AOG, Madrid
Han bajado las temperaturas en Madrid. Hoy amaneció nevado. Bueno, cuando yo asomé la cabeza, no nevaba; llovía.
El frío se palpaba en mi minicasa por toda superficie.
La mesa donde escribo: fría. El teléfono: frío. El suelo de cocina y baño: helado. Las sábanas, tras dejar el lecho unos segundos: gélidas al volver . El aire que respiré: frío.
Me incorporé y puse la calefacción inmediatamente, a la vez que abría la ventana para despejar el aire del ambiente. El vecino de enfrente aún no había corrido las cortinas. Era más tarde de lo que pensaba.
Puse la lavadora, encendí el ordenador, y contemplé la posibilidad de salir de casa para ir a tomar un café al Diurno.
Desistí ante lo gris del cielo. Del día. De mí.
Al rato, me duché. Al principio el agua estaba caliente, pero no era suficiente. El cuerpo necesitaba calor, y fui incrementando la temperatura poco a poco, hasta que la piel empezó a picarme un poco con la nueva temperatura.
Al terminar, me sequé enseguida. Me vestí enseguida. Y enseguida me puse a hacer una ensalada. Comí y me fui a trabajar.
Madrid se levantó nevada, pero en la calle sólo queda nieve derretida en forma de agua y charcos.
Y por si fuera poco, me mojé los zapatos de ante.
Nunca aprenderé.
Han bajado las temperaturas en Madrid. Hoy amaneció nevado. Bueno, cuando yo asomé la cabeza, no nevaba; llovía.
El frío se palpaba en mi minicasa por toda superficie.
La mesa donde escribo: fría. El teléfono: frío. El suelo de cocina y baño: helado. Las sábanas, tras dejar el lecho unos segundos: gélidas al volver . El aire que respiré: frío.
Me incorporé y puse la calefacción inmediatamente, a la vez que abría la ventana para despejar el aire del ambiente. El vecino de enfrente aún no había corrido las cortinas. Era más tarde de lo que pensaba.
Puse la lavadora, encendí el ordenador, y contemplé la posibilidad de salir de casa para ir a tomar un café al Diurno.
Desistí ante lo gris del cielo. Del día. De mí.
Al rato, me duché. Al principio el agua estaba caliente, pero no era suficiente. El cuerpo necesitaba calor, y fui incrementando la temperatura poco a poco, hasta que la piel empezó a picarme un poco con la nueva temperatura.
Al terminar, me sequé enseguida. Me vestí enseguida. Y enseguida me puse a hacer una ensalada. Comí y me fui a trabajar.
Madrid se levantó nevada, pero en la calle sólo queda nieve derretida en forma de agua y charcos.
Y por si fuera poco, me mojé los zapatos de ante.
Nunca aprenderé.
7 comentarios:
Con gusto te enviaria un poco del calor que nos sobra en esta época del año en este extremo del continente, el sur (el sur que también existe como diría M.Bendetti)
Como me hes imposible por razones obvias enviame tus zapatos que te los pongo al sol
El "nunca" y el "siempre" son lugares utópicos. Aquello de aprender debería ser el pan nuestro de cada día...
Un abrazo.
Silvi, si yo pudiera, te mandaría tanto calzado...
Un abrazo
GatoPardo...el nunca, repetido como sugiere Kundera, puede ser el siempre reconvertido.
Pero el siempre, ¿puede ser un nunca?
Y sí, aprender debería ser cosa de a diario. Quizá lo sea, (pero a escondidas).
Un abrazo
Me gustan esos extraños lugares comunes de las palabras.
¡Hey Angus!
Extraños y comunes, entonces...¿menos extraños o menos comunes?
Un saludo
Feliz Navidad, amigo Ynot, que este día te rodeen todos los tuyos, con la paz y la alegría que necesitas para ser feliz, prolongándose el resto del año que esta por nacer, como en todos los muchos que se abrirán para obsequiar tus ojos... Besos, Antoñi
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