Hoy comencé un curso de escritura en Madrid. Me iba a apuntar a 'Escritura Creativa' pero al final me decanté por el relato breve. Estudiaremos sus entresijos y, supongo, que sus “entrenojos” también.
Como yo soy yo, y mi vida es como es, llegué un poco tarde. Supongo que por culpa de ese cocktail letal de nervios, aprensión y ganas de llamar la atención.
Esperaba más gente en la clase, pero al final somos 3 mujeres y un señor mayor, abuelo de familia, y yo. Pocos. Una desilusión la verdad.
La profesora me pareció un poco extraña. Simpática, amable, comedida, pero algo rarilla. No digo esto como algo negativo. Yo mismo soy algo rarillo también.
Desde que me apunté tuve reservas por tener a una mujer como profesora de algo como la escritura. No sé por qué ya que en EEUU todas mis clases de inglés y literatura fueron dadas por mujeres. Aunque si bien lo pienso...
De momento no puedo decir que me encantó, aunque tampoco me disgustó. El tiempo dirá.
Nos comentó que acaba de dejar de fumar. Esto explicaría su necesidad de tener algo en la boca a todas horas.
Empezó con un Sugus y, muchos dulces y dos horas después, acabó con un caramelo de menta.
En las cuatro mesas en forma de cuadro que conforman la clase se encuentra una cesta con dulces. La más lejana, y por ende la más apetitosa de las cestas, contiene sugus de varios sabores.
Entre dulce y dulce no se paraba quieta. Se levantaba, se sentaba, caminaba por la habitación, se quitaba las gafas, se las ponía. Me puso un poco nervioso.
Sin embargo, he de decir que me gustó que sus comentarios a lo largo de la clase fuesen bastante positivos con todos.
También me gustó que, de vez en cuando, bajaba la guardia y nos enseñaba algo a nivel humano y dejaba su “yo profesora seria” de lado.
Por ejemplo, cuando nos explicó –muy a mi pesar- como funcionaba la literatura. Nos dijo que era una serie de imágenes que, juntas, hacían una historia.
Por poco me da un sincope.
Era como aquello que dicen acerca de los milagros: que la mejor manera de estropearlos es empezar a explicarlos. Se han de aceptar tal cual. Punto.
Pues igual con la literatura.
Nunca me había propuesto semejante disección y, ante el cadáver frente a mí, mi cuerpo y alma reaccionaron con disgusto y antipatía ante la revelación.
¡No sé hasta dónde me va a llevar este curso!
Eso ella, y después, los compañeros de clase.
A mi lado estaba sentada una chica de pelos cortos y rizados que es la típica niña-mujer. Muy simpática y creo que podremos llegar a ser amigos.
A mi izquierda estaba otra chica, algo pechosa. Es decir, de grandes pechos. No sé si es andaluza o castellana o mudejar o qué. El caso es que tiene un acento de esos que sabes que son del campo, pero no sabes exactamente de qué campo son.
Tiene el pelo negro negrísimo y no se maquilla mal del todo. Tiene unos ojos muy bonitos y la sonrisa fácil.
Llevaba una especie de broche de tela (una especie de osito u otro animalejo tejido por algún chino o vietnamita en el tercer mundo) sobre una camisa fucsia de seda- o algo parecido-, muy escotada pero que le sentaba bien.
Recuerdo que mencionó un melonar de su pueblo donde la gente va y, con el debido permiso, deja los melones no maduros con cuadraditos en las huertas - los prueban, y si están inmaduros, los dejan en el huerto-, algo que desespera a los hortelanos, perro o no perro.
Me pareció simpática aunque no le gusta, no ya que la critiques, sino que ni siquiera le gusta que escuches mal o malinterpretes lo que ella ha escrito.
¿Habrá escuchado hablar de Roland Barthes?
A su lado, la madre de familia. Escribió mucho acerca de su hija a la que describió como “conocedora de la verdad absoluta”. Me encantó la frase. No me encantó tanto las largas frases explicativas que escribió. Le comenté que me hubiese gustado más frases sugirientes. Y algo más cortas. La pobre me miró con cara de pánico y gratitud a la vez. Habrá que ir con cuidado con ella.
Finalmente, en este primer día de clase, mi otro compañero es una especie de
Dientes, sonrisa y pelo delatan un cierto ‘personajedecuentismo’ en él. Es abuelo de familia y durante un ejercicio que hicimos titulado “Me gusta”, muchas veces escribió “odio” en vez de “No me gusta”. Iba a decir algo en clase pero no lo hice. A esas alturas ya me había despachado, levemente, a la otra compañera y tampoco quería quedar como un petulante- ya más de lo que soy. Espero que no sea un cascarrabias. Conmigo basta.
En general, me cayeron bastante bien a pesar de que demasiado rápido nos pusimos a discutir las peculiaridades de los ingleses obviando las de los españoles.
La profesora pregunto si era verdad que los ingleses no aclaraban los platos. Es cierto que la mayoría no lo hace. Les pareció extraño.
No les pareció extraño que en España se laven los suelos con lejía, algo que a los ingleses (venturo que a la mayoría de los europeos) les asombra.
-¡¡Pero si así puedes comer del suelo!!- como decían todas las abuelas de los presentes.
Francamente, entre comer en un plato inglés con sabor a detergente, y comer del suelo con sabor a lejía, me quedo con el plato inglés.
Cosas mías.
Antes de terminar octubre hemos de leer “El Aleph” de Borges.
Ayer tuve que ir corriendo a El Corte Inglés a comprarlo al salir de la oficina. Luego me fui andando a casa por Núñez de Balboa. Hacía tiempo que no pasaba por ahí.
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