La prensa británica es muy dada a publicar listas en Navidades.
Hoy he encontrado en la página de The Times dos listas enfocadas a las personas que quizá no sabemos del todo qué regalar y nos refugiamos en la música como el mejor de los regalos.
Una de ellas alista los 100 mejores discos del 2008 (según ellos), y la otra , los mejores regalos Navideños para los amantes de la música. Y somos legión.
Hay que decir que lo de la música es uno de los marcadores de los últimos 60 años.
Desde mi infancia recuerdo cuando mi madre nos ponía a Simon & Garfunkel –entre otros-, en un estéreo portátil que llevábamos en el coche a todas partes y mi hermana y yo cantábamos "The Sound of Silence", "Cecilia", "Mrs Robinson" y más canciones desde el D.F. hasta Cuernavaca fin de semana tras fin de semana.
Más tarde, con el advenimiento del Walkman, la música se volvió algo más personificado y mis primeros pinitos como DJ, sin saber ni siquiera lo que era eso, se dieron cuando compraba discos singles y los grababa en un cassette.
Ahí empezó mi gran amor con el consumismo y la música. Mientras que la generación de mis padres compraba álbumes, yo era (y sigo siendo) forofo de los singles.
¿Qué ventaja nos otorga un álbum entero de fulanito cuando sólo queremos una canción de las 12 o 15?
Ninguna.
Hoy en día, con el advenimiento del iPod, el eMule y demás servicios P2P junto con la posibilidad de quemar CDs personalizadísimos en la privacidad del hogar, la industria musical se dice en crisis.
Piraterías aparte, curiosamente no se preguntan por qué un producto que cuesta menos de 20 céntimos se vende a 15 o más euros pero cuando las personas tomamos control de cómo y por qué adquirimos música como lo hacemos, se rajan las vestiduras.
Recuerdo que hace unos años, y por primera vez en mi vida, un amigo que solía hacer teatro conmigo en Londres me explicaba por qué no le gustaba oír la radio.
“No me gusta que otros decidan por mi qué música voy a escuchar”. Recuerdo que me quedé sorprendido al darme cuenta de algo en lo que nunca había reparado.
Suicidio o muerte asistida
Hoy, desde Suiza, Craig Ewert, ciudadano estadounidense de 59 años y residente en ese país, decide por sí mismo morir y, por una razón que no entiendo, emitirá el evento por televisión. En Reino Unido lo lleva Sky news y el país está encendido.
La polémica, como dicta El País, al menos en Reino Unido, está servida.
No es el primero en hacerlo, y probablemente no será el último tampoco.
No creo que, al menos de momento, la prensa británica haga una lista nombrando a las personas que han hecho algo parecido.
No es tema navideño, no.
Hoy he encontrado en la página de The Times dos listas enfocadas a las personas que quizá no sabemos del todo qué regalar y nos refugiamos en la música como el mejor de los regalos.
Una de ellas alista los 100 mejores discos del 2008 (según ellos), y la otra , los mejores regalos Navideños para los amantes de la música. Y somos legión.
Hay que decir que lo de la música es uno de los marcadores de los últimos 60 años.
Desde mi infancia recuerdo cuando mi madre nos ponía a Simon & Garfunkel –entre otros-, en un estéreo portátil que llevábamos en el coche a todas partes y mi hermana y yo cantábamos "The Sound of Silence", "Cecilia", "Mrs Robinson" y más canciones desde el D.F. hasta Cuernavaca fin de semana tras fin de semana.
Más tarde, con el advenimiento del Walkman, la música se volvió algo más personificado y mis primeros pinitos como DJ, sin saber ni siquiera lo que era eso, se dieron cuando compraba discos singles y los grababa en un cassette.
Ahí empezó mi gran amor con el consumismo y la música. Mientras que la generación de mis padres compraba álbumes, yo era (y sigo siendo) forofo de los singles.
¿Qué ventaja nos otorga un álbum entero de fulanito cuando sólo queremos una canción de las 12 o 15?
Ninguna.
Hoy en día, con el advenimiento del iPod, el eMule y demás servicios P2P junto con la posibilidad de quemar CDs personalizadísimos en la privacidad del hogar, la industria musical se dice en crisis.
Piraterías aparte, curiosamente no se preguntan por qué un producto que cuesta menos de 20 céntimos se vende a 15 o más euros pero cuando las personas tomamos control de cómo y por qué adquirimos música como lo hacemos, se rajan las vestiduras.
Recuerdo que hace unos años, y por primera vez en mi vida, un amigo que solía hacer teatro conmigo en Londres me explicaba por qué no le gustaba oír la radio.
“No me gusta que otros decidan por mi qué música voy a escuchar”. Recuerdo que me quedé sorprendido al darme cuenta de algo en lo que nunca había reparado.
Suicidio o muerte asistida
Hoy, desde Suiza, Craig Ewert, ciudadano estadounidense de 59 años y residente en ese país, decide por sí mismo morir y, por una razón que no entiendo, emitirá el evento por televisión. En Reino Unido lo lleva Sky news y el país está encendido.
La polémica, como dicta El País, al menos en Reino Unido, está servida.
No es el primero en hacerlo, y probablemente no será el último tampoco.
No creo que, al menos de momento, la prensa británica haga una lista nombrando a las personas que han hecho algo parecido.
No es tema navideño, no.
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