AOG, Madrid
He vuelto. Con vida. A pesar de los designios de Ryanair y su equipo. He sobrevivido y me he salido con la mía. Pero el universo es una espada de Damocles, y tanto te da que te quita.
Karma lo llaman algunos.
Llegué al aeropuerto de Stansted medio dormido –eran las 06:40 de la mañana-, y me acerqué al mostrador de la low cost para facturar mi equipaje. Lo primero que vi fue la enorme cola de gente pagando sobrepeso y llenando los bolsillos de la compañía aérea irlandesa. La cara de cabreo de muchos de ellos era de esperar.
Buena manera de empezar el año.
Pensé, bueno, te toca pagar por traer ochocientos mil kilos en libros y quesos. Sí. Quesos. Estuve en el Tesco y me volví loco, lácteamente hablando. Era fin de año. ¿Qué podía hacer?
El caso es que ahora, hay que hacer el check-in primero en una máquina y luego te piras o vas a dejar el equipaje que espero hayas tenido la audacia de haber pagado por él por internet y no ahí en persona.
Pero no es que todo esto esté escrito de manera que se vea bien. Los mostradores, es cierto, te ponen todos que sólo están para dejar el equipaje. Esto, descubrí más tarde, era mentira.
Me acerqué a la rubia de botella de turno para facturar y fui informado de que tenía que ir a la máquina. “Ya no facturamos en el mostrador”, me dijo.
Al volver, quiso el destino que la misma persona me atendiese. “Tiene 10 kilos de más. Son 90 libras.”
Ante el monto me asusté y me quedé atónito unos segundos.
Mi falta de respuesta la convenció de que pagaría pues, habrá pensado, 'turista no anglo parlante que no me discutirá'.
Equivocación por su parte.
Le pregunté cuanto peso se podía llevar; me respondió. 15 kilos.
“Y en el equipaje de mano sólo puede llevar 10 kilos”. Menudo caveat. Había que transferir algunas cosas de sitio.
Me fui a un mostrador cerrado, tal y como ella me dijo que podía hacerlo, y empecé la operación. Libros fuera; quesos fuera; chaqueta encima (¡me aso! ¡me aso!).
Dejé una guía de carreteras en el mostrador pensando que no era necesario pagar 90 libras por ella.
Me había costado 4.99. Euros, o libras, da igual. Hoy el cambio es el mismo.
Volví a hacer cola con todo en su sítio y, sin mala intención, al ver una familia con niños tratando con la rubia, decidí irme a otro mostrador.
Si la rubia había sido particular en el trato, su compañera no se quedó atrás.
Como ella no me había atendido en un principio, se negó a atenderme.
Daba igual que la tarjeta de embarque que la rubia sigilosamente se había quedado, y que más tarde comprobé la máquina no te re imprimía, estuviese a menos de un metro de su mano y que se la podía pedir tranquilamente a su compañera. Simplemente no le daba la gana.
“Yo no sé nada de su asunto. Vaya con la persona que le atendió”. No es tanto que me molestase lo que me decía, eran las formas.
Era la asunción por su parte de que yo lo que quería era cometer algún truco o engaño y salirme con la mía. Era la manera de hablarme sin mirarme a la cara, como si fuese un ser menor.
En fin. Me resigné a mi suerte y me quedé pegado al padre de familia que, en ese momento, recogía sus 5 pasaportes mexicanos, los cuales, obviamente, eran demasiado exóticos para la rubia.
Hablaré de este señor más adelante.
He de decir que en esta ocasión la fortuna me sonrió. El equipaje pesaba sólo 400 gramos de más y no me hizo pagar por ellos. Del equipaje de mano no se habló. Quizá porque no lo vio, o porque no le interesaba. Nunca lo sabré. Nunca me importará tampoco. Igual he sido demasiado cruel con la rubia en cuestión.
Me fui de ahí, tarjeta de embarque en mano, hacia el punto de seguridad para pasar con aquella bolsa que pesaba más que 1000 pecados juntos. No sin antes volver a buscar los quesos, que se habían quedado en el mostrador.
Todo bien, a su manera, (es decir, teniendo que aguantar la enrevesada e innecesaria burocracia de seguridad de los aeropuertos británicos de hoy en día) y así hasta que subí al avión. El cual por cierto, abordamos con casi 30 minutos de retraso.
Más tarde, al llegar a Madrid, saltó una sirena que nos anunciaba que el vuelo había llegado a la hora. Mentira. Un vuelo que sale a las 08:30 de la mañana y que llega a Madrid a las 12:00 no ha llegado a la hora. Tenía que haber llegado a las 10:30 hora británica; 11.30 España.
Pero claro, como dicen los irlandeses, el demonio está en el detalle. El billete dice claramente que el vuelo sale a las 08:30, y llega a las 12:00. Un vuelo que dura 1 hora y 50 minutos. Según ese parámetro, Ryanair no miente ni se equivoca.
Supongo que si Iberia empieza a imprimir que el vuelo Madrid-Barcelona que sale a las 09:00 del Prat llega a Barajas a las 14:00, y luego resulta que llega a las 10:00, inclusive podría ganar algún premio por llegar antes. Y bien merecido que estaría.
El vuelo
Casualmente tuve la poca fortuna de que una chica francesa rechoncha y maloliente y un chico hip hop del este de Europa, delgado como un fideo y con la mala suerte de haber nacido con un auricular incrustado en cada oído, se sentaron a mi lado.
No me importó mucho esto, al fin y al cabo, en el avión cabemos los que cabemos. Pero si, como ocurrió, Ryanair decide que un cierto número de filas permanecerán vacías (porque sí y ya está), y la gente estamos forzados a sentarnos de 3 en 3, me gusta infinitamente menos.
Ejercicio inútil por su parte ya que, nada más despegar, los hijos del mexicano levantaron la bandeja y se echaron a lo largo de los asientos vacíos, y detrás de ellos, varias personas más. Mexicano inclus.
El mexicano
Este señor me resultó curioso desde que, sin querer, acerqué mi maleta al mostrador y esta invadió su espacio personal de la manera, cualquiera diría, más grosera posible.
Pedí disculpas por la educación que he recibido, pero sus aires de superioridad me causaban risa al viajar en la línea aérea más barata posible. Si vuelas barato, por favor, no te comportes como si fueses en Business. Quizá no soy justo. Supongo que la rubia de botella y dientes de equino le habrá puesto de los nervios. Como hizo conmigo.
Más tarde resultó que el hombre en cuestión tomaba el mismo vuelo que yo. ¡Albricias!
Al no tener nada que hacer más que esperar a que el personal de Ryanair se molestase en aparecer para permitirnos abordar el avión, y sin proponérmelo previamente, me puse a observar a ese señor.
Era alto, y estaba gordo. Panzón. Tenía el pelo, que le quedaba, ondulado, ligeramente canoso, y estaba hecho un baldragas. La camisa manchada y medio fuera.
A pesar de estar vestido como se viste la burguesía occidental, se conoce que llevaba varias horas despierto, o que simplemente su aspecto no le importa mucho. Lo cual es difícil de creer, dada su nariz; operadísima.
A juego de la de su esposa, una mujer menudita, callada; diría que de aspecto humilde emocionalmente, la cual no hizo más que cuidar a los niños mientras él hacía cualquier cosa menos ocuparse de ellos. O de ella.
Más que una pareja, parecían un par de extraños. Durante todo el vuelo este señor esquivó la responsabilidad paternal a cualquier oportunidad.
Con respecto a su mujer, aunque supongo que ocurrirá de vez en cuando, no medió apenas palabra. Era como si él habitara un mundo, y su familia otro.
A veces sus hijos lo buscaban, sobre todo la niña. Les dedicaba el tiempo mínimo, antes de volver a lo suyo, fuera esto lo que fuese. En verdad nada. Parecía un hombre frustrado con la vida (bueno, con esa nariz...igual yo también estaría frustrado. Es que había que verla).
Me pareció bastante triste. No tanto por la esposa, ya que ella es una persona mayor y de sus manos depende su destino, sino por los hijos, que tienen un padre ausente, aunque esté de cuerpo presente.
Era curioso que los hijos se iban con la madre constantemente, que era la única persona de las dos que les hacía algo de caso.
Les perdí la vista en la aduana del aeropuerto.
El Karma...
Antes hablé del universo. Su venganza por mi hazaña quesera tuvo consecuencias. La máquina del metro me cobró por un abono mensual que no salió. Las señoritas de información, demasiado interesadas en el Internet, no podían salir de su perímetro metálico y me dijeron, con un ojo en la pantalla y otro en mi, que me acercara a la ventanilla.
Al final obtuve el abono; no sin antes tener que firmar una devolución del dinero a la tarjeta, y escuchar las excusas de una dependienta del metro muy simpática como embustera que me decía que las máquinas no fallaban nunca y que cuando le dije que, curiosamente, el mes pasado me había pasado lo mismo a mi, y a más de 3 personas a la vez, no tuvo más remedio que decir que, bueno, claro, aquel mes, casualmente, habían recibido un rollo de billetes defectuoso.
Pero que desde entonces no había vuelto a pasar. Hasta hoy.
Lo dicho, el universo es cruel.
Sin embargo, he de decir que salí airoso de mis tribulaciones.
En el trabajo, hoy me dieron un sobrecito con una turmalina dentro. He de lavarla con agua salada para quitar el que más personas la han tocado.
He vuelto. Con vida. A pesar de los designios de Ryanair y su equipo. He sobrevivido y me he salido con la mía. Pero el universo es una espada de Damocles, y tanto te da que te quita.
Karma lo llaman algunos.
Llegué al aeropuerto de Stansted medio dormido –eran las 06:40 de la mañana-, y me acerqué al mostrador de la low cost para facturar mi equipaje. Lo primero que vi fue la enorme cola de gente pagando sobrepeso y llenando los bolsillos de la compañía aérea irlandesa. La cara de cabreo de muchos de ellos era de esperar.
Buena manera de empezar el año.
Pensé, bueno, te toca pagar por traer ochocientos mil kilos en libros y quesos. Sí. Quesos. Estuve en el Tesco y me volví loco, lácteamente hablando. Era fin de año. ¿Qué podía hacer?
El caso es que ahora, hay que hacer el check-in primero en una máquina y luego te piras o vas a dejar el equipaje que espero hayas tenido la audacia de haber pagado por él por internet y no ahí en persona.
Pero no es que todo esto esté escrito de manera que se vea bien. Los mostradores, es cierto, te ponen todos que sólo están para dejar el equipaje. Esto, descubrí más tarde, era mentira.
Me acerqué a la rubia de botella de turno para facturar y fui informado de que tenía que ir a la máquina. “Ya no facturamos en el mostrador”, me dijo.
Al volver, quiso el destino que la misma persona me atendiese. “Tiene 10 kilos de más. Son 90 libras.”
Ante el monto me asusté y me quedé atónito unos segundos.
Mi falta de respuesta la convenció de que pagaría pues, habrá pensado, 'turista no anglo parlante que no me discutirá'.
Equivocación por su parte.
Le pregunté cuanto peso se podía llevar; me respondió. 15 kilos.
“Y en el equipaje de mano sólo puede llevar 10 kilos”. Menudo caveat. Había que transferir algunas cosas de sitio.
Me fui a un mostrador cerrado, tal y como ella me dijo que podía hacerlo, y empecé la operación. Libros fuera; quesos fuera; chaqueta encima (¡me aso! ¡me aso!).
Dejé una guía de carreteras en el mostrador pensando que no era necesario pagar 90 libras por ella.
Me había costado 4.99. Euros, o libras, da igual. Hoy el cambio es el mismo.
Volví a hacer cola con todo en su sítio y, sin mala intención, al ver una familia con niños tratando con la rubia, decidí irme a otro mostrador.
Si la rubia había sido particular en el trato, su compañera no se quedó atrás.
Como ella no me había atendido en un principio, se negó a atenderme.
Daba igual que la tarjeta de embarque que la rubia sigilosamente se había quedado, y que más tarde comprobé la máquina no te re imprimía, estuviese a menos de un metro de su mano y que se la podía pedir tranquilamente a su compañera. Simplemente no le daba la gana.
“Yo no sé nada de su asunto. Vaya con la persona que le atendió”. No es tanto que me molestase lo que me decía, eran las formas.
Era la asunción por su parte de que yo lo que quería era cometer algún truco o engaño y salirme con la mía. Era la manera de hablarme sin mirarme a la cara, como si fuese un ser menor.
En fin. Me resigné a mi suerte y me quedé pegado al padre de familia que, en ese momento, recogía sus 5 pasaportes mexicanos, los cuales, obviamente, eran demasiado exóticos para la rubia.
Hablaré de este señor más adelante.
He de decir que en esta ocasión la fortuna me sonrió. El equipaje pesaba sólo 400 gramos de más y no me hizo pagar por ellos. Del equipaje de mano no se habló. Quizá porque no lo vio, o porque no le interesaba. Nunca lo sabré. Nunca me importará tampoco. Igual he sido demasiado cruel con la rubia en cuestión.
Me fui de ahí, tarjeta de embarque en mano, hacia el punto de seguridad para pasar con aquella bolsa que pesaba más que 1000 pecados juntos. No sin antes volver a buscar los quesos, que se habían quedado en el mostrador.
Todo bien, a su manera, (es decir, teniendo que aguantar la enrevesada e innecesaria burocracia de seguridad de los aeropuertos británicos de hoy en día) y así hasta que subí al avión. El cual por cierto, abordamos con casi 30 minutos de retraso.
Más tarde, al llegar a Madrid, saltó una sirena que nos anunciaba que el vuelo había llegado a la hora. Mentira. Un vuelo que sale a las 08:30 de la mañana y que llega a Madrid a las 12:00 no ha llegado a la hora. Tenía que haber llegado a las 10:30 hora británica; 11.30 España.
Pero claro, como dicen los irlandeses, el demonio está en el detalle. El billete dice claramente que el vuelo sale a las 08:30, y llega a las 12:00. Un vuelo que dura 1 hora y 50 minutos. Según ese parámetro, Ryanair no miente ni se equivoca.
Supongo que si Iberia empieza a imprimir que el vuelo Madrid-Barcelona que sale a las 09:00 del Prat llega a Barajas a las 14:00, y luego resulta que llega a las 10:00, inclusive podría ganar algún premio por llegar antes. Y bien merecido que estaría.
El vuelo
Casualmente tuve la poca fortuna de que una chica francesa rechoncha y maloliente y un chico hip hop del este de Europa, delgado como un fideo y con la mala suerte de haber nacido con un auricular incrustado en cada oído, se sentaron a mi lado.
No me importó mucho esto, al fin y al cabo, en el avión cabemos los que cabemos. Pero si, como ocurrió, Ryanair decide que un cierto número de filas permanecerán vacías (porque sí y ya está), y la gente estamos forzados a sentarnos de 3 en 3, me gusta infinitamente menos.
Ejercicio inútil por su parte ya que, nada más despegar, los hijos del mexicano levantaron la bandeja y se echaron a lo largo de los asientos vacíos, y detrás de ellos, varias personas más. Mexicano inclus.
El mexicano
Este señor me resultó curioso desde que, sin querer, acerqué mi maleta al mostrador y esta invadió su espacio personal de la manera, cualquiera diría, más grosera posible.
Pedí disculpas por la educación que he recibido, pero sus aires de superioridad me causaban risa al viajar en la línea aérea más barata posible. Si vuelas barato, por favor, no te comportes como si fueses en Business. Quizá no soy justo. Supongo que la rubia de botella y dientes de equino le habrá puesto de los nervios. Como hizo conmigo.
Más tarde resultó que el hombre en cuestión tomaba el mismo vuelo que yo. ¡Albricias!
Al no tener nada que hacer más que esperar a que el personal de Ryanair se molestase en aparecer para permitirnos abordar el avión, y sin proponérmelo previamente, me puse a observar a ese señor.
Era alto, y estaba gordo. Panzón. Tenía el pelo, que le quedaba, ondulado, ligeramente canoso, y estaba hecho un baldragas. La camisa manchada y medio fuera.
A pesar de estar vestido como se viste la burguesía occidental, se conoce que llevaba varias horas despierto, o que simplemente su aspecto no le importa mucho. Lo cual es difícil de creer, dada su nariz; operadísima.
A juego de la de su esposa, una mujer menudita, callada; diría que de aspecto humilde emocionalmente, la cual no hizo más que cuidar a los niños mientras él hacía cualquier cosa menos ocuparse de ellos. O de ella.
Más que una pareja, parecían un par de extraños. Durante todo el vuelo este señor esquivó la responsabilidad paternal a cualquier oportunidad.
Con respecto a su mujer, aunque supongo que ocurrirá de vez en cuando, no medió apenas palabra. Era como si él habitara un mundo, y su familia otro.
A veces sus hijos lo buscaban, sobre todo la niña. Les dedicaba el tiempo mínimo, antes de volver a lo suyo, fuera esto lo que fuese. En verdad nada. Parecía un hombre frustrado con la vida (bueno, con esa nariz...igual yo también estaría frustrado. Es que había que verla).
Me pareció bastante triste. No tanto por la esposa, ya que ella es una persona mayor y de sus manos depende su destino, sino por los hijos, que tienen un padre ausente, aunque esté de cuerpo presente.
Era curioso que los hijos se iban con la madre constantemente, que era la única persona de las dos que les hacía algo de caso.
Les perdí la vista en la aduana del aeropuerto.
El Karma...
Antes hablé del universo. Su venganza por mi hazaña quesera tuvo consecuencias. La máquina del metro me cobró por un abono mensual que no salió. Las señoritas de información, demasiado interesadas en el Internet, no podían salir de su perímetro metálico y me dijeron, con un ojo en la pantalla y otro en mi, que me acercara a la ventanilla.
Al final obtuve el abono; no sin antes tener que firmar una devolución del dinero a la tarjeta, y escuchar las excusas de una dependienta del metro muy simpática como embustera que me decía que las máquinas no fallaban nunca y que cuando le dije que, curiosamente, el mes pasado me había pasado lo mismo a mi, y a más de 3 personas a la vez, no tuvo más remedio que decir que, bueno, claro, aquel mes, casualmente, habían recibido un rollo de billetes defectuoso.
Pero que desde entonces no había vuelto a pasar. Hasta hoy.
Lo dicho, el universo es cruel.
Sin embargo, he de decir que salí airoso de mis tribulaciones.
En el trabajo, hoy me dieron un sobrecito con una turmalina dentro. He de lavarla con agua salada para quitar el que más personas la han tocado.
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