Ayer por la noche, mientras caminaba hacia casa, tuve un encuentro con una mujer que hace un año más o menos, me timó cerca de la Plaza Mayor, en Madrid.
En aquella ocasión, una señora mayor, rechonchita, con el pelo apilado en la cabeza en forma de moño, un habla muy dulce, y que caminaba con un bastón, me paró por la calle para decirme que le acababan de robar el monedero, y que si la podía ayudar para poder coger un taxi e irse a casa.
Con el corazón estrujado, le di los únicos cinco euros que llevaba encima y ella se mostró muy agradecida. Un poco más tarde, me pregunté si la señora no me habría timado. Concurrí que si la respuesta era que sí, que bueno, que seguramente esta señora comería caliente esa noche. El simple hecho de que con su edad anduviese por las calles mendigando ya me partía el corazón. Y pasó el tiempo.
Meses más tarde, me encontré a la señora de nuevo por Gran Vía. No se acordaba de mí. Me volvió a pedir dinero con la misma historia del robo del monedero. Esta vez, con un poco de vergüenza ajena, se lo negué. No cruzamos apenas palabras. Y el tiempo volvió a pasar.
Ayer, meses más tarde, me la encontré de nuevo en la calle Hortaleza. La vi venir por la calle. Ella miraba con cautela a las personas a su alrededor. Descartaba rostros según ella calculaba que le podrían ayudar o no. Caminaba lentamente, como con dolor. Llevaba su bastón y su pelo estaba apilado en un moño como de costumbre.
Vi que a muchos no los estimaba lo suficientemente fructíferos. Seguía caminando lentamente.
Y luego me vio a mí. Obviamente seré el tipo de persona que parece presa facil.
Como había hecho ya dos veces antes, se paró según me vio llegar, y empezó con el rezo: "disculpe...", la señora es muy educada. No quise dejarle hablar como para proteger su honor. Tonterías, lo sé. Antes de que siguiera hablando, pronuncié un "no" rotundo y mi cabeza giró de manera negativa. La señora se rió como se ríe la gente cuando se sienten ultrajados. Ante esta reacción suya, tuves otras mías.
Primero asombro, por sentirse ella con derecho a sentirse ofendida.
Después pena, pues al fin y al cabo, es una persona mayor, y yo no soy quien para juzgarla.
Sentí dolor y me sentí insultado, como si yo fuera el malo. No hay malos. Ella tampoco lo es.
Me giré, ella también lo hizo cuando me escuchó hablar, aunque no nos miramos el uno al otro.
"Es que, ya me ha hecho esto dos veces" le dije entre nervioso, avergonzado y caritativo, tratando pobremente de sonar ecuánime y tranquilo. Es decir, no quise dirigirme a ella con una actitud del que piensa "te acabo de pillar". Pero pensé que la explicación era también una especie de regaño más que una acusación.
Me respondió. "¡Es que lo necesito!"
De nuevo me sentí un poco canalla. ¿Quien soy yo para negarle una limosna a esta mujer?
Sólo pude responder, "Lo siento", de manera firme, e irme.
Ese "lo necesito" no me salió facilmente de la cabeza. De hecho, aún lo escucho. Era una mezcla entre coraje, pena, súplica, necesidad, pero todo ello revestido de engaño.
Creo que es el engaño lo que más me molestó de todo. La historia prefabricada del robo de su monedero. De su apariencia clase media que te impide dudar de sus propósitos. No dudo que lo necesite. Pero eso no son modos creo yo. ¿No necesitamos todos más dinero del que tenemos? No me opongo a dar dinero, pero si me molesta que me lo traten de sacar con mañas.
En aquella ocasión, una señora mayor, rechonchita, con el pelo apilado en la cabeza en forma de moño, un habla muy dulce, y que caminaba con un bastón, me paró por la calle para decirme que le acababan de robar el monedero, y que si la podía ayudar para poder coger un taxi e irse a casa.
Con el corazón estrujado, le di los únicos cinco euros que llevaba encima y ella se mostró muy agradecida. Un poco más tarde, me pregunté si la señora no me habría timado. Concurrí que si la respuesta era que sí, que bueno, que seguramente esta señora comería caliente esa noche. El simple hecho de que con su edad anduviese por las calles mendigando ya me partía el corazón. Y pasó el tiempo.
Meses más tarde, me encontré a la señora de nuevo por Gran Vía. No se acordaba de mí. Me volvió a pedir dinero con la misma historia del robo del monedero. Esta vez, con un poco de vergüenza ajena, se lo negué. No cruzamos apenas palabras. Y el tiempo volvió a pasar.
Ayer, meses más tarde, me la encontré de nuevo en la calle Hortaleza. La vi venir por la calle. Ella miraba con cautela a las personas a su alrededor. Descartaba rostros según ella calculaba que le podrían ayudar o no. Caminaba lentamente, como con dolor. Llevaba su bastón y su pelo estaba apilado en un moño como de costumbre.
Vi que a muchos no los estimaba lo suficientemente fructíferos. Seguía caminando lentamente.
Y luego me vio a mí. Obviamente seré el tipo de persona que parece presa facil.
Como había hecho ya dos veces antes, se paró según me vio llegar, y empezó con el rezo: "disculpe...", la señora es muy educada. No quise dejarle hablar como para proteger su honor. Tonterías, lo sé. Antes de que siguiera hablando, pronuncié un "no" rotundo y mi cabeza giró de manera negativa. La señora se rió como se ríe la gente cuando se sienten ultrajados. Ante esta reacción suya, tuves otras mías.
Primero asombro, por sentirse ella con derecho a sentirse ofendida.
Después pena, pues al fin y al cabo, es una persona mayor, y yo no soy quien para juzgarla.
Sentí dolor y me sentí insultado, como si yo fuera el malo. No hay malos. Ella tampoco lo es.
Me giré, ella también lo hizo cuando me escuchó hablar, aunque no nos miramos el uno al otro.
"Es que, ya me ha hecho esto dos veces" le dije entre nervioso, avergonzado y caritativo, tratando pobremente de sonar ecuánime y tranquilo. Es decir, no quise dirigirme a ella con una actitud del que piensa "te acabo de pillar". Pero pensé que la explicación era también una especie de regaño más que una acusación.
Me respondió. "¡Es que lo necesito!"
De nuevo me sentí un poco canalla. ¿Quien soy yo para negarle una limosna a esta mujer?
Sólo pude responder, "Lo siento", de manera firme, e irme.
Ese "lo necesito" no me salió facilmente de la cabeza. De hecho, aún lo escucho. Era una mezcla entre coraje, pena, súplica, necesidad, pero todo ello revestido de engaño.
Creo que es el engaño lo que más me molestó de todo. La historia prefabricada del robo de su monedero. De su apariencia clase media que te impide dudar de sus propósitos. No dudo que lo necesite. Pero eso no son modos creo yo. ¿No necesitamos todos más dinero del que tenemos? No me opongo a dar dinero, pero si me molesta que me lo traten de sacar con mañas.
1 comentario:
Esta señora me ha hecho a mí lo mismo en una ocasión y al igual que tú he sentido esa mezcla de indignación, rabia y compasión.
Es cierto lo que dices, no somos nadie para juzgar y menos para condenar.
Abrazos
Javier
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