miércoles, 6 de diciembre de 2006

Polo Lunar

AOG, Madrid

Hoy al volver a Madrid después de una semana muy concurrida en Londres, leí una entrevista hecha a Haruki Murakami respecto a su último libro Kafka en la orilla. Al poco de empezarla me sorprendo cuando leo que Murakami comenta que Japón ha cambiado mucho en los últimos 30 años. Que la situación de, por ejemplo, las mujeres ha mejorado. Me sorprendo porque, por alguna razón, cuando pienso en Japón, nunca imagino que su sociedad sea muy capaz de protagonizar muchos cambios sociales más allá de los que ya ha sufrido desde que occidente obligó a Japón a abrir sus puertas el 8 de julio de 1853; puertas que Japón nunca volvió a cerrar.

Supongo que mi asombro parte de mis deseos de que Japón, país que nunca he visitado en persona (aunque muchas veces lo haya hecho con la imaginación y el intelecto a través del cine, de las novelas, su poesía etc.) nunca cambie. Para mi es de esos sitios que están bien como están, como Canadá, o Suecia. Que mejor será para el planeta si siguen como están pues su cultura es única y además no incordian a nadie.

Y al poco rato de leer la entrevista, y de sentirme un poco defraudado al ver que inclusive Japón ha sucumbido al mundo moderno, me doy cuenta de mi propia ignorancia y falta de visión.

Yo, que siempre me quejo de lo atrasada que está Europa (por no nombrar países en particular), y de pedir que cambie, me indigno al leer que Japón cambia. Y no sólo Japón. EEUU cambia; y México; y Rusia; y China; y España; y Argentina, y todas las sociedades -si tienen suerte- cambian. No sé de donde me habrá venido la sorpresa con respecto a Japón. Quizá sea la distancia, o la imaginación, que me nublan las ideas con respecto a los sitios donde nunca he estado.

O quizá sea el deseo de no querer que cambien los sitios antes de llegar a ellos por miedo a haberme perdido algo. Cuando estuve en Lisboa en Septiembre comenté, semi nostálgicamente, que España habrá sido así hacía 30 o 40 años. Y a la vez que me alegraba que ya no era así, también pensaba en qué algo se habrá perdido con tanto cambio. Quizá eso es lo que no quería de Japón. Que haya perdido algo de su esencia, aún sin haber estado ahí nunca.

Hoy mismo hemos sabido que dentro de unos años, se supone que hacia 2020, es decir, 14 años, la luna, dejará de ser sólo un satélite nocturno y pasará a ser una colonia de la tierra con vistas a servir de trampolín hacia Marte. Y me pregunto ¿cuánto tiempo pasará desde que el hombre monta una base en la Luna hasta que nace el primer bebé Lunático? ¿Y qué nacionalidad tendrá? ¿Y qué edad tendré yo cuando esto ocurra? ¿Seguiré escribiendo esta bitácora? ¿Habrá todavía Internet?

Y al llegar a Madrid por la tarde de hoy desde Londres, me entero de que se confirma que en Marte hay agua. O al menos líquido. Las fotos tomadas por la sonda marciana lo confirman.

Y antes de acostarme me pongo a pensar si no perderemos algo, por muy beneficioso que sea a largo plazo (porque ya se dice que a corto plazo la base lunar será un elefante blanco de costes faraónicos) de la luna en este proceso. Pero no sólo de la luna, sino también de nosotros mismos.

¿Seremos capaces de sobrevivir los cambios que estamos enarbolando desde hace tanto tiempo? Somos una especie que ha sido desarrollada para sobrevivir en este planeta. Y todo lo que nos rodea, aunque nos llene de asombro y lo queramos entender y explicar, tiene su propósito. No presumo de conocer el propósito de la luna.

Pero me preocupa que lleguemos a descubrirlo. O peor aún, que le demos un propósito propio y subjetivo. Imagino que no hará mucho, alguien en la NASA se habrá preguntado ¿para qué sirve la luna? Al fin y al cabo, desde 1972 nadie la ha vuelto a pisar. Y creo que no hace mucho, alguien en la NASA habrá respondido algo así como “la luna nos sirve para esto”. Y nadie se ha puesto a pensar si la luna debería servir o no para algo. Obviamente alguien ya le ha dado un propósito. El "nos" sobraba.

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