miércoles, 16 de agosto de 2006

...la primera noche que podremos dormir


Ayer, por primera vez, me sentí como testigo de algo importante y trascendente, algo que nunca antes he experimentado. Algo que espero nunca llegue a vivir en carne propia pero que, viendo como está el mundo, me parece muy pronto para asegurar.

Hablé con el jefe de misión de MPDL en el Líbano quien me contó lo que estaba viviendo, lo que había visto, lo que estaba pasando en ese momento.

Me contó que muchos de los refugiados estaban volviendo a sus casas. Que de la ciudad de Saida se habían ida ya entre el 20 y el 30% de ellos. Que ayer había sido una locura de día el ayudar a tanta gente. Que él, Jean Christopher Saint-Esteban, había estado todo el día con el Alcalde tratando de gestionar comida y alojamiento para todos. Y que no había comida para todos, ni alojamiento pues muchas casas se habían destrozado. Que los vecinos de Sidón eran muy solidarios y que muchos estaban alojando a las personas que se habían quedado sin casa pues preferían la calle a volver a un refugio como los colegios, pues llevaban mucho tiempo ahí. Que la gente estaba actuando como si el alto el fuego fuese permanente, o que al menos eso esperan. Y que Hizbollah acababa de anunciar que ellos reconstruirían todas las casas destruidas en el sur del Líbano sin ayuda de fuera. Que esa noche "…es la primera noche que podremos dormir".

Cuando colgué el teléfono, tuve que darme a mi mismo un par de segundos pues había hablado por vez primera con alguien que vivía un evento histórico en carne propia. Un evento que, aunque mañana Israel vuelva a atacar al Líbano, es histórico. Acababa de tocar, aunque de lejos, un evento de estos que cambian la vida de las naciones. Por primera vez lo había sentido cercano. No era un evento histórico sacado de las páginas de un libro. Era un momento en la historia.

Desde la novena planta, aquí en Madrid, el destino me acercó brevemente al conflicto de Oriente Medio. Y ese sentimiento de tocar la realidad me llenó el pecho de emociones que no había sentido nunca. Me hizo, más que nunca, querer ser periodista. Me hizo querer vivir la noticia. Y entendí lo que sienten, o lo que yo creo que sienten, los corresponsales de guerra. Y me fui a casa contento con el haber decidido estudiar este Master de periodismo hace más de un año.


Me di cuenta de nuevo, que éste era un campo que nunca me aburriría, que siempre sería nuevo y emocionante y que hacía que la sangre me corriera por las venas un poco más rápido.

Pero lo que más me impactó ayer fue que, por primera vez, me enamoré de la profesión. Y aún ahora, mientras escribo esto, siento lo mismo que sentí ayer. Un sentimiento que ha reemplazado al sentimiento que tenía antes. Un sentimiento de miedo, preocupación, inocencia, incertidumbre, y..., o...., bueno, no sé el qué, un sentimiento que se mezclaba con muchas cosas pero que quizá ayer, desde la bruma de una guerra que no era la mía, se esclareció de los demás y me dejó ver su cara. Y nunca antes le había visto la cara a una profesión o a una guerra. Y mejor aún, vi que esa cara, al igual que esa guerra cercana, es la mía también. Como lo serán todas mientras me llame periodista a mí mismo.

No hay comentarios: