AOG, Madrid
Desde hace un par de días, la puerta del baño de casa no tiene picaporte. Bueno, tener, tiene, pero no cierra. Esto crea un sentimiento de ansiedad cada vez que voy al baño ya que la puerta se puede abrir en cualquier momento, y uno puede quedarse en evidencia repentinamente.
Por si fuera poco, hoy ha desaparecido del todo el picaporte. Ahora la puerta tiene un agujero por donde se filtra la sala con todo su aburguesado ser a un espacio en el que no se desarrollan las actividades que viven en la habitación contigua.
De igual manera, en el trabajo estamos de reformas. Nuestro espacio se empequeñece, y los escritorios cambian de sitio.
Los ordenadores vuelan, funcionan, no funcionan, la impresora aparece, desaparece, imprime, pero no lo tuyo. Es desconcertante.
Por no hablar de la nube de polvo que acompaña este ejercicio y de lo asmático que me pone.
Mudanzas vienen, mudanzas van.
Acaba el año y las cosas de siempre se desmoronan, tanto en casa como en la oficina. Y otras no acaban de cuajar del todo.
Este fin de semana me topé con un par de conocidos. Acaban de llegar del extranjero y piensan volver a mudarse, al menos durante un tiempo, a España
Pero volviendo a las permutas temporales del mes.
Diría que estoy viviendo, mejor dicho, sobreviviendo, al momento ave fénix del fin de año.
Bueno, parece ser que de fin de década. Nunca sé a ciencia cierta si las décadas van del cero al nueve, o del uno al cero. Para mi, siempre iban del uno al cero, pero creo que la humanidad me lleva la contraria y, en verdad, van del cero al nueve.
Consecuentemente, esta rara década, que empezó en Londres (y que terminaré en Londres físicamente), se dará por terminada el 31 de diciembre de este año y la nueva empezará el uno de enero del 2010.
Cuando pienso en dónde estábamos la humanidad en 1910, y hasta dónde hemos llegado en 100 años, me quedo atónito.
Y me entristece que no estaré aquí en 2110 para ver hasta dónde llegamos.
Por desgracia, soy de aquellas personas a las que no les asusta la inmortalidad. Siempre quise ser vampiro, pero me quedé en murciélago.
Bueno, ni eso, ¡más bien ardilla voladora!
Desde hace un par de días, la puerta del baño de casa no tiene picaporte. Bueno, tener, tiene, pero no cierra. Esto crea un sentimiento de ansiedad cada vez que voy al baño ya que la puerta se puede abrir en cualquier momento, y uno puede quedarse en evidencia repentinamente.
Por si fuera poco, hoy ha desaparecido del todo el picaporte. Ahora la puerta tiene un agujero por donde se filtra la sala con todo su aburguesado ser a un espacio en el que no se desarrollan las actividades que viven en la habitación contigua.
De igual manera, en el trabajo estamos de reformas. Nuestro espacio se empequeñece, y los escritorios cambian de sitio.
Los ordenadores vuelan, funcionan, no funcionan, la impresora aparece, desaparece, imprime, pero no lo tuyo. Es desconcertante.
Por no hablar de la nube de polvo que acompaña este ejercicio y de lo asmático que me pone.
Mudanzas vienen, mudanzas van.
Acaba el año y las cosas de siempre se desmoronan, tanto en casa como en la oficina. Y otras no acaban de cuajar del todo.
Este fin de semana me topé con un par de conocidos. Acaban de llegar del extranjero y piensan volver a mudarse, al menos durante un tiempo, a España
Pero volviendo a las permutas temporales del mes.
Diría que estoy viviendo, mejor dicho, sobreviviendo, al momento ave fénix del fin de año.
Bueno, parece ser que de fin de década. Nunca sé a ciencia cierta si las décadas van del cero al nueve, o del uno al cero. Para mi, siempre iban del uno al cero, pero creo que la humanidad me lleva la contraria y, en verdad, van del cero al nueve.
Consecuentemente, esta rara década, que empezó en Londres (y que terminaré en Londres físicamente), se dará por terminada el 31 de diciembre de este año y la nueva empezará el uno de enero del 2010.
Cuando pienso en dónde estábamos la humanidad en 1910, y hasta dónde hemos llegado en 100 años, me quedo atónito.
Y me entristece que no estaré aquí en 2110 para ver hasta dónde llegamos.
Por desgracia, soy de aquellas personas a las que no les asusta la inmortalidad. Siempre quise ser vampiro, pero me quedé en murciélago.
Bueno, ni eso, ¡más bien ardilla voladora!
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