AOG, Madrid
Vuelvo de Londres con resfrío. Es curioso como uno deja de tomar precauciones al volver a lo conocido. Es como si estuviésemos curados de algo, que luego no lo estamos, pero nos creemos infalibles. Y no lo somos.
He pasado el fin de semana en Londres donde he celebrado mi onomástica con amigos, novio, y familiares.
He visto que la ciudad cambia y veo cosas que hace unos años no estaban ahí. Tonto de mí que pensé que nada cambiaría.
Recuerdo que cuando era pequeño pasaron muchos años hasta que me di cuenta de que los juguetes no duraban años y años en las estanterías.
Esto ocurrió a mediados de los 1980 cuando vi que las figuras y naves de la Guerra de las Galaxias tenían fecha de caducidad. Esta información me produjo un poco de pánico al principio.
El "Ya te lo compraré" de los padres se revistió de urgencia nada más darme cuenta de esto.
Recuerdo las negociaciones con mi madre para que me comprara equis cosa y me la diese cuando tocara. El miedo a perder el objeto para siempre era muy real en mi persona.
También recuerdo una carta, creo que fue la última que escribí, a Santa Claus, en la que negociaba no recuerdo qué regalo.
No olvido que le dije algo así como "Bueno, ya que vas por todo el mundo, si pasas por "X" he visto que venden "Y". Me gustaría mucho tener "X" y creo que no te costaría nada. Además, a algún niño de "J" le podrías traer algo de aquí".
Precoz, es poco.
Aunque ahora, nada más recordar las negociaciones de mi infancia me retuercen el hígado por lo pedante del contenido, es igual de cierto que escribí la carta con el corazón y de verdad pensaba que mi deseo se podía llevar a cabo.
Diría aquello de "ah, la inocencia de los niños", pero creo que no era inocencia sino más bien "la ignorancia" de mis pocos años.
No deja de asombrarme, sin embargo, mi temprana oratoria y capacidad de negociante.
¡Debería haber sido abogado!
Lavadora Hippie
Entre las otras cosas que descubrí este fin de semana, incluyo al vecino de al lado.
Un chico de Bosnia. Me lo encontré en la escalera, bajando una bolsa inmensa.
"Dime si sabes de alguien que ya no quiera su lavadora", me dijo.
"Pero...puedes comprar una usada por 50 libras, ¿no?"
"Es que no me gusta tener objetos materiales. Te pesan y te atan."
"¿Y esa bici es tuya?"
Se rió como a quien no le gusta que le pillen pero no tiene otra opción más que admitir lo obvio.
Se disculpó y se fue a llevar la colada a alguna lavandería cercana.
No es que yo sea mala persona, pero esa cantinela de la propiedad tan desgastada me disgusta tanto ahora como la primera vez que la escuché.
Más aún, cuando el que la dispensa es un chico semi hippie de veintipocos años que la recita poco masticada y nada digerida.
Lo siento, pero esas ideas de los hippies modernos tan anacrónicas nunca me sientan bien.
Respeto que él lo crea así, pero la falta de contundencia me molesta, sobre todo porque roza con la hipocresía. Hubiera bastado que me dijera que no tiene dinero para comprarse una nueva.
O que, directamente, no quiere gastarse el dinero en una lavadora. Pero el discursillo "los objetos"....no. Lo siento. No en el 2010.
Catálogo de objetos
Yo tenía un amigo francés que era fotógrafo y que tenía su propia relación con los objetos.
No los acumulaba, sino que los tenía un tiempo, y luego los regalaba o los cambiaba. Los cuidaba un tiempo, y les daba otro cauce.
Cuando le conocí no era así, esto es algo que le vino después.
Un día, un par de años antes de irse a vivir a Goa con su pareja, me invitó a su casa a cenar. La casa estaba menos poblada de cosas que de costumbre. Fui al baño y vi que había hecho una especie de catálogo de Ikea con algunas fotos suyas.
"He decidido que no quiero muchas cosas. Así que les hago una foto, y es como si estuviesen contigo. Así no las pierdes", me dijo mientras me enseñaba qué era cada imagen.
Me pareció curioso cuando menos, pero muy contundente. No despreciaba los objetos, pero algo en él le obligaba a deshacerse de ellos. Para no perderlos del todo, los fotografiaba.
Años más tarde, sigo pensando que fue un gesto muy coherente.
Catálogo de objetos
Yo tenía un amigo francés que era fotógrafo y que tenía su propia relación con los objetos.
No los acumulaba, sino que los tenía un tiempo, y luego los regalaba o los cambiaba. Los cuidaba un tiempo, y les daba otro cauce.
Cuando le conocí no era así, esto es algo que le vino después.
Un día, un par de años antes de irse a vivir a Goa con su pareja, me invitó a su casa a cenar. La casa estaba menos poblada de cosas que de costumbre. Fui al baño y vi que había hecho una especie de catálogo de Ikea con algunas fotos suyas.
"He decidido que no quiero muchas cosas. Así que les hago una foto, y es como si estuviesen contigo. Así no las pierdes", me dijo mientras me enseñaba qué era cada imagen.
Me pareció curioso cuando menos, pero muy contundente. No despreciaba los objetos, pero algo en él le obligaba a deshacerse de ellos. Para no perderlos del todo, los fotografiaba.
Años más tarde, sigo pensando que fue un gesto muy coherente.
2 comentarios:
Al leerte, lo que saco a deducir es lo curioso y equidistante que puede ser, el ser humano, para topar en los mismos roles, aunque sean inversos, en definitiva, son rarezas que en cierta manera les definen... Yo tengo aversión a deshacerme incluso de lo inservible, siempre me digo; "igual un día me puede servir"..., de tal modo, que en mi cambio de domicilio de hace cuatro años, resultó atroz, la cantidad de cosas y ropa que tenía que trasladar por si algún día me podían servir, Cerré los ojos, dejé mi mente en blanco y las tire todas. Aún me aparece esa necesidad de guardar, la venzo. Me niego a ser esclava de esas absurdas manías...
Eres un gran observador y muy analítico, resulta muy ameno leerte...
Besos
Gracias Antoñi por tus palabras. Estuve leyendo hace un par de horas tu primer mensaje. Hace casi un año de eso.
Y aquí sigues.
Gracias. Un beso
Ynot
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