Hace un par de días, es decir, el lunes, llevé un par de pantalones a la costurera para que les recogiese el bajo. La señora en cuestión es de Hispanoamérica y muy simpática. No estoy seguro de qué país es el suyo. Pero tampoco importa. Es simpática y punto.
Al cabo de dos días volví para obtener los pantalones y la señora y yo nos pusimos a hablar un poco. Resulta que la otra señora que trabajaba con ella, dominicana, dejó el puesto.
No le gustaba o había otro tipo de conflicto. No indagué. La última vez que tuve que lidiar con esa señore me enfadé bastante. Un sábado me presenté con 3 pares de pantalones y ella tenía prisa.
"¡No no hoy no, ya voy a cerrar! Y como todo el mundo cuando cierra, me quiero ir ya"
Me quedé asombrado. No fue grosera, pero bien es cierto que le importaba medio pimiento que yo estuviese ahí. No dudo que tuviese prisa ya que estaba arreglada de pies a cabeza. Cuando le dije que no podía ir durante la semana, me dijo que sí que podía.
En fin, me volví a casa con un buen palmo de narices. Volví días más tarde y se medio disculpó a su manera. Yo la medio ignoré a la mía. Daba el incidente por muerto y no quería hablar del tema.
El caso es que esa buena señora ya no trabaja ahí.
Y por lo que me contaba, la otra, la simpática, se quería ir. Parece ser que le molesta mucho el horario; tiene que trabajar mañana y tarde y a casa al mediodía. Su contrato es de 7 horas. La entiendo. Es un incordio. Y estaba pensando en dejar el puesto.
"Ya llevó aquí muchos años pero creo que no me conviene el horario", me dijo. Tenía la idea de chantajear a sus jefes. "O me cambian el horario o me voy".
Me quedé horrorizado.
¿En medio de una crisis ella se puede dar el lujo de dejar un puesto de trabajo? Se lo tenía que decir.
"Si usted dice que se va, la van a dejar ir y emplearán a otra chica más joven, con menos experiencia y que cobrará menos que usted".
"¿Usted cree?", me preguntó. No podía creer que no se le había ocurrido, a mi me parecía obvio.
"En tiempos de crisis, no deje el trabajo porque quien sabe cuando encuentre usted otro puesto".
Hablamos un poco más y la señora se hizo un poco más a la idea.
Al marcharme me agradeció el consejo. De corazón.
Estaba contento de que la señora me hiciese caso, o de que al menos se lo pensara. Pero a la vez me sentí un poco triste porque algo que yo veía como básico a ella se le había escapado en medio de la rabia y la, a sus ojos, explotación.
Y yo me pregunto, ¿cuantes veces no hacemos todos lo mismo? Nos dejamos llevar por la rabia, la pasión del momento, el orgullo y el despecho. Y, claro, acabamos mal.
No me vi reflejado, pero casi.