jueves, 14 de octubre de 2010

Eternidades

AOG, Madrid

Hace un par de meses leí una frase que no se me sale de la cabeza.

"Que cortita sería la vida de no ser por esos momentos de angustia que la hacen eterna". Es de Silvina Ocampo, la escritora argentina. Creo haber escrito algo de ella en otra ocasión.

Me tiene un poco impactado porque en mi vida, han habido muchos de esos momentos de eternidad pausada que me angustiaron y que, de volver a darse, lo volverían a hacer. Como cuando esperas noticias. Como cuando sabes que serán malas. Como cuando esperas algo y no llega. O has quedado con alguien y no aparecen. Y tú solo sabes esperar.

Como cuando eres pequeño, y eres el primero en levantarse de la cama, y la casa es tuya y tus padres duermen y el día es infinito, al menos hasta que alguien se despierta. Entonces se acorta de golpe.

Como cuando estás enamorado y quieres estar con la otra persona y la distancia entre las primeras citas es continental y las horas pasan a cuentagotas. Como cuando te haces un análisis y esperas el resultado. O tienes que ir a ver a una expareja y cada paso te pesa como dos cubos de yeso. 

Como cuando estás enfermo y pasan los días y no mejoras, o mejoras despacito despacito y no ves el día cuando puedas volver a la normalidad. 

Como cuando sabes que te van a hacer un mal trago y lo ves venir y parece que el tiempo se detiene. 

En fin, esos momentos que nos angustian, pero que hay que vivirlos. 

Recuerdo que de pequeño, en la televisión había programa tras programa que hablaba de buscar el significado de la vida. Y yo recuerdo que los veía intensamente, por qué, no lo sé exáctamente. 

Quizá quería ver si alguien atinaba y me sacaba de dudas. Pero también es cierto que yo nunca me he preguntado cual es el sentido  de la vida. Ni para qué vinimos, ni a donde nos vamos. 
Supongo que soy un nihilista de corazón ya que no le veo solución a nuestro predicamento. 

Quizá únicamente vivimos y puntos. Como las plantas y los animales, que viven sin más. No creo que ellos se pregunten ese tipo de cuestiones. 

Aunque, tampoco descarto que tengan la respuesta. O al menos, su respuesta. ¿Sería distinta de la nuestra? 

Infancia 'alejanada'

Hace dos días, y esto parece una misión más que nada, encontré a otro amigo de la infancia. Esta vez de mi colegio en Texas. 

Él y yo teníamos algunas clases juntos y siempre me he acordado de él. De su nombre. Era de los pocos compañeros que me tenían paciencia, por eso creo que le recuerdo. 

No es que yo fuese un niño antisocial, más bien al contrario, pero hace tiempo asumí que era un niño rarito, de la misma manera que soy un adulto rarito y seré un anciano rarito (¡si llego a viejo, que luego uno nunca sabe!).

A mi amigo lo encontré por una página americana de reencuentro de alumnos (habrá mil de estas). Me llegó un correo de que un compañero se había apuntado a mi clase. No reconocí el nombre, pero pinché el enlace por si salía la foto. No salía. 

En la columna de la derecha empezaron a salir nombres de antiguos alumnos de los distintos colegios a los que asistí y a los que estoy apuntado. El de mi amigo no salía. 

Pero la página te permite buscar un nombre. Lo hice. Vi el nombre de un chico que se llamaba igual, pero que había asistido a otra escuela. ¡Por eso nunca salía su nombre! 

Pues me fui a Facebook a ver si su nombre y ese 'High School' salían. Y salieron. Pero sin foto.

Le escribí un mensaje anodino por si las moscas, y me respondió. Sigue en Texas. Se acuerda de mi, y creo que le sorprendió el mensaje.

Empezamos a desarrollar ese ritual por el que yo te cuento algo y tú me cuentas algo, y así hasta que nos cansamos. 

Estuvo casado 19 años y hace seis se separó. Sus tres hijos viven con él. Los adora. Y poco más. No sé en qué trabaja aún, ni nada más.

Y, una vez completada la búsqueda, ¿ahora qué? ¿De qué sirvió? De algo, seguro que de algo. Pero no lo veo de momento. Él está ahí, con mis muchos otros amigos que poquito a poquito he recuperado gracias al Facebook, pero que tampoco veo.

Y aunque no le veo el sentido, ayer me acosté pensando que era mejor saber que no saber. Que estaba un poquito más feliz que hacía unas horas por el simple hecho de haber contactado con aquel amigo de la infancia que dejé atrás, allá por 1984. 

Y mira que ha llovido desde entonces.

1 comentario:

antonio alfaro sánchez dijo...

muy bien, lectura amena e interesante, un saludo desde los londres.