domingo, 20 de septiembre de 2009

La Noche Blanca

AOG, Madrid



Uno nunca sabe como acabará el día. Ayer estaba en casa. Me tocó vivir uno de esos días de máximo descanso hogareño. No salí de casa en todo el día y perdí la cuenta de todas las siestas que tomé entre las 10 de la mañana y las 9 de la noche.

Estoy agotado. Es cierto. Viajo mucho. Trabajo mucho. Y descanso poco. Y los escasos días en que me puedo quedar en casa el fin de semana, pues aprovecho y descanso.

Ayer yo pensaba que sería lo mismo, pero una llamada me sacó de la cama y me enfrentó al mundo. Y menos mal. Porque, claro, una cosa es que necesite descansar y me rinda a los encantos de mis cuatro paredes.

Y otra, muy distinta, que me guste ser anti social. Y ante la posibilidad de relacionarme un rato con la humanidad, decidí hacer justo eso.

Me esperaban en la plaza de Chueca. Mis dos amigos. Pareja entre ellos. Besos, saludos, y un intercambio de pedidos con el camarero. Y hablamos.

Al rato llegaron otros amigos. Lo bueno de Madrid hoy en día es que está llena de gente de otros países. Se agradece. Primero llegaron un combinado colombo-portugues. Después una pequeña representación peruana (urbana y selvático-amazónica). Al rato cambiamos Perú por Cuba. Y por último Alicante se unió a nuestro grupillo.

Disfrutamos de la velada, y nos dirigimos a disfrutar de Madrid, envuelta como estaba en su Noche Blanca. Por una vez, Chueca no estaba abarrotada de gente. Eso era la Gran Vía, que no daba abasto con tanta multitud. La iluminación por la calle era magnífica. Los edificios de pastel de boda, tan merengados ello, lucían primorosos ante tanta luz de neón proyectada a sus fachadas.


Se escuchaba música, gentío, ruido, conversaciones. No noté mucha agresividad por las calles. Se agradece. Siempre pienso que alcohol y multitudes hacen una mala combinación.

Al final, dadas las cualidades vocales de algunos de mis compañeros de velada, decidimos ir a un bar de karaoke cerca de la plaza de Santo Domingo (¿por qué no se dice San Domingo? ¿San Tomás? ¿San Santiago -o San Iago-?).

En fin, 10 euros más tarde, estábamos casi todos dentro. Perdimos un comensal en el camino.

El sitio, raro. Los camareros, en su mayoría de origen filipino. Los clientes, en su mayoría de origen humano y de diversas edades y estados de enbriagadez.

Cantaron muchos. Canciones muy conocidas, algunas, otras algo tanto.


Unos cantaban bien, otros regular. Yo no canté, sobre todo porque no conocía muchas de las canciones que me ofrecía el menú musical. Y las que sí conocía no me gustaban del todo.

Nuestro amigo cubano cumplió con aquel extraño tópico que acompaña a la música de Serrat el cual dicta que en Cuba, el buen señor triunfa.

Música de boleros, de amores perdidos, de folklóricas, eurovisiones, populares, de los 40 principales.

Para mi, la canción de la noche fue una canción nunca antes escuchada de título "Yolanda".

Según me contaron, cuando Pablo Milanés estuvo en España durante la dictadura, una mujer llamada Yolanda murió en una redada, o demonstración política. Y él, conmocionado, escribió una canción que empieza así:

Esto no puede ser más que una canción,
quisiera fuera una declaración de amor,
romántica sin reparar en formas tales
qué ponga un freno a lo que siento ahora a raudales
Te amo, te amo,
eternamente te amo

Y aquí la canción de la noche:






De todas las que escuché, la que más me gustó. Ahora, buscando por internet, la historia detrás de la canción reza de manera distinta. Yolanda, parece ser, fue en su momento, pareja sentimental del compositor cubano.

Sea cual fuere el origen, la canción es muy bonita.

All cabo de un par de horas, tras haber escuchado canción tras canción, decidí volver a casa.

Salí a la calle y me puse a caminar. La noche blanca terminaba poco a poco y con mucha reticencia. La Gran Vía, anteriormente tan rabiosamente concurrida, iba desangrándose de gente poco a poco. Los neones que no hacía mucho, alumbraban orgullosamente las fachadas, ahora competían con el frío por hacerse con nuestra atención. E iban perdiendo.

La gente estaba empeñada en no dejar que la noche muriese, pero ya eran casi las 4:15 cuando llegué a casa. Las calles de Chueca aún rivalizaban con la Gran Vía en lo que a población en fase de divertimento se refiere.

Me pareció curioso la falta de barullo nocturno que normalmente acompaña este tipo de eventos. Había ruido, pero no molestaba mucho. Habían borrachos, pero de talante taciturno.

Justo antes de llegar a casa, un grupo de chicos haciendo botellón ayudaban a un amigo que tuvo la suficiente educación de vomitar de la manera más sigilosa. Sin gritos. Sin escándalo. Ni propio, ni por parte de sus compañeros. Los transeúntes
, al pasar, hicieron las muecas necesarias pero con dignidad y silencio. Como para no molestar ni a los vecinos ni al vomitante.

Curioso que pasara esto. ¿Será que es la influencia de un verano que poco a poco se nos va y no queremos?


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