contra la loza del mundo y sus aliados cristalinos, también tuve poca suerte en el teatro.
El sábado fui a ver “Los impresentables” en el teatro Arlequín, dirigido por Antonia San Juan. La obra es del dramaturgo Tomás Afán. Aquí una entrevista con este individuo.
Francamente, no me gustó un pimiento. Los actores, Christian San Pedro, Luis Fer Rodríguez y Mª Carmen Sánchez, hicieron lo que pudieron con un guión que pretendía ser gracioso pero que en verdad no lo era.
No hay nada peor que una obra en la cual los actores se están muriendo de la risa en el escenario porque algo gracioso ha pasado y el público mira pensando “¿qué me he perdido?”.
Cuando pasa por octava vez es obvio que lo que te has perdido es la posibilidad de haber ido a otro espectáculo más gracioso.
No los culpo a ellos, ni a la dirección de la señora San Juan. Solo me pregunto con qué criterio alguien pensó que esa obra es verdaderamente graciosa.
No diré que el público no se reía. Algunos reían. Yo sólo lo hice en dos ocasiones. Precisamente el público cayó en esas.
Hoy en el trabajo, después del estrepitoso incidente con los platos de la cocina de la oficina (¡¡Ayy!! ¡¡Esas cacofonías!!) una compañera me dijo que igual lo de los platos es porque alguien me ha hecho un mal de ojo.
Lo que me faltaba.
La buena mujer me dijo que a ella le pasó una vez y que se compró una piedra de turmalina negra, que lo “recoge” todo y a ella le dio buen resultado.
Al ver mi cara de “¿Que qué?”, me dijo que la próxima vez que vaya a Ciudad Real me trae una.
Se lo agradezco. No creo que pueda empeorar las cosas.
Ahora me queda la duda de quien me habrá hecho eso del mal de ojo.
¿Habrá sido el chico del Día? ¿algún mal amigo? ¿la frutera de la plaza?
Pensándolo bien, mejor que una piedrita igual necesito un pedruscón.
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