jueves, 28 de enero de 2010

Parafernalia Literaria

AOG, Madrid


Hace unos días, leyendo un artículo del NYT, encontré una nueva página de Internet de estas que no sirven para nada pero que te mantienen un rato entretenido. 

Se llama Shelfari.

Es una palabra que combina dos vocablos en inglés: Shelf (balda) y Safari (viaje por las sabana del este de África con bichos, leones, mosquitos, y demás vida salvaje).

La etimología de la palabra safari me parece también bastante interesante. Hay dos posibles orígenes.

Uno del swahili, en el que la palabra "Safari" significa “viaje”.

Y el otro del árabe- safara (viajar), entonces safarīya.

La página en concreto te permite inscribir los libros que hayas leído para catalogarlos de alguna manera. 


Puedes poner cuando acabaste de leerlos, cuando los compraste, qué piensas de ellos. También puedes clasificarlos de alguna manera.

No te permite, sin embargo, cambiar la portada de tu libro, y confieso que es algo extraño subir a tu “Bookshelf” (balda  de libros) un libro con una portada que no te gusta o que no es la que tú tienes.

Tonterías, pero para mi es algo importante. 


Me ayuda a acordarme del libro en sí ya que las portadas de los libros conviven contigo mientras que lees la historia y forman parte de tu paisaje visual y, seguro, del de tu memoria.

También puedes unirte a grupos que discuten los autores, la trama, las ideas, y demás parafernalia literaria.

La idea de catalogar los libros es, depende de lo maniático que seas, interesante. Yo en tres días ya he añadido 92 libros a mi “Bookshelf”.


Es como un pequeño trofeo. Un homenaje a tu intelecto.

También es un monumento a tus gustos literarios. Y a tu vida.

Cuando completas la ficha de tu libro, puedes hacer más cosas con él.


Shelfari te permite:

  • Aprender más sobre el libro
  • Recomendarlo
  • Discutirlo
  • Leer reseñas
  • Añadirlo a la balda del grupo
Como toda red social, Shelfari quiere que te impliques, que no seas un hermitaño, y que participes con todos.

Cuanto más tráfico, más dinero.

Lo que más me sorprendió del invento ocurrió cuando, al haber subido varios títulos, pasé sin querer el cursor sobre una de las portadas.

En ese momento, y sin más explicación, salió de repente una pequeña burbuja con algo de texto. La información que leí me dejó helado.





Resulta que han pasado 26 años desde que leí “Rebelión en la granja”, de George Orwell.

No es que no lo supiera, ¡es que no lo sabía!


La burbuja no mentía, pero nadie le había pedido esa información.


El haber visto esa fecha me transportó instantáneamente al pasado. 

De repente me acordaba de mi vida en aquel entonces. 

Lo hice con otro libro. Y otro. Habían pasado 12 años, 18, siete. En fin. Tuve que dejar de hacerlo porque me vi invadido sin querer por una nostalgia boba. 

Agridulce.

Uno lee, y los años pasan, pero el libro sigue vivo por dentro, y no cuentas los años que han pasado. 


Quizá porque la relación con él sigue siempre viva.

Cuando uno piensa en sus padres, si están vivos, uno no piensa desde cuando son sus padres. 


Uno normalmente empieza a contabilizar a partir de que pasa algo traumático, placentero o importante en nuestra vida.

10 años desde que falleció fulanito.  3 meses desde que conocí a menganita.  4 años con este coche. Una semana con este dolor.

¿Pero los libros? Con los libros no hacemos eso porque tienen ese don que es el hacerse, no me pregunten cómo, parte de uno mismo. Y uno no cuenta desde cuando es uno mismo. ¿La edad? Bueno, eso es otra cosa. 


Eso es una cuenta que, por desgracia, aunque incrementa, verdaderamente va hacia atrás, y, como todo número negativo, no sabemos dónde acaba.

Pero también es cierto que lo que más me asustó de la cifra, era lo mayor que me hacía.

Cuando leí ese libro yo era poco más que un niño. Un adolescente.

Y curiosamente, tampoco sabía (aunque sí sabía) cuanto hace de aquellos tiempos.

No hay comentarios: