jueves, 14 de julio de 2011

Idiomas de temporada

AOG, Madrid

El año se calienta y yo, por razones mil, cada día escribo menos. Al menos en castellano. 

Esto de tener dos blogs en dos idiomas distintos tiene su sortilegio y va por temporadas. 

Por dar parte de algo, digo que las clases de francés han terminado, y las doy por terminadas de momento.

La verdad es que desde que empecé mi nueva andadura profesional, el francés ha sufrido las consecuencias. No hubo semana, apenas quizá una, en la que pudiese acudir a ambas clases. 

Esto lo vi venir allá por abril, y así lo informé a dos compañeros que, por supuesto, me dijeron que hiciera lo posible por ir. Pero hice algo más, hice lo imposible por acudir martes y jueves, pero fue un desastre al final. No he aprovechado las clases.


Las de chino tampoco. Pero esas son gratuitas, con lo que la falta de asistencia me duele mucho, aunque la laguna idiomática me molesta más. Al fin y al cabo, francés más o menos sé. Llevo años con la lengua de Molière a cuestas. 

El chino, sin embargo, es harina de otro costal. Empecé muy ilusionado en enero, pero a estas alturas, julio, poco he aprendido, poco. Y me molesta mucho porque empecé muy bien.

Creo que hay idiomas que nos sientan bien y otros que nos quedan como una patada en el hígado. El francés siempre me ha gustado, y creo que, de alguna manera, me sienta bien. 

Pero es un poco como los trajes. Hay quienes van de traje de lunes a viernes, y hay quien, como yo, los utiliza de vez en cuando. 

No voy de traje todos los días, y el francés tampoco lo utilizo a diario. Pero cuando lo hago…ah ¡como me gusta ir de traje entonces!

Y el chino. Bueno, la verdad es que desconozco si me sienta o no. 

Sé que el italiano no me sienta bien, ni el portugués. Hace poco estuve en Bolonia y tenía que hablar por cuestiones de trabajo con una chica polaca que solo hablaba polaco e italiano. Y nada de inglés (gracias telón de acero). 

La comunicación fue extraña. Resulta que hablo más italiano del que yo pensaba (creo que tanto leer Vogue Italia de pequeño y tanto escuchar música italiana sirvió de algo). 

Pero también resulta que no me pega hablar ese idioma. Sueno extraño al escucharme. Como si tuviese un zapato  con la suela gastada en la boca.

Y portugués…un idioma que me gusta mucho, pero que en mis labios y cuerdas vocales suena falso. Y no es de extrañar. No hablo el idioma apenas ¿cómo iba a sonar sino?

Me sientan bien el inglés, y el alemán. Como cuando te pones un viejo par de pantalones que te sientan de maravilla. 

El castellano…bueno, diría que ese idioma me lo calzo a diario desde que vivo en España, pero que lo que servidor de verdad habla con naturalidad, es español, y de México. 

Este castellano de España lo manejo, lo repito, lo reproduzco más o menos, pero siempre falla algo. 

Alguna palabra rara, alguna expresión mal traducida, alguna entonación distinta a la común. 

Alguna idea que en España no se entiende del todo (sí, Hegel lo dijo, el idioma es cultura, y en mi haber hay algunas conviviendo).

Hace un par de años fui a ver un concierto en el Joy Eslava. Estaba apoyado sobre la barra del bar. 

Una chica me pidió si me podía mover para pedir algo al camarero.

Respondí: “Sí”.

Una palabra solamente.

“¿Eres de México?”, me preguntó.

Anonadado es poco.

No soy de México, pero tengo mucho México por dentro.

Cuando se lo conté a mi pareja se echó a reír. Esto es algo que ya me han dicho varias veces.

El otro día en el trabajo también tuve una situación parecida con un compañero.

Hablábamos de cuando yo estuve de becario en la radio.

“¿En qué sección?”

“En noticieros”

“¡Ja, ja, ja! ¿Notisieros? Ja jaja”

Mi cabeza no entendía el chiste.

“¿Qué he dicho mal?”

“Quieres decir, ¿informativos?”

Sí, eso quise decir. Pero no lo dije. Todo esto de buen rollo, claro.


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