Hace un par de días, en televisión, vi el programa "Callejeros Viajeros". Primero estaban en Rumania. Sólo vi el segmento referente a Transilvania aunque me perdí el segmento del famoso castillo de Drácula. Tampoco soy vampirófilo.
Vi como nos explicaban que a la gente no le gusta mucho que la graben; explicación seguida de unas imágenes de un señor mayor, ya jubilado, que se acerca a la cámara, como quien va a cazar un animal, y suelta un gargajo acompañado de varios insultos (y no es necesario hablar rumano para saber cuando te estan mandando a freir espárragos).
Me sorprendió, aunque quizá no debería haberlo hecho, la ira del ciudadano. Siempre he respetado a quienes peinan canas, pero a la vez, siempre he pensado que se toman ciertas libertades para con el resto de la humanidad. No me parece bien.
Un escupitajo es, al final, una agresión fisica, aunque no sea más que por el asco que da y el mal cuerpo que te deja.... por no hablar de las secuelas psicológicas.
En fin. Lo segundo que vi, fue el segmento dedicado a México DF. Sí, mi México de mis amores.
El caso es que mis huaraches no han pisado el DF desde que de él salieron hace más de 20 años.
Tenía interés por ver la ciudad. Sorprendentemente, no vi la ciudad. Al menos no la que dejé atrás. Vi una urbe extraña, distinta.
Familiar y a la vez desconocida. Aunque el DF es inmenso, todo me parecía más pequeño. Al menos los edificios. La ciudad es todavía más gigantesca que en aquel entonces.
Supongo que sigue en regla aquello de que cuando eres pequeño todo te parece más grande.
Vi imágenes del Estadio Azteca. Muchas veces, cuando vivíamos en la capital, íbamos a pasar los domingos al Ajusco. De camino, parábamos en el Estadio Azteca.
Mi madre nos había comprado una "Avalancha", que era una especie de tabla con cuatro ruedas, un volante, y un freno de mano. La nuestra era de color blanco.
Sólo funcionaba si estabas ante alguna pendiente o cuesta.
También recuerdo que, gracias a la Avalancha, le rompí el fémur a mi hermana en el balneario de Oaxtepec cuando, al no darle al freno a tiempo, nos estrellamos los dos contra la pared en el estadio del sitio aquel.
Nos llevamos un buen chichón, pero la peor parte se la llevó ella por ir delante mío. Todavía no me lo perdono. ¡Qué trauma fue aquello!
Sobre todo porque, como niño que era, yo pensaba que le iban a cortar la pierna a mi hermana, y eso era demasiado trauma para mis pocos años.
Desde entonces, la Avalancha quedó aparcada para siempre. Primero en casa, y, desde entonces, en la memoria.
Volviendo al DF, la memoria me fallaba al ver las nuevas imágenes. Los lugares conocidos eran muy distintos a como yo los recuerdo.
Por ejemplo, el mercado de Tepito. Famoso porque en aquella época, se encontraba ahí todo tipo de "fayuca". Es decir, productos traídos ilegalmente de otro país (léase EEUU). Contrabando.
A mi me encantaba ir ahí de compras porque todos los juguetes que no estaban en las tiendas, pero que yo sabía que existían (de algo sirve leer comics en inglés), los solía encontrar ahí.
Sobre todo los muñequitos (que me importaban menos) y las naves (que me importaban muchísimo más) de Star Wars, alias La Guerra de las Galaxias.
Pero también tenían cosas antiguas, y, como buen coleccionista en potencia (desde esa temprana edad), me encantaba ver el paso del tiempo a través de sus objetos, aunque no lo entendiera del todo, y yo lo que veía, era un producto distinto a lo que había en mi mundo.
Por ejemplo, una lámpara antigua. Una mesa Art Deco. En fin, multitud de cosas.
Ayer, Tepito lo describieron como el mercado de artículos robados. Supongo que en mi infancia sería lo mismo, pero eso, o no lo supe nunca, o lo olvidé. Y ayer al escucharlo se me antojó extraño.
También lo fueron las imágenes de la antigua Basílica de Guadalupe.
Yo recuerdo que íbamos por ahí con mi madre sobre todo en Semana Santa.
Recuerdo los domingos de palmas en la ciudad. Recuerdo las cruces hechas con palma seca, y con una estampita de Jesus, o la virgen en el centro.
Sin embargo, la memoria creo que me falla. No es noticia que ésta nos engaña, pero que dulce mentir, ¿no?
No sé por qué recuerdo la basílica original al pie de unos escalones encima de una colina.
Ayer, al menos, la basílica barroca no estaba al pie de ningún cerro. Quizá confundo los sitios. Aunque en México hay muy buenos arquitectos, no creo que hayan cambiado de sitio el templo guadalupano.
El caso es que la ciudad que vi ayer era en muy poco parecida a la que dejé atrás. Y hoy, tras haber cenado, dormido, desayunado, y pensado en el tema, me preguntó ¿dónde quedó aquella ciudad de mi infancia?
Más de una vez he pensado que todo aquello que no veo, cuando veo imágenes de México, se debe al terremoto de 1986. Aunque en esto sé que estoy quivocado.
Ya no veo las torres de Tlatelolco. De pequeño me parecían tan feas.
Pero siempre recuerdo aquel azul intenso que remataba la última planta.
Para mi, desde entonces, Azul Tlatelolco.
Ahora de mayor las echo de menos.
Esas sí que se cayeron. Una sobra la otra. Fue una tragedia aquello.
El terremoto destruyó un México y dio paso a otro. Supongo que el mío quedó sepultado también con el peso de los años. Lo mismo que pasa con la infancia.
Los terremotos que nos regala la vida.
Vi como nos explicaban que a la gente no le gusta mucho que la graben; explicación seguida de unas imágenes de un señor mayor, ya jubilado, que se acerca a la cámara, como quien va a cazar un animal, y suelta un gargajo acompañado de varios insultos (y no es necesario hablar rumano para saber cuando te estan mandando a freir espárragos).
Me sorprendió, aunque quizá no debería haberlo hecho, la ira del ciudadano. Siempre he respetado a quienes peinan canas, pero a la vez, siempre he pensado que se toman ciertas libertades para con el resto de la humanidad. No me parece bien.
Un escupitajo es, al final, una agresión fisica, aunque no sea más que por el asco que da y el mal cuerpo que te deja.... por no hablar de las secuelas psicológicas.
En fin. Lo segundo que vi, fue el segmento dedicado a México DF. Sí, mi México de mis amores.
El caso es que mis huaraches no han pisado el DF desde que de él salieron hace más de 20 años.
Tenía interés por ver la ciudad. Sorprendentemente, no vi la ciudad. Al menos no la que dejé atrás. Vi una urbe extraña, distinta.
Familiar y a la vez desconocida. Aunque el DF es inmenso, todo me parecía más pequeño. Al menos los edificios. La ciudad es todavía más gigantesca que en aquel entonces.
Supongo que sigue en regla aquello de que cuando eres pequeño todo te parece más grande.
Vi imágenes del Estadio Azteca. Muchas veces, cuando vivíamos en la capital, íbamos a pasar los domingos al Ajusco. De camino, parábamos en el Estadio Azteca.
Mi madre nos había comprado una "Avalancha", que era una especie de tabla con cuatro ruedas, un volante, y un freno de mano. La nuestra era de color blanco.
Sólo funcionaba si estabas ante alguna pendiente o cuesta.
También recuerdo que, gracias a la Avalancha, le rompí el fémur a mi hermana en el balneario de Oaxtepec cuando, al no darle al freno a tiempo, nos estrellamos los dos contra la pared en el estadio del sitio aquel.
Nos llevamos un buen chichón, pero la peor parte se la llevó ella por ir delante mío. Todavía no me lo perdono. ¡Qué trauma fue aquello!
Sobre todo porque, como niño que era, yo pensaba que le iban a cortar la pierna a mi hermana, y eso era demasiado trauma para mis pocos años.
Desde entonces, la Avalancha quedó aparcada para siempre. Primero en casa, y, desde entonces, en la memoria.
Volviendo al DF, la memoria me fallaba al ver las nuevas imágenes. Los lugares conocidos eran muy distintos a como yo los recuerdo.
Por ejemplo, el mercado de Tepito. Famoso porque en aquella época, se encontraba ahí todo tipo de "fayuca". Es decir, productos traídos ilegalmente de otro país (léase EEUU). Contrabando.
A mi me encantaba ir ahí de compras porque todos los juguetes que no estaban en las tiendas, pero que yo sabía que existían (de algo sirve leer comics en inglés), los solía encontrar ahí.
Sobre todo los muñequitos (que me importaban menos) y las naves (que me importaban muchísimo más) de Star Wars, alias La Guerra de las Galaxias.
Pero también tenían cosas antiguas, y, como buen coleccionista en potencia (desde esa temprana edad), me encantaba ver el paso del tiempo a través de sus objetos, aunque no lo entendiera del todo, y yo lo que veía, era un producto distinto a lo que había en mi mundo.
Por ejemplo, una lámpara antigua. Una mesa Art Deco. En fin, multitud de cosas.
Ayer, Tepito lo describieron como el mercado de artículos robados. Supongo que en mi infancia sería lo mismo, pero eso, o no lo supe nunca, o lo olvidé. Y ayer al escucharlo se me antojó extraño.
También lo fueron las imágenes de la antigua Basílica de Guadalupe.
Yo recuerdo que íbamos por ahí con mi madre sobre todo en Semana Santa.
Recuerdo los domingos de palmas en la ciudad. Recuerdo las cruces hechas con palma seca, y con una estampita de Jesus, o la virgen en el centro.
Sin embargo, la memoria creo que me falla. No es noticia que ésta nos engaña, pero que dulce mentir, ¿no?
"En la juventud es frecuente una atmósfera general lóbrega, cual si el otoño proyectase sus sombras por adelantado. Poco a poco va aclarándose la vista; también a vivir hay que aprender". (Ernst Jünger)
No sé por qué recuerdo la basílica original al pie de unos escalones encima de una colina.
Ayer, al menos, la basílica barroca no estaba al pie de ningún cerro. Quizá confundo los sitios. Aunque en México hay muy buenos arquitectos, no creo que hayan cambiado de sitio el templo guadalupano.
El caso es que la ciudad que vi ayer era en muy poco parecida a la que dejé atrás. Y hoy, tras haber cenado, dormido, desayunado, y pensado en el tema, me preguntó ¿dónde quedó aquella ciudad de mi infancia?
Más de una vez he pensado que todo aquello que no veo, cuando veo imágenes de México, se debe al terremoto de 1986. Aunque en esto sé que estoy quivocado.
Ya no veo las torres de Tlatelolco. De pequeño me parecían tan feas.
Pero siempre recuerdo aquel azul intenso que remataba la última planta.
Para mi, desde entonces, Azul Tlatelolco.
Ahora de mayor las echo de menos.
Esas sí que se cayeron. Una sobra la otra. Fue una tragedia aquello.
El terremoto destruyó un México y dio paso a otro. Supongo que el mío quedó sepultado también con el peso de los años. Lo mismo que pasa con la infancia.
Los terremotos que nos regala la vida.
6 comentarios:
Gracias por pasar y firmar. Un plcer haber encontrado este blog.
El DF es una de mis asignaturas pendientes, no puedo morir sin conocerlo.
Un abrazo
México, sigue siendo aquel que Chava Flores, tan sabiamente plasmó en sus letras, solo que con una docena más de fobias, y algunas filias recién adquiridas también.
Este México sigue siendo aquel agujero negro, viciado y caótico que sigue creyendo que el mañana será mejor.
Gracias por fijar un instante tu mirada en mi tejado...
fher, gracias por pasarte tú.
Aquí tienes tu casa.
Un abrazo caluroso hasta el sur del sur.
Gatopardo,
Hacía calor, y el tejado de zinc calentaba y apetecía, como a la gata aquella.
Gracias por pasarte por acá.
Aquí tú también tienes tejado, aunque al ser España, y a más, Madrid, es de teja castellana. Roja y sobria.
Vi ese programa.
Solamente la parte de Transilvania.
La otra me supo mal perdérmela, pero ahora ya no porque he disfrutado mucho con la tuya.
Saludos.
Toro Salvaje, gracias por el halago.
Pero una imagen vale 1000 palabras.
Un saludo
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