AOG, Madrid
Qué cosas tenemos los humanos. Cuanto más nos empeñamos en deshumanizarlo todo, más humano lo hacemos.
Esta mañana acudí al médico. Entré y tuve la oportunidad de escuchar brevemente una conversación entre las chicas de la recepción, y una señora particular de unos 60 años. mientras que esperaba al ascensor.
Hablaban de una tercera mujer, no presente en la clínica -o al menos, no en la recepción-.
No sé bien si mayor, joven, o de la misma edad. No sé si era su hija, su amiga, su madre, su suegra, o la vecina del quinto.
El caso es que las señoritas de la recepción necesitaban que la tercera mujer, no presente, firmara algo. Algún documento.
Y la señora les explicaba que la otra mujer, dijeran lo que dijeran ellas, no podría hacerlo.
"Es que no puede escribir, ni sabe. Ni leer."
"No sabe firmar."
"Ni aunque le cojamos de la mano lo va a hacer."
Las señoritas, gustosas del oficialismo médico propio de una administración pública como es la Sanidad en Madrid, se habían topado con una realidad, quizá lejana, pero imponente como ella sola.
Había aquí una persona incapaz de gestionar un trámite como marcaba la sociedad. Y, era obvio, el trámite en cuestión era necesario y se ha de llevar a cabo.
Pero la señora no daba su brazo a torcer, y como última instancia, sugirió la mayor de las falsificaciones.
"Como mucho, le diré a mi marido que haga como la firma de ella. Como que firma él, pero que lo haga mal".
Ahí el favor forzado para no volver locas a las secretarias.
Se hará lo que se pueda, pero ni mucho menos lo que se pide. Y se hará, además, a nuestra manera. Sin ofender claro está. Y porque os hace falta, no porque creemos que sea verdaderamente necesario.
No era capricho. Era simplemente la realidad de la gente en ese momento en el que la humanidad no puede con lo exigido, y se repliega a lo más básico, lo más universal en todos nosotros.
Interpreté su solución como un, 'lo hago, por vosotras, pero es obvio que además de imposible, se hará de esta otra manera, o no se hará del todo'.
No solamente no iba a firmar la tercera señora, sino que el marido de la mujer que estaba en la clínica estaría dispuesto a cometer un pequeño delito a favor de la persona ausente.
Dijeran lo que dijeran, las cosas no iban a poder ser como ellas querían.
El triunfo, claro está, fue pírrico.
No trascenderá más allá de aquella consulta, pero me gustó presenciar, aunque fuese de manera efímera, el espíritu humano.
Las cosas, por mucho que la modernidad se empeñase, y por mucho que la burocracia lo dictase, se harían como mejor podía una persona, aún a pesar de todo.
Subí a ver a mi médico con una sonrisa en la cara. Aunque pírrica, la victoria era ciertamente universal.
Todos somos esas señoras. La que no puede porque no puede, y la que defiende el que la otra no pueda como quieren los demás.
1 comentario:
Pelo de ángel, manos de hombre.
Pero me gusta mucho el look.
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