viernes, 29 de octubre de 2010

La semana

AOG, Madrid


Viernes, y doy por acabada la semana. Únicamente porque hoy es el último día laboral, yo mañana seguiré estudiando y, bueno, viviendo como estos días, con un pie en el presente, y otro en el futuro.

Empecé estos días en Londres, de donde volví un poco cansado y asombrado del impacto de las reformas que el Gobierno de coalición quiere implantar. Muchos expertos prevén más pobreza y más problemas. Y no puedo sino unirme a ellos. Pero no llovió apenas durante la estancia.

Juegos

Por lo demás, hace un par de días quedé con un par de amigos, y fuimos a un bar de Malasaña a tomar algo y a jugar un juego de mesa.

Era de esos bares en los que puedes hacer eso. Jugar. Y la verdad que acabé encantado. Siempre quise ir a alguno pero nunca sabía dónde estaban. Mi amigo una vez más me sorprendió. Más me han sorprendido otros eventos esta semana que prefiero olvidar por lo malos que han sido y lo poco que me han aportado.

Síndrome de 13 Rue del Percebe

Esta tarde, tuve uno de esos "momentos". Bajé al baño de la Biblioteca. Había una ventana. Frente a ésta, hay un edificio de oficinas.

Me senté en la taza, mirando a contracorriente por la ventana hacia el panorama que tenía enfrente.

Pequeñas ventanas de actividad lánguida y bien vestida.

Jóvenes que portaban una hoja de papel de un sitio a otro.

Que entraban en una oficina y tras de ellos salía una mujer vestida de pantalones y camisa blanca, con otro papel. O sin nada en las manos. Pelos recogidos y mangas de camisa.

Llamadas telefónicas, y esa luz de oficina, tan propia de otras épocas.

Lo que me hizo sentarme a admirar el paisaje urbano, sin embargo, no fue la oficina, sino el que de repente, vi surcar a dos o tres hojas muertas por los aires. Y tras de ellas, escuché el ruido de la lluvia. Y me senté a seguir oyendo, y ahí fue como vi lo que había delante.

Me sentí un poco raro por hacer todo esto. Ciertamente mi "trono" a la inversa es un espacio poco común.

Pero lo peor fue que al ver esa oficina de paso lento, de amabilidad cotidiana, quise trabajar en un sitio así. Ser una persona lánguida, educada, plácida.

Y recordé que el ruido de la lluvia suena igual ahora que cuando era un niño pequeño. Al menos la lluvia de la ciudad. Con sus coches surcando las superficies mojadas, haciendo ese ruido con los neumáticos tan particular. No se oyen apenas los motores, aunque sí algunas sirenas y algún cláxon.

Supongo que será de los pocos ruidos que quedan intactos de mi infancia.

Y así doy por terminada esta semana.










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