AOG, Madrid
Hoy tuve un examen oral de francés. Parte de la oposición es conocer la lengua de Molière a la perfección (al igual que la de Shakespeare).
Hace más o menos un mes asistí a la academia de idiomas que mi preparador aconsejó para hacer las pruebas.
El resultado fue algo calamitoso y el tutor que lo corrigió recomendó que hiciese un curso de preparación.
Yo conozco mi nivel y sé que, cierto, la gramática francesa no es mi fuerte, pero mi nivel oral y de comprensión es bastante avanzado.
Pedí a la academia que me permitiese hablar con el tutor en cuestión, lo cual me costó conseguir, para que viese que aunque cojeo en "grammaire Française", en lo demás no ando tan mal.
Resumiendo, hoy tuve la dichosa cita.
Duró unos diez minutos y salí bastante airoso. Me dijeron que tenía un buen acento, y también una muy flluída conversación.
Quizá lo que más me sorprendió fueron mis respuestas a algunas de las preguntas.
Historia oral
Recuerdo que en Londres, mi profesora de metodología, fan a muerte de la historia oral (actividad de la que quedé contagiado), siempre decía que la gente nunca sabemos lo que vamos a decir hasta que abrimos la boca.
No se equivocaba.
Ante la pregunta de en qué parte del mundo me gustaría trabajar, respondí lo que pensaba que no respondería: África.
Seguido de Japón, China y la India.
Hegel dijo en su ensayo "La razón en la historia" que la lengua es cultura, y yo, respondiendo en francés, me pregunto si hubiese respondido lo mismo en otros idiomas.
Ciertamente la idea de trabajar o vivir en África me parece interesante, pero yo pensaba hasta hace unas horas que preferiría trabajar en Europa o Hispanoamérica. Pero no. Respondí que, aunque me gusta mucho, no tenía un particular interés en trabajar en esa parte del mundo. O en Europa. Y llevo pensando en ello todo el día.
Ortodoxias varias
Al salir del examen me encontré no muy lejos de la Plaza Mayor en Madrid. Entré en ella y salí al poco rato, con la idea de visitar una librería que descubrí hace un par de años.
Llegué a la misma casi a oscuras (sépase que no me gustan los días tan cortos) y, al ver la tristeza de sus vitrinas, decidí no entrar. Preferí seguir caminando y me topé enseguida con una iglesia católica de apariencia ortodoxa.
Se trataba de la Real Parroquia de Santiago y San Juan Bautista, de la plaza de Santiago, cercana al Palacio de Oriente.
Entré a investigar y me pareció como algo sacado de otro tiempo. Un tiempo con menos dinero pero bastante elegancia. Tiene varios nichos con vírgenes vestidas con telas y coronadas. Y en vez de una cruz tras el altar, la iglesia muestra orgullosamente un cuadro inmenso de Santiago Matamoros a caballo. Cosa rara.
Después me fui caminando por la zona y acabé en los restos de la muralla árabe que dan al principio de la calle Mayor.
Y luego a casa, dónde no dejé de pensar en los eventos del día, encontré otra librería muy interesante.
Cercana al antiguo Ayuntamiento de Madrid, me encontré con un establecimiento muy virado hacia los libros de autores rusos (sobre todo pero no únicamente), muchos de los cuales no conocía.
Antes de salir, le pedí al cajero/dueño/gerente una tarjeta. Con cara algo confundida, me otorgó la misma.
1 comentario:
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Un saludo.
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