jueves, 4 de marzo de 2010

Propio; ajeno

AOG, Madrid

Este lunes me levanté sobre las 04:50 de la mañana para tomar el primer vuelo a Madrid desde Barcelona.  

En casa me vestí con la luz de una lámpara, para no despertar a nadie. Medio en la penumbra, medio a la luz. 

Esa luz entre hostil y calurosa que acompaña al madrugador.

Cuando salí a la calle, me encontré, como suelo hacer, con la ciudad dormida, aunque alumbrada y pintada de naranjas y rosas pálidos gracias a las farolas nocturnas.

Siempre he sido el tipo de persona que piensa que la ciudad solo es suya cuando no hay nadie en ella. ¡Menudo tesoro! 

Supongo que a personas como Napoleón o Pizarro, las ciudades eran suyas solo cuando las personas en ellas se rendían. 

Pero, ¿qué significa que una ciudad es tuya? Obviamente Barcelona no es más mía que el cielo es mío, o el mar. O las estrellas en el firmamento. 

¿Qué queremos decir con eso?


Para mí, significa que, de alguna manera, en ese momento de solitud, llego a comulgar un poco con la urbe.

Aunque tampoco me convence ese verbo: comulgar

La tercera definición de la RAE dice "Coincidir en ideas o sentimientos con otra persona".  

Bueno, la capital catalana no es una persona, aunque las personas siempre antropomorfizamos las cosas para acercarlas a nosotros y entenderlas. O al menos tratar de entenderlas. 

No sé si las ciudades se pueden entender. O los países. Yo nunca entendí al Reino Unido, pero hay días que entiendo a Madrid. 

A Barcelona no sé si la entiendo del todo.

Y es mía, si mía la hago. Conociéndola y, muchas veces, explicándola a los demás. 


Recuerdo que cuando estudié la carrera de Historia, la profesora de metodología nos decía las virtudes de la historia oral: "Nadie sabe lo que va a decir hasta que abre la boca".

Esto, como periodista, me ha servido muchas veces. y en muchos artículos; con la palabra ajena labro la propia.

Y recuerdo haber leído algún artículo de psicología en el que decían que muchas veces no sabemos cuanto conocemos de un tema hasta que se lo explicamos a otra persona. 

Es decir, en el momento en el que explicas algo, lo que explicas ya lo entiendes, o lo estás tratando de entender. 

Me pregunto si podemos explicar lo que no entendemos. Diría que no, aunque esto nunca ha evitado que muchos traten de hacerlo.


Crítica leve

Este fin de semana, curiosamente, estuvimos comiendo con algunos amigos catalanes.

Uno de ellos, de manera inesperada, criticaba la actual situación de la economía y decía que era inconcebible que España tuviese 17 Gobiernos autónomos por el gasto que esto conllevaba. 

La queja no era tanto la devolución de competencias, sino el coste al contribuyente de mantener a tantas administraciones públicas.

No era la primera vez que escucho este punto de vista.

Pero sí era la primera vez que escuchaba a alguien en Cataluña hacer este tipo de crítica. 

El hacer esto me rompió un poco los esquemas respecto a la ciudad que más tarde me pareció propia. 

Me demonstraba que se puede ser catalán y criticar a la administración autonómica de manera constructiva. 

No es que esto en sí sea extraño. A mi ver, debería ser así siempre. Pero no me había topado con alguien que lo hiciese, alguien nativo. Supongo que ocurrirá entre los citadinos, pero no sé si es algo que hacen delante de forasteros, como yo. 

En cierta manera me sentí alagado que tuvieran la confianza de hacerlo. No lo esperaba.
Y yo soy de esas personas que necesitan ver para creer. No sé si esto es bueno o malo... 

Y de vuelta a la vuelta


El caso es que la ciudad dormida me pilló desprevenido. Desde la ventana del taxi que me llevó al aeropuerto, se desvelaba poco a poco y perezosamente. 

Algunas ventanas emanaban una luz tenue, luz de madrugada. 

Luz que alumbra a las personas cuando se despiertan para ir a trabajar. 
Las calles, sin embargo, se resistían a proferir mucha gente. 

No eran aún las 06:00, y estaban en su mayoría desiertas de peatones. No así de autos.
En cada semaforo nos topábamos con otro ciudadano recién levantado que iba camino del trabajo, o al colegio, o, bueno, donde quiera que se dirigiese.

Al llegar al aeropuerto, la ciudad era menos mía. De hecho, nunca lo había sido. No vivo en ella. 

Sus dueños verdaderos estaban ya desperezados y me hacían compañía en el aeropuerto. 

En la máquina de facturación; en la cola de seguridad. Tomando un café. Buscando mi asiento. Haciendo sitio para la mochila. Y -con los primeros destellos del sol que entraban a trompadas por la ventanilla, forzándonos a despertar, muy a pesar nuestro-, acompañándome a Madrid en el avión, . 

Donde, por cierto, empecé a sentir los primeros síntomas del catarro que me ha despedazado desde este lunes.

4 comentarios:

Arminius dijo...

Ciertamente, la ciudad en calma se aprecia en todo su esplendor. Esta elocuente descripción me ha encantado.

Saludos, abrazos y besos desde Puebla de los Ángeles, México ;)

--Arminius.

AOG dijo...

Gracias Arminius, un saludo hasta Puebla!

ALEX B. dijo...

Hola Ynot, bonitas reflexiones las tuyas.
Puede que uno sienta la ciudad más suya en esas horas en que casi nadie la transita; pero es como si la tomases prestada.
Sin embargo cuando en una solitud como la que evocas consigues sentirte en tu sitio, cuando la ciudad está plena de su actividad,creo que en ese caso no la tomas prestada sino que te haces de ella y ella tuya.
besos

AOG dijo...

Gracias Alex B, no se me había ocurrido. Me gusta tu sugerencia.