AOG, Madrid
Ayer quedé a comer con un amigo al mediodía. Llevaba horas estudiando en el Círculo, y necesitaba un break de tanto Derecho Internacional Público.
Como suele ocurrir cuando él y yo nos juntamos, empezamos a hablar de otros sitios.
Él acaba de volver de Escandinavia. Sólo estuvo en Suecia y Noruega, pero volvió encantado.
"Es el futuro", me dijo emocionado.
Me comentó que la gente en Estocolmo, todos, están siempre contentos. "De hecho, las únicas personas con mala cara eran los inmigrantes que hay ahí y nosotros, los españoles".
Esto contrastaba mucho con mi experiencia en Reino Unido donde es precisamente al revés.
Los amargados son los londinenses, y los inmigrantes suelen estar más contentos.
Luego me relató como una chica sueca se puso a hablar con ellos, no sin antes disculparse de lo mal que iba a hablar en inglés. "Y hablaba mejor que cualquiera de nosotros".
Y luego fue a Noruega. "En un pueblito de esos que ellos tienen tan pintorescos, donde no ves un choni por ninguna parte, lo primero que hizo una señora es disculparse por el mal tiempo que hacía". Esto me recordó que en Inglaterra, los lugareños suelen hacer lo mismo. Como si fuese culpa suya.
Remarcamos los dos que en España nadie se disculpa por el mal tiempo. Primero, es obvio que no lo hagan, ya que no es culpa nuestra, pero hay que decir que es de muy buena educación disculparse ante un visitante ya que, si hiciese bueno, la experiencia sería mucho mejor. Simplemente buenos modales.
Y segundo, no es costumbre. Y la costumbre es algo muy importante siempre. Sobre todo porque cambia, o no cambia, pero siempre su status nos trae de cabeza a las sociedades, ya que para bien o para mal, tiene seguidores y detractores. Y siempre hay alguien que quiere, o no quiere, que algo cambie, o no lo haga.
También me contó que visitaron en el pueblito una iglesia. Que estaba cerrada. Que podías abrirla y entrar y que eso hicieron. Que todo estaba limpio, y que había una cesta llena de dinero donde, en varios idiomas, pero no el castellano, ponía que si querías coger una postal, lo hicieses, y que si querías hacer una donación, también.
Sí, dinero al aire libre en una cesta. Para que venga cualquiera y se lo lleve. Pero ocurre que en Noruega, esto no pasa. Y pensamos los dos las consecuencias de un local abierto, y de dinero sin dueño dentro, en España. "El sitio acabaría destrozado" me dijo él.
Salieron de la iglesia, y una viejita que vendía artilugios noruegos en la calle se disculpó por no hablar bien en inglés, y, una vez más, hablaba mejor que ellos.
"¿Te imaginas a una señora de la misma edad en España hablando inglés?"
El problema es que sí me lo imagino, pero no ocurre.
Y nos pusimos a debatir por qué esas cosas pasaban en estos países, y no en España. La conclusión final de mi amigo era que él creía que en unos 50 años, España será igual que Escandinavia lo es ahora.
Él ve a los rumanos que vienen a España y me dice que le parecían españoles de hace 40 años. Puede ser, pero creo que el problema es peor que todo eso.
Y discrepo; y discrepo mucho. Primero porque dentro de 50 años, las chicas que hoy chapurrean inglés mal, lo chapurrearán peor cuando sean viejitas, con lo cual, el primer paradigma no se va a dar.
Podría esperar que los hijos de los que hoy hablan mal inglés quizá lo hablen mejor, pero entonces hay que esperar 100 años, no 50. Y suma y sigue. Es obvio que el escéptico soy yo, no él.
Cartón Piedra
Ya por la noche, quedé con unos amigos a cenar. Uno de ellos me comentó que había estado en San Petersburgo.
Le había gustado, pero no mucho. "No tiene alma. Es todo cartón piedra".
Me dijo que "Copiaron los estilos italianos, los canales holandeses", y salió "eso". Y además, "los rusos son muy aburridos. Y no son nada guapos".
Nunca he visitado Rusia, así que solo puedo decir aquello de que cada uno cuenta la feria como le va. No quise indagar acerca de lo que le había parecido Moscú.
Las distancias que nos separan
Esta mañana, camino del Círculo, vi una imagen de esas que te hacen pensar que la distancia entre Madrid y Estocolmo es aún mayor.
Mientras que buscaba un cajero que no hubiese sido vandalizado la noche anterior, me percaté que un chico vestido con un chandal estaba utilizando una cabina telefónica.
Pero mientras que hacía cola, lo que vi era que no la estaba utilizando, estaba tratando de sacar dinero de ella. Algunas monedas.
Dado su aspecto más o menos moderno, con auriculares en los oídos (lo que no significa que tenga un iPod, o que el iPod le funcione), me sorprendió ver que estaba haciendo eso.
Tuve que pasar a su lado al irme, y vi que las manos no estaban tan limpias como podían estarlo. Ni las uñas.
Y no supe, ni sabré, si el chico es indigente, drogadicto, o si simplemente se ha quedado sin dinero y quería volver a casa. Aunque tengo mis dudas sobre la tercera opción.
Malos humos
Me fui a desayunar a un café lleno de humo, con un señor a mi lado que fumaba, pero al que le molestaba el humo de su propio cigarro, con lo cual lo posicionaba lo más lejos de si mismo posible, es decir, en frente de mi cara casi.
Así que tuve que comer entre bocanada de humo y bocanada de humo. Fumador pasivo lo llaman, y poco lo llaman. Sobre todo por la situación.
A él le molesta su propio humo así que lo aleja de si mismo, pero no le importa que a los demás nos moleste, y nos lo tenemos que tragar por estar al lado suyo.
Salgo a la calle, y veo un señor, esta vez sí obviamente indigente, ya mayor, con pantalones cortos y mal aspecto, ir apresuradamente hacia la misma cabina telefónica donde el chico hacía media hora había tratado de hacerse con algo de dinero.
Y vi que el proceso era el mismo: buscar algún truquillo que haga que el aparato suelte de sus entrañas alguna moneda. La parsimonía del chico contrastó mucho con la urgencia del anciano.
Y vi lo lejos, lo muy lejos que aún estamos de Escandinavia.
También me contó que visitaron en el pueblito una iglesia. Que estaba cerrada. Que podías abrirla y entrar y que eso hicieron. Que todo estaba limpio, y que había una cesta llena de dinero donde, en varios idiomas, pero no el castellano, ponía que si querías coger una postal, lo hicieses, y que si querías hacer una donación, también.
Sí, dinero al aire libre en una cesta. Para que venga cualquiera y se lo lleve. Pero ocurre que en Noruega, esto no pasa. Y pensamos los dos las consecuencias de un local abierto, y de dinero sin dueño dentro, en España. "El sitio acabaría destrozado" me dijo él.
Salieron de la iglesia, y una viejita que vendía artilugios noruegos en la calle se disculpó por no hablar bien en inglés, y, una vez más, hablaba mejor que ellos.
"¿Te imaginas a una señora de la misma edad en España hablando inglés?"
El problema es que sí me lo imagino, pero no ocurre.
Y nos pusimos a debatir por qué esas cosas pasaban en estos países, y no en España. La conclusión final de mi amigo era que él creía que en unos 50 años, España será igual que Escandinavia lo es ahora.
Él ve a los rumanos que vienen a España y me dice que le parecían españoles de hace 40 años. Puede ser, pero creo que el problema es peor que todo eso.
Y discrepo; y discrepo mucho. Primero porque dentro de 50 años, las chicas que hoy chapurrean inglés mal, lo chapurrearán peor cuando sean viejitas, con lo cual, el primer paradigma no se va a dar.
Podría esperar que los hijos de los que hoy hablan mal inglés quizá lo hablen mejor, pero entonces hay que esperar 100 años, no 50. Y suma y sigue. Es obvio que el escéptico soy yo, no él.
Cartón Piedra
Ya por la noche, quedé con unos amigos a cenar. Uno de ellos me comentó que había estado en San Petersburgo.
Le había gustado, pero no mucho. "No tiene alma. Es todo cartón piedra".
Me dijo que "Copiaron los estilos italianos, los canales holandeses", y salió "eso". Y además, "los rusos son muy aburridos. Y no son nada guapos".
Nunca he visitado Rusia, así que solo puedo decir aquello de que cada uno cuenta la feria como le va. No quise indagar acerca de lo que le había parecido Moscú.
Esta mañana, camino del Círculo, vi una imagen de esas que te hacen pensar que la distancia entre Madrid y Estocolmo es aún mayor.
Mientras que buscaba un cajero que no hubiese sido vandalizado la noche anterior, me percaté que un chico vestido con un chandal estaba utilizando una cabina telefónica.
Pero mientras que hacía cola, lo que vi era que no la estaba utilizando, estaba tratando de sacar dinero de ella. Algunas monedas.
Dado su aspecto más o menos moderno, con auriculares en los oídos (lo que no significa que tenga un iPod, o que el iPod le funcione), me sorprendió ver que estaba haciendo eso.
Tuve que pasar a su lado al irme, y vi que las manos no estaban tan limpias como podían estarlo. Ni las uñas.
Y no supe, ni sabré, si el chico es indigente, drogadicto, o si simplemente se ha quedado sin dinero y quería volver a casa. Aunque tengo mis dudas sobre la tercera opción.
Malos humos
Me fui a desayunar a un café lleno de humo, con un señor a mi lado que fumaba, pero al que le molestaba el humo de su propio cigarro, con lo cual lo posicionaba lo más lejos de si mismo posible, es decir, en frente de mi cara casi.
Así que tuve que comer entre bocanada de humo y bocanada de humo. Fumador pasivo lo llaman, y poco lo llaman. Sobre todo por la situación.
A él le molesta su propio humo así que lo aleja de si mismo, pero no le importa que a los demás nos moleste, y nos lo tenemos que tragar por estar al lado suyo.
Salgo a la calle, y veo un señor, esta vez sí obviamente indigente, ya mayor, con pantalones cortos y mal aspecto, ir apresuradamente hacia la misma cabina telefónica donde el chico hacía media hora había tratado de hacerse con algo de dinero.
Y vi que el proceso era el mismo: buscar algún truquillo que haga que el aparato suelte de sus entrañas alguna moneda. La parsimonía del chico contrastó mucho con la urgencia del anciano.
Y vi lo lejos, lo muy lejos que aún estamos de Escandinavia.
2 comentarios:
Yo amo España, odio a los españoles. Estimado mío, sus días, resultan con mejores aromas y sabores que los míos. Un saludo cordialísimo.
Estimado Mondragón, dudo a muerte que de verdad odie a los españoles, pero no dudo que no le sean simpáticos.
Le invito a un café la próxima vez que usted se pasee por Madrid, e intentaré cambiar su parecer acerca de la "fauna ibérica", digamos.
¡O quizá usted me haga cambiar de parecer a mi!
Le aseguro que el lobo no es tan malo como lo pintan.
Espero que los sabores y aromas de sus días mejores. Recuerde que nada es para siempre. No se me desanime.
Le mando un caluroso abrazo que cruza el Atlántico gustoso.
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