jueves, 8 de julio de 2010

Julio perezoso

AOG, Madrid

Por alguna razón desconocida, este mes me está costando mucho escribir en el blog. 

Primero porque estoy hasta las cejas de trabajo. Cuando llego a casa estoy frito y no tengo ganas.

En la oficina me han cambiado de turno y trabajo horas nuevas con dinámicas nuevas. Somos menos, el trabajo es más. Y sí, estoy agotado.

Y segundo, el calor tampoco ayuda. Madrid se ha convertido en su usual hornito en la tierra que todos conocemos y padecemos.

En el lado positivo, mi vida social ha mejorado. A través de un amigo he conocido un poco más de gente en esta urbe castellana y eso está bien.

Hace unos días sobreviví el "Orgullo" de Madrid.

Es curioso que la gente aún diga que no hace falta. 

El jueves de la semana pasada, en pleno barrio de Chueca, pasé por delante de un señor de entre 55-65 años que estaba entrando en su portal y le decía o otro señor: "esta mierda de maricones" mientras apuntaba con la vista al escenario que se habían montado en la Plaza del Rey. 

Es obvio que el orgullo todavía es necesario.

Por la mañana del sábado, una amiga me llamó.

"¿Qué te parece el holocausto que se va a formar?"

"¿Cual?"

"Si España le gana a Paraguay se van a juntar el orgullo con los hinchas del fútbol ¡y eso va a ser una masacre en plena Castellana!"

Nos reímos los dos, pero algo de cierto tenía. Pude comprobarlo horas más tarde.

Mientras que la Gran Vía era tierra de nadie, llena de gente post-desfile, post-carrozas, post-cervezas, y los barrios aledaños a ella estaban abarrotados de gente, era obvio que muchos de los asistentes no eran homosexuales. 

Muchos, quizá un porcentaje muy alto, eran chicas con sus novios y señores mayores con sus esposas. 

A nadie le prohibo la posibilidad de pasarlo bien, y el Orgullo hace tiempo que dejó atrás la reivindicación política y abrazó de lleno la fiesta y el jolgorio, pero no era menos que extraño que algunos de esos señores, y algunos de esos novios, de vez en cuando soltaban alguna que otra frase peyorativa. 

No tiene caso repetirlas, pero ahí estaban, flotando en el aire.

Más tarde, post mini-concierto de Kylie Minogue en la Plaza de España, volví a Chueca con mis amigos. 

Según acababa la noche, los gays se iban yendo a sus casas, o a sus discotecas, y un grupo potente de chicos heterosexuales (supongo) hinchas de la selección española de fútbol, envueltos en banderas nacionales y con toros negros, borrachos, y sin novia/ligue/sexo esa noche, se empezaron a apoderar de las calles del barrio. Era curioso porque era obvio que buscaban pleito y pelea. 

El alto grado de alcohol en sus venas les había empujado la testosterona y el lado peleonero sacó su peor cara. 

Empezaron las mini reyertas con algunos guardias de seguridad. 

Empezaron a caer por el suelo borrachos. Se tropezaban. Cantaban. En fin, hacían todas las cosas que distinguen a un borracho malhumorado y cabreado. 

Al igual que en Gran Vía, pronto salieron los insultos. En pleno barrio, en pleno día del Orgullo. Se empezaron a meter con la gente.


Era triste que nada haya cambiado después de que haya cambiado tanto.

Es obvio que para ellos, el Orgullo Gay no es nada respetable ni en el mejor de los días. 

Suele ser algo que mucha gente heterosexual no entiende.


Cuando hablo del tema con amigos, siempre sale de la manera mejor intencionada e inocente la misma frase: "¿Pero para qué hacéis el orgullo? No es necesario. A nadie le importa ya".

Y se equivocan.

"El que no te importe a ti, no significa que a los demás no les importe", respondo, y empiezo a repasar una demasiada larga lista de insultos, amenazas, comentarios, y demás bagatelas homófobas de las que he tenido la oportunidad de ser testigo.

Hace falta, y mucho. Y más en los pueblos.



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