Se acaba el año. Poco a poco. Se nos acaba a todos.
Veo mis entradas en este blog y, al igual que el año pasado, me parecen pocas. Admiro a aquellos que son capaces de escribir a diario. Yo, por mi parte, de momento no puedo hacer más de lo que hago. Una de las primeras distancias que me separan de los demás blogueros serios. De momento soy un poco amateur.
Hace un par de días volví a Día de mi barrio. ¿Adivinen quién me abrió la puerta? Sin embargo, la apertura estuvo seguida de un chupamiento de dientes salivoso que no me gustó nada. Obviamente este chico y yo tenemos una relación extraña entre manos. Nos distancian nuestros propósitos.
Estuve en Londres el pasado fin de semana. Llovió y llevé a cabo una mudanza. Hacía más de un año que no veía mis cosas. Aún no he abierto todas las cajas pero, de alguna manera, fue divertido abrir algunas.
Una especie de Navidad anticipadilla. Cosas que se me habían olvidado de nuevo se presentaron en mi consciente. La distancia que me separaba de ellas es menor.
Ahora estoy en un barrio nuevo, al Norte de la ciudad. Un barrio con Judíos y, según me dicen mis amigos, “trendy”.
Mientras que estoy ahí, dejo atrás las ocurrencias de la prensa española acerca de la señora Aguirre y su paso por Bombay y me encuentro inmerso en la visión británica de las cosas- la distancia emocional entre Reino Unido y la India es superior a aquella entre la India y España-.
Vuelvo a Madrid para darme de morros con un nuevo atentado de ETA. La banda terrorista ha asesinado a un abuelo de 71 años. Nacionalista para más señas.
Empresario de los de la base, no un "capitalista especulador", según reza el diario Público.
Alguien que ha trabajado toda su vida.
¿Y para qué este atentado? ¿Para que el País Vasco sea un país independiente?
¿En serio?
¿Independiente de España y Francia pero dependiente de la ETA secular seculorum?
¿Cuántos asesinatos más nos quedan?
De Londres a Madrid no sólo hay una distancia física. La distancia también es emocional.
E ideológica.
Veo mis entradas en este blog y, al igual que el año pasado, me parecen pocas. Admiro a aquellos que son capaces de escribir a diario. Yo, por mi parte, de momento no puedo hacer más de lo que hago. Una de las primeras distancias que me separan de los demás blogueros serios. De momento soy un poco amateur.
Hace un par de días volví a Día de mi barrio. ¿Adivinen quién me abrió la puerta? Sin embargo, la apertura estuvo seguida de un chupamiento de dientes salivoso que no me gustó nada. Obviamente este chico y yo tenemos una relación extraña entre manos. Nos distancian nuestros propósitos.
Estuve en Londres el pasado fin de semana. Llovió y llevé a cabo una mudanza. Hacía más de un año que no veía mis cosas. Aún no he abierto todas las cajas pero, de alguna manera, fue divertido abrir algunas.
Una especie de Navidad anticipadilla. Cosas que se me habían olvidado de nuevo se presentaron en mi consciente. La distancia que me separaba de ellas es menor.
Ahora estoy en un barrio nuevo, al Norte de la ciudad. Un barrio con Judíos y, según me dicen mis amigos, “trendy”.
Mientras que estoy ahí, dejo atrás las ocurrencias de la prensa española acerca de la señora Aguirre y su paso por Bombay y me encuentro inmerso en la visión británica de las cosas- la distancia emocional entre Reino Unido y la India es superior a aquella entre la India y España-.
Vuelvo a Madrid para darme de morros con un nuevo atentado de ETA. La banda terrorista ha asesinado a un abuelo de 71 años. Nacionalista para más señas.
Empresario de los de la base, no un "capitalista especulador", según reza el diario Público.
Alguien que ha trabajado toda su vida.
¿Y para qué este atentado? ¿Para que el País Vasco sea un país independiente?
¿En serio?
¿Independiente de España y Francia pero dependiente de la ETA secular seculorum?
¿Cuántos asesinatos más nos quedan?
De Londres a Madrid no sólo hay una distancia física. La distancia también es emocional.
E ideológica.
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