martes, 2 de noviembre de 2010

El dios de la espuma del café

AOG, Madrid

Desde hace un mes aproximadamente, mi vida se ha reconvertido una vez más hacia el estudio. 

Sí, la famosa oposición. Me quita todo. Horas, momentos, suspiros, sueño.
En fin, todo. 
Mis pocos amigos madrileños han sabido, a su manera, llevar poco a poco esta nueva faceta de servidor en la que me ven poco y rápido. 

Normalmente al salir de la Biblioteca a las 22:00 (hora de eche circulodebellasartésico) suelo quedar una o dos veces por semana en el Diurno. 

Ahí, medio dormido, enteramente cansado, y con la cabeza inmersa en el DIP (abreviación de Derecho Internacional Público) y los tratados, estados, costumbres consuetudinatias, y los consabidos CV de 1969 (Convención de Viena sobre los tratados de 1969), les hago un poco de caso. 

Me cuentan cosas y les oigo, y veo que ese mundo al que aún pertenezco, se me presenta un poco alienígena. Un poco extraño. 

Así es, esta es la vida del opositor/ escritor/ periodista/ fashionista/ actor/ modelo/ cantante/ guionista/ fotógrafo/ artista/ hijo/ hermano/ novio/ amigo/ buena persona/ maldito/ amado/ odiado  (o lo que quiera que sea de una buena vez) de hoy.

Por supuesto, huelga decir que mi antiguo yo se rebela con todo esto. El ego es, después de todo, remolón como él solo.

Hace un par de días me vino una mini historia a la cabeza que no pude sino escribir de corrido o me moría. Tenía que hacerlo.
Me consumía el tener que empuñar el bolígrafo contra el papel y dejar que corriese la tinta. 

Una tontería pues la historia en sí no tiene mérito. Creo que era un síntoma de algo más grande, del artista/escritor que hace tiempo dejé de alimentar y se queja.

Reproduzco a continuación las pocas líneas del "relato".

  
El dios de la espuma del café

Estaban un día hablando el dios de los humanos y el dios de los perros. Discutían sobre quien de los dos era más querido, y quien menos.



-A mí me convocan diariamente para que les ayude y les salve de los enredos en los que ellos se meten, dijo uno.



-Pues a mí me hablan incesantemente con todo lo que hacen, no me piden nada, y me alaban hasta cuando duermen, dijo el otro.



-Pero eso no es amor. Eso es un acto de automatismo.



-¿Y es amor la súplica incesante? ¿No te parece que te quieren a cambio de que les ayudes?



-No digas tonterías. Me quieren conscientemente. Saben que me quieren.



-¿Y si no te quisiesen?



-Pero lo hacen; aunque nunca les dé nada, o aunque les dé todo, no me olvidan. Saben que estoy ahí, con ellos. Los tuyos no tienen opción de no quererte. Lo hacen sin más, sin quererlo o queriéndolo. El resultado es el mismo.



Mientras que discutían, el dios de las cosas pequeñas reía hacia adentro.



-No saben que el más querido soy yo. Soy siempre al que menos invocan, pero cuando lo hacen, es con un fervor tal, que sonoriza todos los silencios anteriores. Ante tal amor, ¿cómo no sentirse el  más querido?



El dios de las cosas pequeñas quiso acercarse a los otros dos dioses y asegurarles que era él al que más querían, pero se le interpuso el dios de la espuma del café.



-Déjales que discutan, sabes que no ganarás el argumento.



-Pero, ¡si yo llevo la razón! ¿No crees que mis hermanos verían con gusto su equivocación y dejarían de discutir por algo tan absurdo?



-Has de entender que esa discusión es necesaria para su existencia.



-¡Eso no es cierto! Antes de discutir, ellos ya estaban. Y yo. Y no estoy discutiendo con nadie.




-Resulta que eso no es así. Ellos discuten y se entretienen. El día que no lo hagan, el momento en que uno de ellos tenga la razón, este Universo dejará de ser. ¿No lo sabías?

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