lunes, 30 de octubre de 2006

Los mendigos de Madrid-Barajas


En el aeropuerto internacional de Madrid-Barajas hay unos 27 mendigos según Alberto Ríos, vigilante de seguridad. La mayoría inofensivos. “
Si no hacen nada, no los podemos echar”. La empresa gestora del aeropuerto,
AENA, defiende esta postura. Según su portavoz “el aeropuerto es un lugar público, y no se puede echar a la gente a menos que cometan un acto impúdico. Y de momento no es delito en España el oler mal”. Sin embargo, AENA no sabe a ciencia cierta cuantos mendigos hay en la Terminal 1. “No los contamos”.

Manuela León, que ha trabajado como limpiadora en el aeropuerto durante 27 años cree que hay unos 20 mendigos. "No molestan mucho pero de vez en cuando los echan. ¡No sé para qué porque luego vuelven! Duermen y viven aquí".

Malik es uno de ellos. Manuela dice que 1e llaman el millonario, porque parece que siempre tiene dinero y nunca le ven mendigar. "Siempre veo que le van a comprar comida. Creo que, por su pinta, le da vergüenza ir a comprar a las tiendas. Parece muy educado aunque nunca he hablado con él", dice Manuela. Malik, igual que muchos de los mendigos del aeropuerto, se asea en los baños. "¡Y no veas como nos dejan los pobrecitos el servicio después!" exclama Manuela.

Malik se niega a dar su apellido. Lleva 4 años viviendo en Barajas. Dice ser de Etiopía pero, cuando habla inglés, lo hace con acento de Nigeria. Está esperando un pasaporte, una tarjeta de crédito y a que su familia venga a buscarlo. “Vivo aquí porque aquí es facil que me encuentren. En la ciudad es facil perderse y desaparecer. Si desaparezco del aeropuerto se notaría” explica Malik. “Aquí sé qué mi familia dará conmigo”. Pero Malik no es el único mendigo ahí.

Para Manuel Santos, camarero de una de las cafeterías del aeropuerto, los mendigos son parte del paisaje. “A veces vienen a leer, pero los tengo que echar. No es que asusten a los clientes pero, como huelen mal, son un poco desagradables. Si tengo algún bocadillo de más, o chocolates, se los regalo. Siempre agradecen el gesto”, explica Carlos. No todos los mendigos son hombres.

“Hay una chica joven”, dice Manuela. “La primera vez que la vi pensé que era una pasajera. Estaba bien vestida y llevaba gafas. Curiosamente, cuando me vio, se fue al lavabo y se cambió de ropa. Al salir se puso a limpiar sus zapatos y se echó a llorar. Mientras más frotaba, más lloraba la pobre”, cuenta Manuela. “Sigue aquí, con las gafas de sol. No molesta, y casi nadie sabe que no es una pasajera porque siempre está muy arreglada ¡aunque sea a su manera!”.

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