AOG, Madrid
Me gustaría decir que la conversación que tuve el pasado lunes ocurrió en los cielos, sólo porque le da más glamour al asunto, pero en verdad ocurrió en tierra.
Resulta que en el vuelo a Londres se sentó a mi lado un señor que resultó ser amigo (o pareja) de un director de cine, que también volaba en el mismo avión. Para poder pasar a su asiento, me tuve que levantar, libro en mano, y, al hacerlo, su otro amigo se molestó mucho por ver qué estaba leyendo.
-Ese libro es buenísimo- me dijo.
-De momento no lo dudo.
-Es un muy buen autor.
-Estoy de acuerdo.
-¿Por donde vas?
-Acaban de empezar los disturbios.
-No te defraudará.
-No creo que lo haga.
Sonrisas, sonrisas, y, mientras los co-pasajeros quieren sentarse, estamos dos pseudo-intelectuales discutiendo los pormenores de Falconer, de John Cheever.
Al llegar a tierra, mi compañero de fila, al ver mi cara de asco cuando la aerolínea tocó la trompeta que anuncia que, una vez más, el vuelo ha llegado a la hora, empezó a despotricar contra ésta.
Resumiendo:
-Al final nos cobrarán por comprar los tapones de oídos que nos permitirán no escuchar los anuncios incesantes de esta gente.
Y no creo que se equivoque.
Además de dar la brasa todo el vuelo, lo hacen a todo volumen.
Al final acabamos hablando los dos, mientras el avión se dirigía a la terminal (algo que no logró, aparcando en mitad de la pista- es más barato-) de la novela en cuestión.
Su compañero/pareja (¿?) estaba interesado en transplantar la novela al cine. Por su parte, él me confesó que le encantaría escribir como Cheever.
-Pero no lo conseguiré nunca. No tengo el talento-, me dijo.
Recuerdo a una de mis profesoras de inglés, Ms. Clarke. Además de inculcar en mi el profundo amor que siento por la poesía de Whitman cuando tenía unos 14 años, nos decía siempre que la mejor manera de desarrollar nuestro estilo, era copiando a los grandes escritores.
Fue la primera persona, fuera de mi entorno familiar, que me apoyó a escribir. Que pensaba que no lo hacía mal del todo.
-Con el tiempo su estilo se convierte en vuestro, que será, siempre, distinto del original-, nos dijo una y otra vez.
Siempre he vivido con esas palabras, tanto en la literatura como en cualquier otro arte.
Ayer vi una entrevista a Gabo que grabé en Londres hace unos 3 años. Hablaba de Kafka y lo que esto supuso para él. Le marcó.
Ya somos dos, aunque en verdad seremos dos millones. O más.
Londres y los próximos Ryanairs
Ya en la ciudad del Támesis, hablando con un amigo, me comenta –respecto del tema-, que su Chairman ha dicho que dentro de un par de años podemos esperar que se cobre por utilizar el WC en pleno vuelo.
Una libra, ni más ni menos.
Me gustaría decir que la conversación que tuve el pasado lunes ocurrió en los cielos, sólo porque le da más glamour al asunto, pero en verdad ocurrió en tierra.
Resulta que en el vuelo a Londres se sentó a mi lado un señor que resultó ser amigo (o pareja) de un director de cine, que también volaba en el mismo avión. Para poder pasar a su asiento, me tuve que levantar, libro en mano, y, al hacerlo, su otro amigo se molestó mucho por ver qué estaba leyendo.
-Ese libro es buenísimo- me dijo.
-De momento no lo dudo.
-Es un muy buen autor.
-Estoy de acuerdo.
-¿Por donde vas?
-Acaban de empezar los disturbios.
-No te defraudará.
-No creo que lo haga.
Sonrisas, sonrisas, y, mientras los co-pasajeros quieren sentarse, estamos dos pseudo-intelectuales discutiendo los pormenores de Falconer, de John Cheever.
Al llegar a tierra, mi compañero de fila, al ver mi cara de asco cuando la aerolínea tocó la trompeta que anuncia que, una vez más, el vuelo ha llegado a la hora, empezó a despotricar contra ésta.
Resumiendo:
-Al final nos cobrarán por comprar los tapones de oídos que nos permitirán no escuchar los anuncios incesantes de esta gente.
Y no creo que se equivoque.
Además de dar la brasa todo el vuelo, lo hacen a todo volumen.
Al final acabamos hablando los dos, mientras el avión se dirigía a la terminal (algo que no logró, aparcando en mitad de la pista- es más barato-) de la novela en cuestión.
Su compañero/pareja (¿?) estaba interesado en transplantar la novela al cine. Por su parte, él me confesó que le encantaría escribir como Cheever.
-Pero no lo conseguiré nunca. No tengo el talento-, me dijo.
Recuerdo a una de mis profesoras de inglés, Ms. Clarke. Además de inculcar en mi el profundo amor que siento por la poesía de Whitman cuando tenía unos 14 años, nos decía siempre que la mejor manera de desarrollar nuestro estilo, era copiando a los grandes escritores.
Fue la primera persona, fuera de mi entorno familiar, que me apoyó a escribir. Que pensaba que no lo hacía mal del todo.
-Con el tiempo su estilo se convierte en vuestro, que será, siempre, distinto del original-, nos dijo una y otra vez.
Siempre he vivido con esas palabras, tanto en la literatura como en cualquier otro arte.
Ayer vi una entrevista a Gabo que grabé en Londres hace unos 3 años. Hablaba de Kafka y lo que esto supuso para él. Le marcó.
Ya somos dos, aunque en verdad seremos dos millones. O más.
Londres y los próximos Ryanairs
Ya en la ciudad del Támesis, hablando con un amigo, me comenta –respecto del tema-, que su Chairman ha dicho que dentro de un par de años podemos esperar que se cobre por utilizar el WC en pleno vuelo.
Una libra, ni más ni menos.
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