AOG, Madrid
Hace un par de días estuve tomando algo con un amigo nuevo.
Hace un par de días estuve tomando algo con un amigo nuevo.
Salimos por Chueca de copas y, tras descartar varios establecimientos dado su alto contenido de humo, acabamos en una cafetería, o "bar de viejos" como él los llama, de la plaza de Chueca.
Era sábado y la noche era algo fresca, como las que hemos tenido en Madrid en los últimos días. Pedimos unas cañas y algún zumo de frutas, y, al menos yo, tenía como pantalla la plaza y sus pobladores.
El viento, al poco rato, empezó a soplar.
La gente seguía yendo y viniendo, a pesar de que eran más de la una de la mañana. Nunca descansa ese lugar.
La gente seguía yendo y viniendo, a pesar de que eran más de la una de la mañana. Nunca descansa ese lugar.
De repente, como sacadas de alguna crónica social por medio terminar, aparecieron dos chicas ataviadas con sendos velos de pies a cabeza.
No sé si eran iraníes, jordanas, egipcias, o qué, pero era obvio que venían de esa zona del mundo.
No sé si eran iraníes, jordanas, egipcias, o qué, pero era obvio que venían de esa zona del mundo.
De hecho, me decanto por Irán pues dentro de la magia oriental que las envolvía, había cierto grado de independencia que siempre he asociado a la cultura persa y que siempre he echado en falta en la árabe.
Al menos, esa es mi percepción, ya que de momento, todavía no he estado en ningún país musulmán.
No estoy seguro del todo pero parecía que iban solas.
Dos cuasi princesas orientales perdidas en el barrio gay de Madrid.
Dos cuasi princesas orientales perdidas en el barrio gay de Madrid.
Esa era la estampa.
Paradojas de la vida moderna.
Paradojas de la vida moderna.
Trataron de sentarse en la terraza del bar y fue toda una performance. El camarero moviendo mesas, los demás clientes no queriendo moverse, ellas que no se acababan de acomodar.
Y lo más bello, la imagen de estas dos mujeres, guapísimas, envueltas en sus velos étnicos abultados, pues parecía que ambas llevaban moños por debajo (moños de los años 1960), tratando de mantener la compostura ante los elementos.
Era todo como una escena de alguna película donde la tormenta azota los cuerpos y las ropas de la protagonista. En este caso, las protagonistas.
Yo las miraba hipnotizado, y hasta embelesado. Me encantaba aquella escena digna de Sherezade. Al poco tiempo, entre los revuelos del viento y los mirones, salieron de pantalla.
Una de ellas decidió cambiar de sitio, después de todo el revoloteo, y no las vi más.
Es curioso que dos días más tarde, la imagen aún me provoca la memoria.
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