sábado, 14 de abril de 2007

Mares de tierra y polvo.


AOG, Barcelona

Hoy he viajado a Barcelona por tren. Ha sido maravilloso. Salí de Madrid con el sol cegándome muy de mañana. Para ir al norte, hay que salir por el sur.

Al llegar a Guadalajara (cuya estación ha sido emplazada en medio de un campo castellano -más-lejos-de-la-ciudad-imposible-) empezó el cielo a nublarse. Desde ahí hasta Barcelona llovió con mayor o menor fuerza. Nunca pensé que un viaje podía ser tan esclarecedor.

Me explico.

Desde siempre he pensado que es muy curioso que Italia y Francia hayan construido pueblos pesqueros, encaramados a las laderas de las montañas, donde el estar apiñados es su mayor virtud, y que en España, ese estilo no se suele dar. Y hoy descubrí por qué.

Viajando entre Castilla y Aragón vi que el mar que baña esos pueblos franco-italianos en España se convierte en tierra. Con montes como olas, hoy vi pueblos apiñados en las laderas de las montañas con los campos como mares.

Vi que se mecían con la lluvia. Vi, de repente, entre la bruma que apareció antes de Calatayud, que en la distancia, suspendido del aire como si de Elsinore hablásemos, un castillo flotante de dos torres que guardaba vigía desde su emplazamieto. Vi que la villa de Terrer es mágica, con sus cerezos japoneses casi en flor, plantados como soldados de la poesía en sus campos.

Y, mientras nos acercábamos a Zaragoza, vi como el mar castellano cedía ante las olas gigantes de los valles y montañas de Aragón. Peñascos, precipicios, riachuelos, campos peinados tras de una montaña, campos adornados con pequeños grupos de árboles como centinelas tras de otra.

Y la tierra roja, ese rojo que me recordó tanto a Sudáfrica. Y al salir de Zaragoza, y antes de llegar a Lleida, me enamoré de la visita que hacían un grupo de nubes cabizbajas que querían besar la tierra húmeda, envueltas como estaban en nieblas y vientos.

Y, como si ya no me quedara nada por ver, el tren, al llegar a Cataluña, viaja con el mar al costado antes de entrar a Barcelona por la costa.

Nunca pensé que España podía ser así. Nunca antes he visto esto. No es que fuese inaudito, es que era desconocido.

Ahora entiendo el por qué de tantas ciudades perdidas en el centro de la península; en verdad son puertos desde los cuales diversos pescadores domaron los mares interiores surcando rios y corrientes de tierra, polvo y hierba.

Si hace sol al volver a Madrid, ¿será el viaje igual de memorable?

1 comentario:

Leticia dijo...

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Muchas gracias y un saludo